Propongo
que próxima a la obra escultórica del artista uruguayo José Luis Zorrilla de
San Martín, se descubra un busto de Santiago Maldonado para homenajear su
idealismo y espíritu de libertad, valores capaces de contrapesar en algo o en
mucho -lo dirá el futuro- el secular y oscuro dominio del capitalismo
internacional y las oligarquías nativas sobre los sufridos habitantes de la
Tierra Azul: Calfu Mapu, en lengua mapuche.
Carlos María Romero Sosa /
Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos
Aires, Argentina
Fotografía de Santiago Maldonado. |
No
soy partidario de derrumbar estatuas. Ni de trasladarlas como se acaba de hacer
con la de Juana Azurduy. En el caso
concreto del bronce ecuestre del general Julio Argentino Roca emplazado en la
intersección de Diagonal Sur y las calles Perú y Alsina, es sabido que desde
tiempo atrás hay un movimiento de opinión que postula su retiro a iniciativa
del historiador y periodista Osvaldo Bayer, que dicho en lunfardo “la sabe
lunga” sobre injusticias sociales y matanzas a manos de los poderosos. Ese
repudio a Roca se lo viene haciendo en solidaridad con los pueblos originarios
aniquilados en la Campaña del Desierto, de sus sobrevivientes de entonces
reducidos a servidumbre en la isla Martín García y de sus descendientes invisibilizados hasta
hoy, más allá de la letra de la Constitución Nacional según su reforma de
1994.
Pero
al respecto será de convenir que la historia tiene varias caras que hay que
saber y sobre todo querer mirar. Y que al más que moralmente discutible jefe
militar de aquella lucha desigual con el aborigen, financiada por la Sociedad
Rural Argentina; el que en tanto símbolo de poderío perpetua su estatua acorde
con un relato que lejos está de admitir
con Ezequiel Martínez Estrada en “Muerte y transfiguración de Martín Fierro”,
que “la matanza final de los indios dio razón a las armas de fuego y a la fuerza,
pero no a la justicia”, cabría oponer la figura del político astuto, buen
conocedor de los hombres que en 1898 supo advertir el genio de Leopoldo Lugones
al ver nomás al escritor. O mejor del
estadista bajo cuyo mandato se sancionaron leyes como la de educación 1420, que
impulsó Sarmiento. Aquel Roca que designó por lo general ministros progresistas de la talla de Eduardo Wilde, de Luis María Drago, de Osvaldo Magnasco, incluso del católico
cordobés Manuel Pizarro que propugnó la creación de escuelas de artes y oficios
para capacitar a los trabajadores con miras a su elevación, un proyecto
efectivizado recién en la primera década del siglo XX. Y sobre todo de su Ministro del Interior
Joaquín V. González, que impulsó el primer proyecto de Código de Trabajo en
1904 y cuya reforma electoral para la Capital Federal permitió la llegada del
socialista Alfredo Palacios a la Cámara
de Diputados de la Nación.
Por
supuesto que hubiera sido menos conflictivo un monumento al dos veces
presidente bajo el lema en 1880 de “Paz y Administración”, luciendo ropas
civiles y no al guerrero con el que parte de la población de la Patagonia, no
precisamente los hacendados, tiene aún cuentas pendientes: “Si no se ocupa la
pampa, previa destrucción de los nidos de indios, es inútil toda precaución,
escribió el General al ministro Alsina. Palabras y hechos bélicos subsiguientes
que hacen más que comprensible el repudio a Roca mencionado al comienzo.
Sin
embargo, frente a la trágica circunstancia que la sociedad acaba de corroborar: la muerte en situación
confusa del joven Santiago Maldonado,
aunque indudablemente solidario con esos mismos excluidos de nuestro Sur y sus
reivindicaciones siempre postergadas,
propongo que próxima a la obra escultórica del artista uruguayo José
Luis Zorrilla de San Martín, se descubra un busto de Maldonado para homenajear
su idealismo y espíritu de libertad, valores capaces de contrapesar en algo o
en mucho -lo dirá el futuro- el secular y oscuro dominio del capitalismo
internacional y las oligarquías nativas sobre los sufridos habitantes de la
Tierra Azul: Calfu Mapu, en lengua mapuche.
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