Después de la debacle electoral reciente, autonomistas e independentistas no pueden ignorar que el auge de las huestes anexionistas ha ocurrido bajo el Estado Libre Asociaciado y sus agencias ideológicas. Una grave crisis de identidad aqueja al pueblo puertorriqueño aquí y al otro lado del océano, que no se ha querido confrontar.
Jalil Sued Badillo/ Especial para En Rojo (Del periódico Claridad de Puerto Rico)
En 1986, a raíz de la caída del último Duvalier en Haití, una enfurecida multitud en Puerto Príncipe derrumbó la estatua de Cristóbal Colón y la tiró al mar correando ‘Haití para los haitianos’. En años más recientes, en el 2004, otra militante y enfurecida multitud en Caracas arrancó de cuajo la estatua de Colón enarbolando consignas que lo acusaban de genocidio. Decididamente, y aunque en formas menos dramáticas, la imagen del gran Almirante ha venido a menos tanto en España como en Nuestra América. ¿Qué se sabe por ese mundo ancho y ajeno que estamos ignorando los puertorriqueños? Porque en nuestros lares, un alcalde de Cataño se gastó dos millones de dólares para traer una estatua chatarrera supuestamente de Cristóbal Colón, obra de un ruso itinerante cuyo costo preliminar se calcula en más de treinta millones sólo para ensamblarla y montarla. El proyecto se estancó en Cataño y al rescate vino el municipio de Mayagüez y la empresa privada Holland Group con pretensión de hincarla en su zona portuaria como atractivo turístico. Hasta el momento, según la prensa, el municipio del mangó ha gastado cuatro millones en almacenaje y calcula en la friolera de unos cien millones el costo total del proyecto.
En 1992, año del quinto centenario del mal llamado “descubrimiento de América”, la administración de Joaquín Balaguer en Santo Domingo erigió un aparatoso mausoleo a Colón de 46 metros de alto, construido en mármol blanco y coronado por un faro de rayo laser que resultó muy costoso encender. Todo para depositar los restos óseos del descubridor que ahora resultó que estaban en Sevilla y no en la tumba dominicana donde los creyentes creían cándidamente. Esa aventura por erigir una especie de pirámide egipciaca tropical a Colón le costó al pueblo dominicano más de 200 millones de dólares. Hoy, toda la empresa es un chiste, un costoso chiste. Y con aquella aberración parece que quiere competir el municipio de Mayagüez.
No vamos a preguntarnos el porqué de una estatua adicional a Colón. El personaje ha sido hasta hace poco emblema de la superioridad racial y cultural de la Europa expansionista que desde el siglo 16 ha cubierto el planeta con sus tentáculos económicos. Descubrimiento ha sido eufemismo para conquista y para sometimiento y para explotación. Por lo cual Colón, el gran descubridor es, invariablemente también, el emblema del primer conquistador, del primer tirano y del primer explotador en aquel infame proceso histórico. Ha tomado medio milenio entender el reverso de la moneda. Colón es el símbolo del inicio del colonialismo en América. De aquel perverso proceso que fue responsable del genocidio indígena, de la esclavitud africana, del saqueo de los recursos naturales de nuestros suelos y de sus corolarios como el racismo, la pérdida de la autoestima de los criollos, su marginación en sus propios suelos, y la pérdida, al final, de su propia conciencia histórica. La lucha política y económica contra aquel colonialismo es, por supuesto, bicentenaria. Contra el viejo colonialismo español como contra su heredero norteamericano. Pero en la lucha se cruzan aún los imaginarios y las consignas de los nuevos conquistadores con las telarañas ideológicas que sobreviven en nuestras culturas nacionales del viejo imaginario español. Y el respeto a Colón es una de ellas. Es por eso que la violencia de los haitianos y los venezolanos contra la magna efigie cristobaleña fueron actos de despojo, de limpieza espiritual, de superación intelectual. Se les falta el respeto a los tiranos, se les combate.
Recientemente se ha publicado en España un documento terriblemente condenatorio de la gobernación de Colón en la Española y por nadie menos que por su principal biógrafa, la Dra. Consuelo Varela de la Universidad de Sevilla. El documento, producto del juicio incoado por su sucesor Francisco de Bobadilla, está repleto de testimonios de colonos, indígenas, frailes y letrados que acusan la conducta opresora y desalmada de Colón en la que fue primera colonia de América. Muy distante de reconciliar con una vida ejemplar a conmemorar o de un héroe a emular. Aun cuando los reyes decidieron no procesarle, le prohibieron pisar tierra dominicana nuevamente.
Si su figura se mantuvo favorable ante la opinión pública, no fue por ignorarse su trasfondo personal como traficante de indios, déspota y ególatra, pues se conocía aunque sin los detalles de la nueva documentación del archivo de Valladolid. Fue por el cultivo de las elites blancas latinoamericanas empeñadas en historiar una leyenda empresarial y blanquista para sus nuevas naciones mestizas. Pero Colón habría de ser más ampliamente cultivado en los Estados Unidos como el símbolo del origen blanco y europeo de sus nacionales. Su capital sería el ‘Distrito de Columbia’, su Universidad elite “Columbia University”, la Capital de un estado: Columbus, Ohio y efigie de monedas en 1892 a raíz del cuarto centenario del descubrimiento a quien jamás pisó territorio nacional norteamericano.
Es por eso que no hubo grupo minoritario en los Estados Unidos que no protestara frente a sus imágenes durante el 1992. Colón, pues, ha sido también el primer símbolo racista en el mito fundacional estadounidense y paradigma de la expansión del capitalismo hacia América.
Pero el desprecio a Cristóbal Colón no debe ser sino el comienzo de una más profunda y abarcadora revaloración de los símbolos culturales puertorriqueños, principalmente de aquellos promovidos por el Estado. Después de la debacle electoral reciente, autonomistas e independentistas no pueden ignorar que el auge de las huestes anexionistas ha ocurrido bajo el ELA [Estado Libre Asociaciado] y sus agencias ideológicas como Instrucción y el Instituto de Cultura. La victoria de los estadistas también se ha debido al fracaso de la ‘política cultural’ dominante desde el 1952. Una grave crisis de identidad aqueja al pueblo puertorriqueño aquí y al otro lado del océano que no se ha querido confrontar.
No se ha erradicado el sustrato racista de nuestro mito de origen: Nosotros no somos el producto de la mezcla biológica de tres razas. De ese postulado caemos en el racismo. Los orígenes geográficos de los sucesivos pobladores de la isla no definieron la cultura criolla. Los originarios no fueron los forjadores de nuestra identidad sino sus vástagos criollos. Esa visión de mogolla mecánica y determinante excluye la experiencia humana en este suelo, la interacción social, la cooperación y el conflicto que a la postre crearon el sentimiento de propiedad del suelo, de pertenencia y de lealtad. No fueron extranjeros los que por su mera presencia se transformaron en boricuas. Esa falacia subyace y corroe un sentido de identidad firme y duradera. Colón no es sino la punta del témpano en la agenda por repensar nuestra historia.
El autor es historiador y profesor en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.
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