El espíritu de James Blaine agoniza hoy, pero no ha muerto. Vive en lo que
resta de la organización panamericana en que vino a encarnar la política
imperial que promovió, dedicada a enfrentar entre sí a los gobiernos de nuestra
América, que no a sus pueblos, en un esfuerzo incesante por impedir la
formación de la familia de repúblicas libres a que aspiraba Martí.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde
Ciudad Panamá
“Y el ojo es
retador, agresivo, frío, viscoso, y más muro que puerta, hecho para citar al
combate y gozarse en él, y en ver postrado al enemigo, no – como otros ojos –
para llamar a los hombres, y dejar que entren como en casa propia por el
palacio del alma. Es ojo que espera a pie, que no se echa atrás, que no se
cierra de noche, que ha vuelto cínico y duro de su viaje por las almas: ojo de
esmalte: un diamante negro embutido en marfil: ojo de corso.”
José Martí, “Noche de Blaine”, 1888. [1]
James
Blaine (1830-1893) fue un político republicano estadounidense.
Miembro del Congreso entre 1863 y 1875, ocupó en 1881 la Secretaría de Estado
en el gobierno del presidente James Garfield, promoviendo un comercio más libre
en las Américas para poner coto a la influencia británica en la región. De
regreso al cargo en el gobierno del presidente Benjamin Harrison entre 1889 y
1892, convocó en 1890 la Primera Conferencia Panamericana, realizada en
Washington, con el objetivo de extender el comercio y la influencia política de
los Estados Unidos en todo el hemisferio [2].