A lo largo de los últimos 30 años las tres vertientes de origen de la cultura de la naturaleza en Panamá tienden a converger en algunas verdades de aquellas que, al decir de José Martí, caben “en el ala de un colibrí”.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá
“Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer […] Esto es luz, y del sol no se sale.”[1]
Uno de esos ámbitos, de importancia cada vez mayor, es el de la gestión ambiental en todo el territorio del Istmo. Esto no es poca cosa. El protectorado fue establecido para construir un canal interoceánico que, entre 1906 y 1914, inundó el valle del río Chagres – el más importante de la región central del país-, y cortó el puente terrestre entre las Américas, formado seis millones de años antes. Tal fue, también, el marco de nacimiento de una cultura de la naturaleza – posteriormente, ambiental – en nuestra sociedad.
Esa cultura nació de una raíz cientificista y conservacionista, característicamente anglosajona para su tiempo, tanto en su fundamentación como en la exoticidad que atribuyó a la sociedad y el ambiente del Istmo. Ella tuvo su expresión más característica en el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, al que se sumó después el Instituto Conmemorativo Gorgas de Medicina Tropical e Higiene. En su entorno, además, surgieron entidades como la Sociedad Audubon, que sigue activa en el país.
El énfasis conservacionista de esa primera vertiente de nuestra cultura de la naturaleza entraría en un conflicto ascendente con las políticas desarrollistas adoptadas por los gobiernos panameños desde mediados de la década de 1950. Esas políticas, en efecto, propiciaron por ejemplo la colonización ganadera del Darién y de la región centro-occidental de la vertiente atlántica del Istmo, así como el inicio de la construcción de hidroeléctricas, que alcanzaría especial importancia en la década de 1970.
Aquella política desarrollista vinculó al Estado panameño con las crecientes normativas ambientales promovidos por las entidades financieras internacionales, los Estados de los países más desarrollado y las entidades de las Naciones Unidas, sobre todo a partir de la I Conferencia Internacional sobre Ambiente y Desarrollo, celebrada en 1972. En este proceso, además, tuvo especial incidencia la negociación del Tratado Torrijos-Carter, por medio del cual el Estado panameño se obligó a gestionar la cuenca del río Chagres para garantizar el abastecimiento de agua del Canal y sus ciudades terminales, enfrentándolo a la necesidad de iniciar el desarrollo de una institucionalidad ambiental en el país.
De ese periodo data la formación, en Panamá como en el conjunto de nuestra América, de otra vertiente de la cultura de la naturaleza, de raíz estatal y visión tecnocrática y legalista, mientras el conservacionismo se expandía entre las capas medias educadas a través de la multiplicación de organizaciones no-gubernamentales llamadas (justamente) “de ambiente y desarrollo”. Esta vertiente encontró su soporte académico en las ciencias naturales – en particular la forestería, la biología y la ecología -, y en el derecho y la economía ambientales.
La síntesis mayor de ese soporte puede encontrarse en el libro Estilos de Desarrollo y Medio Ambiente, editado por Osvaldo Sunkel y Nicolo Gligo, y publicado por la CEPAL y el Fondo de Cultura Económica en 1980. Los especialistas en aquellas disciplinas aportaron la masa principal de cuadros técnicos que participaron en la creación de los Ministerios de Ambiente a fines de siglo, con orientación y apoyo financiero de entidades como el Banco Interamericano de Desarrollo.
La creciente injerencia del ambientalismo estatal en lo económico encontró una creciente resistencia – si bien por distintas razones - tanto de sectores empresariales conservadores, como del ambientalismo conservacionista. Esa resistencia tuvo su expresión inicial en el aparente dilema entre conservación o desarrollo, que animó en importante medida la formación de la cultura de la naturaleza en Panamá a lo largo de las décadas de 1980 y 1990.
Para fines de esa última década, la gestión de la cuenca del Canal abrió paso a una tercera vertiente de nuestra cultura de la naturaleza, a partir de la resistencia de los campesinos de la cuenca del río Indio a la inundación de sus tierras para la creación de una reserva de agua para la operación de la vía interoceánica. Esto, a su vez, impulsó la multiplicación de movimientos de resistencia a la construcción de nuevas hidroeléctricas y a la minería a cielo abierto por parte de movimientos de raíz indígena y campesina en todo el país.
Esta resistencia, a su vez, encontró apoyo en un sector de la intelectualidad previamente vinculada a movimientos sociales que se pronunciaban contra el neoliberalismo, sobre todo en áreas urbanas. Esta confluencia generó una tercera vertiente, que podríamos llamar socio ambiental, en nuestra cultura de la naturaleza.
Esta vertiente podría ser llamada transdesarrollista, en cuanto aborda los problemas ambientales desde la perspectiva de la sostenibilidad del desarrollo humano, a menudo con aspiraciones de avanzar hacia una situación de buen vivir semejante quizás al Sumak Q’awsay de los pueblos andinos. Si bien esta vertiente de la cultura de nuestra naturaleza ha encontrado aliados en campos como la biología y las ciencias sociales, aún no parece haber generado un pensar equivalente al de otras de sus semejantes en nuestra América en campos como la ecología política, la economía ecológica y la historia ambiental.
Lo importante, en todo caso, es que los ambientalismos que van dando forma a la cultura de la naturaleza en Panamá no existen en una mera relación de conflicto, sino que interactúan y se influyen entre sí, y las contradicciones que existen entre ellos son las de la sociedad de cada uno expresa. Esa interacción confirma dos principios planteados por el papa Francisco con respecto a los procesos de formación de una cultura nueva.
El primero nos recuerda que “la realidad es superior a la idea”, lo cual nos llama a “evitar diversas formas de ocultar la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los nominalismos declaracionistas, los proyectos más formales que reales, los funda- mentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría.” [2]Al respecto, añade, conviene recordar que a idea “está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad.” Por eso mismo, “desconectada de la realidad origina idealismos y nominalismos ineficaces, que a lo sumo clasifican o definen, pero no convocan. Lo que convoca es la realidad iluminada por el razonamiento.”
El segundo principio, consiste en que el todo “es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas.” Por lo mismo, añade, siempre “hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos.” Así, en el cambio cultural el modelo “no es la esfera […] donde cada punto es equidistante del centro”, sino “el poliedro, que refleja la confluencia de todas las parcialidades que en él conservan su originalidad.” [3]
La formación de la moderna cultura de la naturaleza en Panamá hace parte de un proceso en el cual todas sus vertientes “tienen algo que aportar que no debe perderse.” Esa cultura, en efecto, hace parte de “la conjunción de los pueblos que, en el orden universal, conservan su propia peculiaridad”, pues expresa a “la totalidad de las personas en una sociedad que busca un bien común que verdaderamente incorpora a todos.”
Así, a lo largo de los últimos 30 años las tres vertientes de origen de la cultura de la naturaleza en Panamá tienden a converger en algunas verdades de aquellas que, al decir de José Martí, caben “en el ala de un colibrí”. La primera consiste en que nuestra sociedad y su Estado no está diseñados para el desarrollo sostenible, sino para el crecimiento sostenido. La segunda, en que, si deseamos un ambiente distinto, tendremos que crear una sociedad diferente. Y la tercera, en que identificar esa diferencia, y ejercerla, ya no es una opción sino una necesidad para hacer sostenible el desarrollo de la especie que somos. Y en esto no estamos solos: cambiamos con el mundo, para ayudarlo a cambiar.
Alto Boquete, Panamá, 2 de octubre de 2021
NOTAS:
[1] "En casa", Patria, 26 de enero de 1895. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V: 468 – 469.
[2] Evangelii Gaudium (2013), 231-232. http://www.aciprensa.com/Docum/evangeliigaudium.pdf
[3] Ídem, 235-236
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