Ante el bicentenario del despliegue de aquel proceso emancipador, pareciera que las claves de Martí siguen siendo pertinentes para analizar aquella epopeya a la luz de los requerimientos de la hora actual de nuestros pueblos.
Pedro Pablo Rodríguez / LA VENTANA
(Ilustración: "Martí" de Ernesto García Peña)
Intervención del historiador cubano en el Coloquio Internacional “La América Latina y el Caribe entre la independencia de las metrópolis coloniales y la integración emancipatoria”
En 1881, en discurso que le ganó el respeto de la clase ilustrada de Caracas, José Martí dijo que al poema de 1810 le faltaba una estrofa que él quiso escribir, pero que fue vencido.[1] Aludía así a su activa presencia entre los patriotas que organizaron en Cuba, en 1878, el segundo esfuerzo armado para la independencia, llamado la Guerra Chiquita.
Ese obvio engarce de la libertad de su patria con el proceso emancipador del continente se basaba en su conocimiento de que para muchos de los próceres iniciadores de aquella pelea continental, especialmente para Simón Bolívar, aquella debería incluir las posesiones españolas en las Antillas, y de que hubo varios esfuerzos liberadores en el decenio de los 20 del siglo XIX impulsados o apoyados desde Colombia y México.
Pero también hubo en Martí una voluntad expresa de entender la batalla contra el colonialismo hispano en Cuba como continuadora de aquella epopeya, tanto por razones ideológicas como históricas, y, sobre todo, como elemento clave que sustentaba en la unidad de las fuerzas emancipadoras de los principios del siglo su propio afán de asociar íntimamente a los pueblos que él llamaba Nuestra América en una acción unida frente al peligro para la soberanía de estas repúblicas que representaba el nacimiento del imperialismo de Estados Unidos.
Él mismo sintetizó esa perspectiva mediante lúcida imagen en su ensayo cenital “Nuestra América”, de 1891, cuando escribió: “Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”.[2]
Por tanto, el acercamiento martiano al tema de las independencias hispanoamericanas estaría condicionado por semejantes perspectivas, que a la vez, le servirían de lección esencial para fundamentar ante los cubanos sus propias concepciones acerca de la revolución y de la república de amplias mayorías populares que habría de fundarse en la Isla y desde la cual se trabajaría para la nueva actuación continental unida.
Alrededor de dos ideas centrales se organiza el enjuiciamiento martiano acerca de este asunto, que, dada su presencia en varios de sus textos básicos, puede considerarse un tema dentro de su obra, a pesar de que no dedicó un escrito en particular a un análisis sistemático de ello, aunque sí lo hizo con personalidades mayores de la epopeya como Simón Bolívar y José de San Martín.
Estas ideas centrales son que las independencias no se hubieran alcanzado sin la participación masiva de los sectores populares en su favor y sin la acción unida de las fuerzas patrióticas del continente. Ambas constituirían, a su vez, ideas claves también en su criterio acerca de la revolución anticolonial que estaba pendiente en Cuba, tarea en la que se empeñó plenamente. Trabajaremos con la exposición de estas ideas en cuatro documentos fundamentales de diferentes momentos de la vida martiana.
En 1877, mientras residía en la Ciudad de Guatemala, el cubano recibió la solicitud de autoridades gubernamentales para que escribiese una pieza teatral para las conmemoraciones de aquel año por la independencia de aquella nación y de toda Centroamérica. En pocos días entregó Patria y libertad, obra que, no por casualidad lleva por subtitulo el de Drama indio: desde ese encabezamiento queda claro que para el joven exiliado cubano la independencia era asunto también de los pueblos originarios, no solo de los blancos, durante el desarrollo de la trama. Pero el desarrollo de la trama y sus personajes muestran que para Martí aquellos pueblos autóctonos desempeñaron un papel protagónico en la historia.[3]
La acción del drama tiene lugar durante un solo día: obviamente, el 15 de septiembre de 1821. Lo interesante es que Martí recrea los hechos ficcionalmente, y aunque menciona a personalidades históricas de aquella situación, en verdad son Martino y el Indio, y en menor medida el criollo Pedro, los personajes en escena que lideran el movimiento patriótico y obligan a retirarse a los representantes del colonialismo, identificados como un sacerdote, un noble y los funcionarios de la Corona española.
Martino —obsérvese la cercanía de ese nombre con el de Martí— es presentado como mestizo y subversivo, y en su discurso patriótico asume las victorias de Maipo y Carabobo, la voz de Miguel Hidalgo, la mirada de Bolívar y el afán justiciero que movía al Continente desde el río Bravo hasta el Paraguay,[4] al igual que los mártires de la libertad frente a la Conquista: Moctezuma, Hatuey, Cuahtémoc y Anacaona.
Esa relevancia protagónica de los pueblos originarios se aprecia, por último, en el cierre del drama mediante un abrazo alegórico entre Martino, y dos mujeres, Coana e Indiana, según señala Martí en una acotación, como “símbolos de las dos Américas, iluminados por la clara luz del fondo”.
Esa expresa toma de partido martiana se manifiesta en el debate entre el sacerdote que pretende asustar a Pedro, el criollo, cuando le dice: “¡Ay de vosotros si despierto el indio / La humilde paja de su choza incendia!” Y este responde afirmando que, sin embargo, son la nobleza, la iglesia y el claustro, “los que adornan con huesos sus zaguanes”. No fueron los indios, pues, los que cometieron acciones inhumanas y bárbaras.
En 1880, ante los emigrados cubanos de Nueva York, Martí afirmó que el pueblo, la masa dolorida era el verdadero jefe de las revoluciones.[5] Y en ese mismo discurso afrontó la campaña de los enemigos de la lucha armada por la independencia, quienes repetían que la guerra era de razas, y que los negros la hacían contra los blancos. Era un viejo argumento racista, de matriz esclavista, para mantener las divisiones entre los cubanos, al que se le conoce como el miedo al negro. Martí lo compara con lo que pudiéramos llamar el miedo al indio, y traza un desmistificador paralelo entre ambos temores. Así, menciona a “los hombres de color, los negros y los mulatos”, y se pregunta:
¿Son acaso una cohorte sanguinaria, que habrá, con soplos huracánicos, de arrancar de raíz cuanto hoy sustenta el suelo de la patria? ¡Ah! Esto decían los españoles de los indios, tan ofendidos, tan flagelados, tan anhelosos como los negros de su inmediata emancipación; esta amenaza suspendían sobre las frágiles cabezas, cuando el aliento de Bolívar, más grande que César, porque fue el César de la libertad, inflamaba los pueblos y los bosques, y levantaba contra los dueños inclementes las orillas de los mares y el agua turbulenta de los ríos! Y la independencia de América se hizo. Y con la faz radiante, aunque con el pecho devorado por el cortejo de rencores y apetitos que dejó en lúgubre herencia la colonia, la tierra redimida se alzó como una virgen, pura aún después de su tremenda violación, a ceñir sobre la frente de los buenos la premiadora palma tinta en sangre.
Pero los fatídicos anuncios no se realizaron; los indios no vinieron como torrentes desbordados de las selvas, ni cayeron sobre las ciudades, ni quemaron con sus plantas vengativas las yerbas de los campos, ni con huesos de blancos se empedraron los zaguanes de las casas solariegas. Ni una sola tentativa, ni un solo rugido de cólera turbaron la paz de los difíciles albores. De viejos males vienen los males nuevos, —que no de la vergüenza ni de la impaciencia de los indios.[6]
Estos “ímpetus americanos” del discurso,[7] como Martí mismo dice, que no constituían el centro de este texto que nos ocupa, no dejan de enunciar en el final de esta larga cita referida al tema de la independencia continental cómo aquellos pretextos racistas y divisionistas continuaban sirviendo ya en su época para ocultar la verdadera causa de los males republicanos.
Varios años más tarde, en 1889, Martí se reunió con los delegados de Hispanoamérica a la Conferencia Internacional Americana convocada por Estados Unidos. Su palabra se escuchó en la Sociedad Literaria Hispanoamericana, institución de la que era su principal animador, en una pieza oratoria excepcional conocida con el nombre de “Madre América”, en la que ofrece un examen paralelo de las historias, condiciones y realidades diferentes y contrapuestas entre el pueblo del Norte y sus vecinos del Sur. Para entonces, y justamente impulsado por aquella reunión, el cubano sentía como algo de la mayor urgencia la denuncia de la intención imperial estadounidense y el llamado a la unidad hispanoamericana frente a ella.
Al comparar los procesos independentistas de ambas zonas del Continente, presenta el del Sur del modo siguiente.
¿Qué sucede de pronto, que el mundo se para a oír, a maravillarse, a venerar? ¡De debajo de la capucha de Torquemada sale, ensangrentado y acero en mano, el continente redimido! Libres se declaran los pueblos todos de América a la vez. Surge Bolívar, con su cohorte de astros. Los volcanes, sacudiendo los flancos con estruendo, lo aclaman y publican. ¡A caballo la América entera! Y resuenan en la noche, con todas las estrellas escondidas, por llanos y por montes, los cascos redentores.[8]
Las imágenes, grandiosas y trepidantes, de original aliento modernista, entregan la idea de la unidad emancipadora: “los pueblos todos”, “la América entera”. Los contrastes refuerzan ese criterio: son estallidos de volcanes, que dan luz y calor al continente que sale ensangrentado de la oscuridad de la inquisición, que, obviamente, apagaba vidas y almas. Y, curiosamente, esa redención es asociada por Martí con el caballo, que fuera elemento esencial y símbolo de la Conquista. Con la pelea por la libertad, “los cascos redentores”, los dominados se apropian de aquel símbolo y lo convierten en su opuesto; el símbolo de la libertad.
Hay más en ese discurso martiano de 1889. Nuestra primera emancipación fue ejecutada por las clases populares, por el hombre natural, como entonces solía decir el cubano. ¿Quiénes van, según él, a la pelea libertadora?
Hablándoles a sus indios va el clérigo de México. Con la lanza en la boca pasean la corriente desnuda los indios venezolanos. Los rotos de Chile marchan junto, brazo en brazo, con los cholos del Perú. Con el gorro frigio del liberto van los negros cantando, detrás del estandarte azul. De poncho y bota de potro, ondeando las bolas, van, a escape de triunfo, los escuadrones de gauchos. Cabalgan, suelto el cabello, los pehuenches resucitados, voleando sobre la cabeza la chuza emplumada. Pintados de guerrear vienen tendidos sobre el caballo los araucos, con la lanza de tacuarilla coronada de plumas de colores; y al alba, cuando la luz virgen se derrama por los despeñaderos, se ve a San Martín, allá sobre la nieve, cresta del monte y corona de la revolución, que va, envuelto en su capa de batalla, cruzando los Andes.[9]
Esas tropas de indios, de negros, de mestizos, de gauchos tienen líderes blancos e ilustrados: Bolívar, Hidalgo y San Martín. No es casual que ellos sean los tres héroes recogidos por Martí en su artículo así titulado, “Tres héroes”, en La Edad de Oro, su revista para niños. El escritor destaca cómo estos héroes no desdeñaron a esas masas, sino que marcharon a su frente, y por eso triunfaron sobre la dominación colonial.
El final del largo párrafo que he venido citando del discurso, insiste en .la unidad y en la ausencia de ayuda exterior: “¿Adónde va la América, y quién la junta y guía? Sola, y como un solo pueblo se levanta. Sola pelea. Vencerá, sola”.[10]
Sin embargo, en contraste significativo, cuando en ese mismo texto se refiere a la independencia de las Trece Colonias, sí menciona y destaca la colaboración de otras naciones.
El último escrito martiano que deseo tratar es su discurso sobre Bolívar, pronunciado en la misma Sociedad Literaria de Nueva York, en 1893. En esta pieza magistral en que el Libertador es también asociado con los volcanes y el caballo, y a pesar de que es su persona el objeto de enjuiciamiento, Martí no deja de registrar nuevamente la importancia de las clases populares en la pelea libertadora ni de la acción unida de los pueblos de nuestra América.
Bajo las sotanas de los canónigos y en la mente de los viajeros próceres venía de Francia y de Norteamérica el libro revolucionario, a avivar el descontento del criollo de decoro y letras, mandado desde allende a horca y tributo; y esa revolución de lo alto, más la levadura rebelde y en cierto modo democrática del español segundón y desheredado, iba a la par creciendo, con la cólera baja, la del gaucho y el roto y el cholo y el llanero, todos tocados en su punto de hombre: en el sordo oleaje, surcado de lágrimas el rostro inerme, vagaban con el consuelo de la guerra por el bosque las majadas de indígenas, como fuegos errantes sobre una colosal sepultura. La independencia de América venía de un siglo atrás sangrando: ¡ni de Rousseau ni de Washington viene nuestra América, sino de sí misma![11]
Esa originalidad, esa autoctonía, que el orador destaca al final de la cita, le serviría luego para dar la explicación de la grandeza histórica de Bolívar, cuyos ilustres antecesores menciona el cubano: Antequera, Tupac Amaru, el rey de los mestizos en Venezuela, Salinas, Quiroga. Morales, León, José España, Galán, Berbeo.
Y de ese conjunto de personalidades de grupos raciales diversos, de esos mismos grupos salió el Libertador para Martí.
…¡y, de esta alma india y mestiza y blanca hecha una llama sola, se envolvió en ella el héroe, y en la constancia y la intrepidez con ella; en la hermandad de la aspiración común juntó al calor de la gloria, los compuestos desemejantes; anuló o enfrenó émulos, pasó el páramo y revolvió montes, fue regando de repúblicas la artesa de los Andes, y cuando detuvo la carrera, porque la revolución argentina oponía su trama colectiva y democrática al ímpetu boliviano, ¡catorce generales españoles, acurrucados en el cerro de Ayacucho, se desceñían la espada de España![12]
De nuevo, pues, Martí recalca la unidad (“la hermandad de la aspiración común”) y ahora, ante el caso de Bolívar, alaba su capacidad de juntar “compuestos desemejantes”, o sea, esa “alma india y mestiza y blanca hecha una llama sola.”
Así, el artífice de la unidad de los cubanos para la independencia tras más doce años de esfuerzos, valoraba la significación y el ejemplo del Libertador.
Ante el bicentenario del despliegue de aquel proceso emancipador pareciera que las claves de Martí siguen siendo pertinentes para analizar aquella epopeya a la luz de los requerimientos de la hora actual de nuestros pueblos. Que así sea.
Notas:
1. Fragmentos del discurso en el Club del Comercio pronunciado el 21 de marzo de 1881. José Martí. Obras completas, edición crítica, La Habana, 2003, tomo 8, p. 40.
2. “Nuestra América”. Martí, José. Obras completas, 27 tomos, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1965, tomo 6, p. 15.
3. Véase un amplio estudio de este asunto en mi texto titulado ‘Por libertad y dignidad luchamos.’ “José Martí ante la independencia hispanoamericana en Patria y libertad.” Honda. Revista de la Sociedad Cultural José Martí. La Habana, No. 28., 2010, pp. 26-31.
4. Merece un estudio el por qué Martí excluye al resto de la región del Plata.
5. Martí, José. Obras completas, edición crítica. La Habana, Centro de Estudios. Martianos, 2002, tomo 6, p. 145.
6. Ob. cit., pp. 155-156. Las negritas son mías.
7. Ob. cit., p. 156.
8. Martí, José. Obras completas, 27 tomos, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1965, tomo 6, p. 137-138.
9. Idem.
10. Idem.
11. Martí, José. Obras completas, 27 tomos, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1965, tomo 8, p. 244.
12. Ibid., pp. 244-245.
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