El papa fallecido rompió con la tradición histórica del Vaticano, defendió la paz y tomó la opción por los pobres y excluidos del Sur global.
Consuelo Ahumada / Para Con Nuestra América
Desde Colombia
La muerte del papa Francisco conmovió a toda la humanidad, creyentes y no creyentes. Trascendió la esfera del catolicismo y de las múltiples expresiones religiosas que coexisten en el mundo.
Se enfrentó a una poderosa Iglesia institucionalizada y burocratizada, sumida como en los viejos tiempos en gravísimos escándalos de corrupción, intrigas palaciegas, asesinatos, robos, delitos de todo tipo, secretos inconfesables.
Una Iglesia comprometida con las elites y con los poderosos del mundo, cómplice o indiferente ante la guerra, ajena a las luchas de pueblos y comunidades por su supervivencia y por mejorar sus condiciones de vida.
Dicha tendencia regresiva se acentuó después del soplo de aire fresco que corrió por el mundo con el Concilio Vaticano II, impulsado por Juan XXIII durante su corto papado. Eran los años sesenta, cuando en plena guerra fría, emergieron las luchas de liberación nacional en el llamado Tercer Mundo.
Pero dos décadas después, vendría la contraofensiva neoliberal en todo el mundo. Y la Iglesia siguió jugando su papel cómplice y encubridor de esas elites renovadas, cada vez más excluyentes.
Francisco llega al papado en 2013, después de la crisis financiera y económica que estalló en EEUU y se expandió por el sur de Europa y otras regiones del mundo.
Desde el comienzo, impuso un enfoque alternativo al de los pontífices que lo precedieron. Rompió con la fastuosidad del Vaticano y dio ejemplo de una vida austera.
Su compromiso trascendió el difícil ámbito de las normas y jerarquías eclesiásticas. En este campo logró algunos avances, pero las férreas estructuras clericales no le permitieron llegar muy lejos.
Aunque sentó el precedente de nombrar algunas mujeres en cargos importantes en el Vaticano, no rompió con la tradición milenaria de excluirlas de la carrera sacerdotal. Aunque marcó un camino, quedó en deuda con las mujeres.
Con contradicciones y limitaciones, denunció la pederastia, reconoció y pidió perdón a sus víctimas. Pero en este terreno también quedó mucho por hacer.
Tomó partido por los más pobres y vulnerables, la juventud, los excluidos, hombres y mujeres, personas racializadas. Aunque no reconoció el matrimonio homosexual, invocó el respeto a las diversidades sexuales, a las minorías.
Convocó a los sindicatos y llamó a los empresarios a respetar los derechos de la clase obrera.
Francisco se comprometió a fondo con la defensa de la naturaleza y alertó sobre el cambio climático. Denunció los estragos del capitalismo y en particular del neoliberalismo devastador sobre el cuidado de la “casa común”.
Hipervínculo: https://www.youtube.com/shorts/0EPo4FAWOSM
Cuestionó a los traficantes de droga y de armas. “Los mafiosos están excomulgados y en la Iglesia no hay lugar para ellos”, señaló. Defendió a los migrantes, hombres y mujeres, que viajan con sus miserias y sus niños a cuestas.
Son cientos de miles de personas que huyen del hambre, de la crisis climática o las guerras. Transitan por el Mediterráneo o el Darién, despojadas de sus derechos fundamentales, su dignidad e incluso de su vida, frente a la indiferencia internacional.
En una década en la que, como consecuencia del avance de la ultraderecha, se endureció notoriamente la postura de los gobiernos a ambos lados del Atlántico frente a la migración.
En el plano geopolítico, se convirtió en un auténtico líder mundial, en una época en que escasean dichos liderazgos. Desde su tribuna privilegiada, en un ejercicio cuestionado por la derecha de todas partes, recriminó permanentemente a los países y grupos económicos dominantes, condenó las guerras que imponen, invocó la paz mundial. Lo llamaron comunista, castro chavista, anticristo.
Denunció los atropellos de Israel en el Oriente Medio y llamó a frenar el genocidio palestino. “Pido una vez más un alto el fuego inmediato en Gaza, la liberación de los rehenes y acceso a la ayuda humanitaria”, clamó pocas horas antes de morir.
Aun con el deterioro evidente de sus condiciones de salud, viajó en múltiples ocasiones, privilegiando siempre los países y territorios del Sur Global. Recorrió campos de refugiados, zonas de guerra, barriadas populares.
Es importante recordar algunas de sus intervenciones en Latinoamérica y el Caribe.
En diciembre de 2014, después de un acercamiento promovido por Francisco, EEUU y Cuba restablecieron relaciones diplomáticas.
En virtud de los acuerdos alcanzados, al año siguiente Obama visitó la Isla. Aunque no se rompió el bloqueo, avanzaron los intercambios entre los dos países. Pero Trump primero y después Biden dieron al traste con esos logros.
En 2016, el papa viajó a La Habana y tuvo allí un encuentro histórico con el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, para establecer nuevas relaciones con los ortodoxos. Este viaje respondió a su preocupación permanente por acercarse a las principales religiones del mundo.
También en el mismo año promovió el diálogo entre el gobierno y la oposición en Venezuela y recibió en distintas ocasiones al presidente y a algunos de los líderes opositores.
En septiembre de 2017 visitó Colombia, defendió el acuerdo de paz, suscrito el año anterior. Se reunió con víctimas del conflicto armado. Llamó a la juventud a defender la vida, la esperanza y la alegría.
En diciembre anterior, había hecho un esfuerzo adicional en torno a la paz. Invitó a una reunión conjunta en el Vaticano al entonces presidente Santos y a su principal opositor y enemigo del acuerdo, Álvaro Uribe.
Francisco fue humano, demasiado humano, como diría Nietzsche. Fanático del futbol. Hincha de San Lorenzo y de la selección argentina.
Por último, la sucesión es incierta y el proceso difícil. Hay un enfrentamiento claro entre los progresistas, a quienes él lideró y fortaleció y los más conservadores, reacios al cambio.
Sin duda, una decisión trascendental frente a los avances del fascismo en el mundo.
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