A donde llegó José Mujica, los jóvenes se sintieron convocados por quien se presentó como despreocupado por la posesión de cosas; indiferente a los cantos de sirena del poder; preocupado por el otro, no solo por su situación económica, sino también espiritual.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
José Mujica, el ex presidente de Uruguay que falleció está semana, además de ser una figura política pública relevante, inscrito en el progresismo latinoamericano -una de las corrientes políticas cuyo protagonismo ha caracterizado a América Latina en los últimos 25 años- se transformó en un referente cultural destacado de los inicios del siglo XXI, caracterizado por el predominio, prácticamente universal, de los valores del capitalismo tardío.
Aunque el capitalismo siempre ha promovido y se ha basado en los valores que caracterizan a esta etapa, el individualismo, la competencia, la búsqueda del éxito personal y el consumismo, es ahora cuando se han expandido casi totalmente a todo el planeta y se han profundizado.
Como el Rey Midas de la mitología griega, quien transformaba en oro todo lo que tocaba, el capitalismo convierte en mercancía cada vez más cosas de nuestro entorno, sin dejar nada por fuera. Todo puede ser comercializable, transable, monetizado. Nada escapa al toque de Midas que nos transforma a nosotros mismo en mercancía, desde lo que somos físicamente hasta nuestro yo intangible.
Animado por la necesidad que tiene de crecimiento continuo (si se detiene o estanca, perece) incentiva permanentemente y por todos los medios el consumo -mientras más suntuario mejor- en sociedades en las que, cada día más, mucha gente ve precarizada su vida. La felicidad y el sentido de la vida estaría asociado a la mayor posesión de bienes materiales que, sin embargo, solo ciertos grupos sociales restringidos alcanzarían. El resto, debe contentarse con aspirar a tener eso que da acceso a un horizonte de felicidad perpetua.
Pero el mundo del capitalismo no está diseñado para la satisfacción de esas aspiraciones, ni siquiera para suplir las necesidades básicas de la mayoría. La generalidad de las personas, que están continuamente bombardeadas por esa dinámica aspiracional, lo que realmente viven es la frustración de poder alcanzar ese horizonte.
La proliferación de “soluciones” que da el capitalismo a esa frustración, al mundo vacío y sin sentido que provoca ese mundo aspiracional son cursos sustentados en una filosofía de tipo New Age que propone bucear en el interior de las personas tratando de encontrar “lo esencial”; publicaciones de autoayuda que pretenden dar la fórmula del equilibrio emocional, y la aparición de gurús que se aprovechan del vacío interior de quienes, enrolados en la vorágine acumulativa, sienten que la vida se les va por un caño.
La gente joven es uno de los principales segmentos que sufren esta situación. Ubicados en el momento de la vida cuando hay que definir el rumbo, viendo el ejemplo que le brindan las viejas generaciones enroladas en estas dinámicas, otean el horizonte tratando de encontrar ejemplos auténticos que marque un rumbo distinto.
Es por eso que José Mujica ejerció tanta atracción entre la juventud. A donde llegó, los jóvenes se sintieron convocados por quien se presentó como despreocupado por la posesión de cosas; indiferente a los cantos de sirena del poder; preocupado por el otro, no solo por su situación económica, sino también espiritual.
Mujica se convirtió por eso en un ejemplo a seguir, por la consecuencia entre el decir y el hacer. En su pequeña granja de los alrededores de Montevideo, sin parafernalia y con sencillez, recibió a dignatarios de todo el mundo.
Si alguna conclusión más allá de él podríamos sacar, es que el mundo está deseoso de algo diferente a lo que le ofrece el mundo vacío y sin sentido contemporáneo dominado por el capitalismo tardío neoliberal. Su autenticidad y parquedad, lejos de la obnubilación de las luminarias del poder, lo transformaron en modelo de quienes quieren un mundo distinto y mejor.
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