El imperativo categórico es que urge cambiar nuestra relación con la
naturaleza y la Tierra. Ya no se puede considerar un mostrador de recursos de
los que podemos disponer a nuestro gusto, principalmente para la acumulación
privada de bienes materiales. La Tierra es pequeña y sus bienes y servicios son
limitados.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
El primero en elaborar
una ecología de la Tierra como un todo, todavía en los años 20 del siglopasado,
fue el geoquímico ruso Vladimir Ivanovich Vernadsky (1963-1945). El autor
confería carácter científico a la expresión “biosfera” creada en 1875 por el
geólogo austriaco Eduard Suess. En los años 70, con James Lovelock, se
desarrolló la teoría de Gaia, la Tierra que se comporta como un superorganismo
vivo que siempre produce y reproduce vida. Gaia, nombre griego para la Tierra
viva, no es un tema de la New Age, sino el resultado de minuciosas
observaciones científicas.
La comprensión de la
Tierra como Gaia ofrece la base para políticas globales, como por ejemplo el
control del calentamiento de la Tierra. Si sobrepasa dos grados Celsius
(estamos cerca de eso), miles de especies vivas no tendrán capacidad de
adaptarse y de minimizar los efectos negativos de la situación así modificada.
Desaparecerían. Si se produjese en este siglo un “calentamiento abrupto” (entre
4-6 grados Celsius) como prevé la sociedad científica norteamericana, las
formas de vida que conocemos no subsistirían y la supervivencia de gran parte
de la humanidad correría serio peligro.
Varios científicos,
especialmente el holandés Paul Creutzen, premio Nobel de química, y el biólogo
Eugene Stoermer se dieron cuenta, ya en el año 2000, de los cambios profundos
ocurridos en la base físico-química de la Tierra y acuñaron la expresión antropoceno.
Desde 2011 esta expresión viene ocupando páginas en los periódicos.
Con el antropoceno
se quiere señalar el hecho de que la gran amenaza de la biosfera, que es el
hábitat natural de todas las formas de vida, es la agresión sistemática de los
seres humanos a todos los escenarios que juntos forman el planeta Tierra.
El antropoceno es una
especie de bomba de relojería que se está montando, y que, al explotar, puede
poner en peligro todo el sistema-vida, la vida humana y nuestra civilización.
Se plantea la pregunta: ¿qué hacemos colectivamente para desarmarla? Aquí es
importante identificar lo que hicimos para que se conformase esta nueva era
geológica. Algunos lo atribuyen a la introducción de la agricultura hace 10 mil
años cuando empezamos a intervenir en los suelos y en el aire. Otros creen que
fue a mediados del siglo 18 cuando se inició el proceso industrial que implica
una intervención sistemática en los ritmos de la naturaleza, introduciendo
contaminantes en los suelos, en las aguas y en el aire. Algunos sitúan la fecha
en 1945 con la explosión de dos bombas atómicas sobre Japón y los posteriores
experimentos atómicos que dispersaron radiactividad por la atmósfera. En los
últimos años, las nuevas tecnologías que han actuado sobre la Tierra agotando
sus bienes y servicios naturales, han causado también que se lancen a la
atmósfera toneladas de gases de efecto invernadero y se depositen miles de
millones de litros de fertilizantes químicos en los suelos, que causan el
calentamiento global y otros eventos extremos.
El imperativo categórico
es que urge cambiar nuestra relación con la naturaleza y la Tierra. Ya no se
puede considerar un mostrador de recursos de los que podemos disponer a nuestro
gusto, principalmente para la acumulación privada de bienes materiales. La
Tierra es pequeña y sus bienes y servicios son limitados. Es necesario producir
todo lo que necesitamos, no para un consumo desmedido, sino para una sobriedad
compartida, respetando los límites de la Tierra y pensando en las necesidades
de los que vendrán después de nosotros. La Tierra les pertenece a ellos y se la
tomamos prestada para devolvérsela enriquecida.
Como se deduce, cabe
subrayar que tenemos que inaugurar el contrapunto a la era del antropoceno, que
es la era del ecoceno. Es decir: la preocupación central de la sociedad ya no
será el desarrollo/crecimiento sostenible, sino la ecología, el ecoceno, que
garantice el mantenimiento de toda la vida. A ello deben servir la economía y
la política.
Para preservar la vida es
importante la tecnociencia, pero igualmente la razón cordial y sensible. En
ella se encuentra la base de la ética, la compasión, la espiritualidad y el
cuidado fervoroso de la vida. Esta ética del cuidado imbuido de una
espiritualidad de la Tierra nos comprometerá con la vida contra el antropoceno.
Por lo tanto, es necesario construir una nueva óptica que nos abra hacia una
nueva ética, poner sobre nuestros ojos una nueva lente para que nazca una nueva
mente. Tenemos que reinventar al ser humano para que sea consciente de los
riesgos que corre, pero sobre todo, para que desarrolle una relación amistosa
hacia la Tierra y se haga el cuidador de la vida en todas sus formas.
Hace 65 millones de años
cayó un meteoro de 9,6 km de diámetro en la Península de Yucatán en México. Su
impacto fue equivalente a 2 millones de veces la energía de una bomba nuclear.
Tres cuartos de las especies vivas desaparecieron y junto con ellas todos los
dinosaurios, que habían vivido durante 133 millones de años sobre la faz de la
Tierra. Nuestro ancestral, pequeño mamífero, sobrevivió.
Ojalá esta vez el meteoro rasante no seamos nosotros, carentes de
responsabilidad colectiva y sin el cuidado esencial que protege y salva la
vida.
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