sábado, 27 de julio de 2019

Ojo de corso: retrato del político imperial

El espíritu de James Blaine agoniza hoy, pero no ha muerto. Vive en lo que resta de la organización panamericana en que vino a encarnar la política imperial que promovió, dedicada a enfrentar entre sí a los gobiernos de nuestra América, que no a sus pueblos, en un esfuerzo incesante por impedir la formación de la familia de repúblicas libres a que aspiraba Martí. 

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

“Y el ojo es retador, agresivo, frío, viscoso, y más muro que puerta, hecho para citar al combate y gozarse en él, y en ver postrado al enemigo, no – como otros ojos – para llamar a los hombres, y dejar que entren como en casa propia por el palacio del alma. Es ojo que espera a pie, que no se echa atrás, que no se cierra de noche, que ha vuelto cínico y duro de su viaje por las almas: ojo de esmalte: un diamante negro embutido en marfil: ojo de corso.”
José Martí, “Noche de Blaine”, 1888. [1]

James Blaine (1830-1893) fue un  político republicano estadounidense. Miembro del Congreso entre 1863 y 1875, ocupó en 1881 la Secretaría de Estado en el gobierno del presidente James Garfield, promoviendo un comercio más libre en las Américas para poner coto a la influencia británica en la región. De regreso al cargo en el gobierno del presidente Benjamin Harrison entre 1889 y 1892, convocó en 1890 la Primera Conferencia Panamericana, realizada en Washington, con el objetivo de extender el comercio y la influencia política de los Estados Unidos en todo el hemisferio [2].

Sabemos que José Martí cumplió un importante papel en el cuestionamiento de los objetivos de la Conferencia, y de los métodos utilizados por Blaine para alcanzarlos. Conocemos menos, sin embargo, del papel cumplido por Blaine como referente en el proceso de formación de la visión crítica de Martí sobre los Estados Unidos durante su exilio en ese país entre 1881 y 1895.

La primera referencia a Blaine en Martí en ese proceso ocurre en septiembre de 1881. El joven liberal hispanoamericano recién llegado a la primera sociedad construida por el capitalismo para el capital describe al entonces Secretario de Estado como alguien en quien “brilla luz de genio”, y que quiere “nación libre, tesoro puro, derecho asegurado; quiere la grandeza americana por las libertades que han hecho la fortuna de este pueblo, y la gloria de sus fundadores.”[3] Para comienzos de octubre, lo describe como “brillante hombre, capaz de una política sana, intrépida y gloriosa, y amigo de la América del Sur.”[4] Y para fines de ese mismo mes, como “un hombre poderoso, por el respeto que inspira, los recursos que crea, las simpatías que en torno suyo mantiene, y la maestría con que se mueve entre los graves obstáculos que le alzan sus temerosos adversarios.”

Para entonces, sin embargo, el elogio aparece ya matizado, al considerarlo Martí “un hombre sensible, arrogante, honrado, bueno, casi grandioso.” [5] Para diciembre lo ve rodeado por “el aplauso y el respeto” de quienes que admiraban sus dotes como polemista que “sacude sus frases como látigos, las lanza como azagayas, y las esgrime y hace relucir como floretes.”[6] Y en enero de 1882, destacó cómo había intimado “a Inglaterra que dejase a la Unión Americana, señora exclusiva de la América”.[7]

Para abril de 1884, ya desligado Martí de La Opinión Nacional de Caracas por diferencias de política editorial, más avezado en las entrañas de la política norteamericana y con un papel de creciente importancia en el movimiento revolucionario cubano, se produce un giro que será definitivo en su visión de Blaine y de los Estados Unidos. Ahora lo señala como un hombre de “espíritu napoleónico”, “jefe temido y brillante de los republicanos que sienten el poder de su nación, y creen indigno de un país de negociantes perder las oportunidades que hoy se le ofrecen para ejercitar sus fuerzas con provecho.”[8] Y en junio dirá, para La Nación, de Buenos Aires, que Blaine se encuentra “a la cabeza de los capitalistas, industriales amigos de la tarifa alta; y gente ambiciosa y acometedora.”[9]

Aquel en quien brillaba “la luz del genio” en 1881, pasa a ser, en el juicio que inspiran a Martí sus propuestas y sus actos, “persona pujante e inquieta, acusada, con asomo de justicia, de poco escrupulosa, y muy diestra en manejar pasiones de hombres””.  Visto desde nuestra América, Blaine emerge como alguien que, de llegar a la presidencia de los Estados Unidos, acarrearía luto “para este país y para la justicia”, para “algunas tierras de nuestra América que tienen las rodillas flojas”, y “para la misma libertad humana”, porque

Halaga odios; y no busca la manera de ennoblecer a los hombres, sino de lisonjearlos para que le sigan de buena voluntad.  Piensa en sí más que en su pueblo; y no vacila, con pretextos hipócritas o confesados, en llevarlo al ataque y a la aventura.[10]

Para mayo de 1885, esta caracterización culmina en un extraordinario retrato del demagogo imperialista. Blaine, aspirante a la nominación presidencial por su partido, es presentado ahora como aquel que “cuando necesita del influjo de un capataz de votos,”

inquiere, antes de procurarlo, cuál es su pasión, para halagársela; o su precio, para pagárselo; o su vanidad, para acariciársela; o el puesto que apetece, para empeñárselo; el que, con mayor apego a sí que a su pueblo o al pueblo humano, afloja en la defensa de lo que mantiene, o lo abandona, o lo defiende con más brío, según acomode a aquellos de quienes ha menester para lograr el mando; el que, sabedor de que la razón es de suyo, como que está convencida de su justicia, confada y desdeñosa, y la preocupación impresionable y activa, opone a la razón de sus contendores cuanta preocupación, odio o cizaña encuentra a mano; - el que no ve en sus capacidades intelectuales una misión de de abnegada tutela de las capacidaes inferiores, sino un instrumento eficaz para perturbarlas y dirigirlas en provecho propio; - el que usa para sí lo que no recibió de sí, y no pone en la humanidad, sino que la corrompe y confunde; - el que no ve a los hombres como hermanos en desgracia a quienes confortar y mejorar, aun a despecho suyo, sino zócalo para sus pies, sino batalla de orgullo y de destreza, sino la satisfacción de aventajar en ardides y fortuna a sus rivales; el que no ve en la vida más que un mercado, y en los hombres más que cerdos que cebar, necios a quienes burlar, y a lo sumo fieras que abatir; - el que del genio tiene lo catilinario, cesáreo y luz bélico, y no lo humanitario y expansivo; - el que, como lisonja suprema a los hombres, cae en sus faltas y se vanagloria de ellas, - ese tendrá siempre la casa llena de clientes, y entrará en los combates seguido de gran número de partidarios.”[11]

Y, añade, “tiene el tacto de ver por donde va la pasión momentánea de su pueblo; y con saltos magníficos de tigre se pone a la cabeza de la pasión que pasa.”

Ya como Secretario de Estado del presidente Harrison, Martí que Blaine “conoce sus tiempos, que son de plena fuerza para su país, y de debilidad y descomposición en Europa”, y advierte que “ha visto de la otra América cosas que no debía ver, gente de rodilla caída y boca de súplica, que mueve más a verla con desdén que a respetarla: él une a su natural altivez la que en esta hora de salud se desborda de su pueblo.”[12] Desde allí, en 1890  y ya en el camino hacia la Conferencia Panamericana, advierte:

“¿no se sabe de sobra cuál es la idea americana del Secretario, y su juego cubierto y la promesa secreta de acometer lo que le da fuerza con la masa del país, - educada en la soberbia, - viciada por la victoria, espoleada por la necesidad, por la angustia en que la tiene el sistema de protección, por el miedo a los desórdenes sociales; - y dispuesta a acometer? ¿qué otra grandeza mostró nunca el Secretario, fuera de la de la intriga, si no es ésa, sorda y temible? ¿dónde está, aparte de la energía brillante en defender el interés de su persona, ese poder de creación, esa virtud majestuosa, esa chispa caritativa que revela el genio amable y humano? ¡Adquirir, eso lo sabe el gavilán, y lo sabe el buitre!”[13]

 

En su evolución hacia la plenitud de su madurez política, que le llevará organizar el Partido Revolucionario Cubano como medio para transformar la última guerra de independencia en la primera lucha de liberación nacional en nuestra América, Martí se nos revela como un maestro en el análisis de las condiciones subjetivas, y del papel de la batalla de ideas en la creación de esas condiciones en la lucha política. Así como Marx caracterizó al capitalista como capital personificado, Martí supo llegar a ver en Blaine a la personificación de la política imperialista que tomaba cuerpor en los Estados Unidos para fines del siglo XIX.

El extraordinario retrato que nos deja del demagogo imperial incluye, además, el de los medios para enfrentar los peligros que esa demagogia entraña para nuestra América. Así, nos dice que la Conferencia Panamericana, que Blaine aspiraba a ver como el mayor logro diplomático de su carrera,

pudo ser, a valer los pueblos de América menos de lo que valen, la sumisión humillante y definitiva de una familia de repúblicas libres, más o menos desenvueltas, a un poder temible e indiferente, de apetitos gigantescos y objetos distintos. Pero ha sido, ya por el clamor del corazón, ya por el aviso del juicio, ya por alguna levadura de afuera, la antesala de una gran concordia. ¿A qué detalles indiscretos, y gacetilla prematura, si esa es, después de mucho oír y palpar, la lección visible de la conferencia?[14]

El espíritu de Blaine agoniza hoy, pero no ha muerto. Vive en lo que resta de la organización panamericana en que vino a encarnar la política imperial que promovió, dedicada a enfrentar entre sí a los gobiernos de nuestra América, que no a sus pueblos, en un esfuerzo incesante por impedir la formación de la familia de repúblicas libres a que aspiraba Martí. Y en lo peor de sí, se metastatiza en lo más connotado de la reacción en nuestras propias sociedades.

Aún tendremos sin duda que sudar nuestras propias fiebres hasta alcanzar la salud cordial a que aspiramos, como supo verlo Martí. En ese empeño, el remedio decisivo está en la lección de 1890, que se va haciendo hoy más visible que nunca. Cumplido ese remedio, Blaine y sus émulos criollos de hoy encontrarán finalmente el lugar que merecen: una nota al pie de página en el último capítulo de la prehistoria de la Humanidad.[15]

Panamá, 26 de julio de 2019


[1] 1975, XIII, 362. “Noche de Blaine”. La Nación. Buenos Aires, 10 de diciembre de 1888. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975: XIII, 362
[3] “Carta de Nueva York”. La Opinión Nacional, Caracas, 5 de septiembre de 1881. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975: IX, 25-26.
[4]  “Noticias de los Estados Unidos”. La Opinión Nacional, Caracas, 1 de octubre de 1881.Ibid.: IX, 41
[5] “Carta de Nueva York”. La Opinión Nacional, Caracas, 26 de octubre de 1881. Ibid.: IX, 68
[6] “Carta de Nueva York”. La Opinión Nacional, Caracas, 12 de diciembre de 1881. Ibid.: IX, 147.
[7] “Carta de Nueva York”. La Opinión Nacional, Caracas, 6 de enero de 1882. Ibid.: IX, 206.
[8] “Blaine y Tilden”. La América. Nueva York, abril de 1884. Ibid.: XIII, 264.
[9] “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 6 de junio de 1884.Ibid.: X, 52.
[10] 1975, X, 68: “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 16 de julio de 1884. Ibid.: X, 68.
[11] “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 9 y 10 de mayo de 1885. Obras Completas. Edición Crítica. Centro de Estudios Martianos. La Habana,  2008. XXII: 59 - 60.
[12] “En los Estados Unidos. El Gabinete de Harrison”. La Nación. Buenos Aires, 17 de abril de 1889. Ibid.: XIII, 370.
[13] “En los Estados Unidos”. La Nación, Buenos Aires, 23 de enero de 1890. Ibid.: XII. 360
[14] “La Conferencia de Washington”. La Nación, Buenos Aires, 9 de mayo de 1890.Ibid.: VI, 80.


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