sábado, 26 de abril de 2025

A propósito de Francisco: el fin del mundo somos nosotros

 A quien aún no le haya quedado claro, Francisco es visto en Europa como el papa del fin del mundo. Claro, ellos son el centro -el centro que resplandece- y lo que proviene del fin del mundo es visto por sobre el hombro, con desprecio y con risitas burlonas.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica 
 
En ese sentido, Francisco era uno de nosotros, y como tal se asumió. No era, tampoco, uno de nosotros cualquiera, sino uno progresista. Es decir, era uno de los cuales se pueden poner en una lista en la que también están Mujica, Evo, Correa, Lula, Fidel, Cristina, Néstor y el Che, para hacer la lista corta. Cada uno con su perfil sui géneris, con sus aciertos y sus yerros, sus posibilidades y sus límites.
 
Estos nosotros nos sentimos reiteradamente representados por Francisco. Varias veces pensamos que era la voz latinoamericana más clara en medio de la confusión que prevalece en nuestros días. A veces, la claridad del papel que jugaba la tuvieron más sus opositores, algunos de los cuales pedían a su Dios en grupos de oración que se lo llevara pronto. Ahora han de estar contentos y complotando veinticuatro horas al día para poner otro Ratzinger o Wojtyla en el trono de San Pedro.
 
El papa Francisco es producto de nuestra historia turbulenta y contradictoria; una historia con luces y sombras, y así también la suya. No fue un santo, aunque tal vez dentro de poco la curia vaticana lo transforme en uno de los suyos. 
 
En América Latina, el siglo XX nos legó sacerdotes como Camilo Torres, Óscar Arnulfo Romero, Juan José Gerardi, Rutilio Grande o los curas villeros de Argentina. Todos comprometidos con los pobres de la tierra. A esa lista habrá que agregar, ahora, a Francisco, el papa de los migrantes, de los movimientos sociales con los que se reunió en Bolivia y de la agredida naturaleza reducida a pura mercancía.
 
Como a los enumerados arriba, Francisco fue denostado por esa derecha vulgar que ahora pulula por América. El actual presidente de su país le llamó “el maligno” y le dedicó una retahíla de insultos. La derecha norteamericana, alguna atrincherada en la misma Iglesia que él dirigía, le abrió expedientes virtuales para demostrar que era herético, y en España, una derecha vinculada a Vox y al Partido Popular no tuvieron escrúpulos en abandonar su catolicismo de golpes en el pecho a la hora de criticarlo.
 
Como todos los arriba nombrados en ese listado que hemos traído a colación a manera de ejemplo, Francisco es producto de su tiempo, de la institución que terminó liderando y de sus propias convicciones y limitaciones personales. Se acercó y tuvo gestos inéditos en el Vaticano con los homosexuales, los transexuales, los divorciados y las mujeres, pero como ya se ha remarcado por quienes ven la paja en el ojo ajeno, no llegó a tomar medidas que seguramente son necesarias para una mayor apertura que refresquen a la Iglesia. Puso, sin embargo, por primera vez, a mujeres en puestos claves en un aparato burocrático plagado de intereses que ha de ser de terror. Literalmente. 
 
Ahora, a rey muerto, rey puesto. Los gallinazos sobrevuelan en círculos sobre la Capilla Sixtina maquinando para evitar que llegue otro que les agüe la fiesta. Eso debe ser un adelanto del infierno que los murales de la Capilla ilustran en clave renacentista. Para nosotros, los del fin del mundo, como nos ilustra Joan Manuel Serrat, con el fin de la fiesta, volveremos a nuestra pobreza, el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas.

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