La aceptación de
operaciones a través de las cuáles el Pentágono se ofrece para conceder ayuda
transitoria, se ejecutan a partir de la instalación de Centros de Emergencia
Regionales, que se transforman en la mampara preferida para incoar el
establecimiento de bases militares de tiempo completo.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
El 15 de diciembre de
1999 ocurrió en Venezuela el peor desastre natural de su historia, cientos de
toneladas de piedras y árboles cayeron desde la montaña hacia la costa oriental
del Estado Vargas, causando destrucción y muerte al paso de las aguas que
bajaron con furia inusitada después de un día en que los pluviómetros marcaron
en un día la misma cantidad de lluvia caída que la de todo un año normal. Se
calcula que hubo alrededor de 25.000 muertos, aunque esa cifra nunca ha podidos
ser corroborada.
Ese día también hubo
elecciones: se votaba en referéndum para aprobar la nueva Constitución que
había sido redactada tras largos meses de duro trabajo. Por ello, en
cumplimiento del “Plan República” que conmina a la Fuerza Armada a prestar
apoyo y seguridad al ente electoral, los militares estaban desplegados a lo
largo y ancho del país. Fue un hecho providencial, dado que el terrible impacto
del desastre natural, pudo tener una respuesta inmediata de parte de la
institución castrense después de recibir la orden del Presidente Chávez de
volcarse en la ayuda de la población. Tal vez por primera vez en la historia,
la ciudadanía percibió que la institución armada era amiga y cercana al pueblo.
Este hecho marcó una pauta de futuro en la relación cívica militar en el país.
Varios países amigos
acudieron solidariamente en socorro de Venezuela prestando asistencia material
y humana, asimismo, casi de inmediato, el gobierno de Estados Unidos presidido
por Bill Clinton resolvió sin consultar con su par venezolano, enviar barcos de
su armada cargados de marines quienes no se caracterizan precisamente por su
carácter humanitario. El presidente Chávez rechazó la intromisión
estadounidense y no permitió que esos navíos atracaran en los puertos del país,
en una decisión que desató impúdicamente el feroz repudio de una oposición
acostumbrada a acatar la medida yanqui, aún cuando esta fuera violatoria de la
soberanía nacional.
Años después, en 2005,
Naciones Unidas aprobó la “Doctrina de la Responsabilidad de Proteger” como
instrumento para “intervenir humanitariamente” en aquellos países en que el
Estado no tiene capacidad de impedir que su población sea objeto de crímenes
graves. En el papel, dicha doctrina aparece como un paso adelante en el acto no
solo de proteger a las víctimas, también en la salvaguarda de la paz y la
seguridad internacional cuando la violación sistemática de derechos humanos
puede conducir a la grave alteración de la situación política de un país,
incluso con el peligro de que tal situación supere las fronteras nacionales.
Hasta ahí, todo está bien, pero cuando se vive en un sistema internacional bajo
la égida dictatorial de las cinco potencias que ocupan puestos permanentes en
el Consejo de Seguridad de la ONU, tal instrumento solo sirve -como tristemente
han demostrado los hechos- para legitimar la injerencia y la intervención en
los asuntos internos de los Estados.
El caso más elocuente
en este sentido ha sido el de Libia en 2011, pero aquí, en nuestra región, un
año antes en enero de 2010, las fuerzas armadas de Estados Unidos si lograron
el propósito de instalarse en Haití, incluso ocupando el derruido palacio de
gobierno, y sembrando la muerte de decenas de ciudadanos que pululaban por las
calles de Puerto Príncipe clamando por comida y atención médica. Los
humanitarios marines estadounidenses no hallaron mejor solución que disparar a
mansalva “para eliminar el problema”. Pero los grandes ganadores de la tragedia
de Haití fueron el expresidente Bill Clinton (el mismo que había enviado sus
barcos a Venezuela) quien junto a su esposa y actuando como Enviado Especial de
la ONU, colíder del Fondo Clinton-Bush para Haití (junto al también
expresidente George W. Bush) y copresidente de la Comisión Interina de
Recuperación de Haití, un órgano semi gubernamental de planificación de Estados
Unidos hicieran el negocio de su vida, recaudando cientos de millones de
dólares que no llegaron a las víctimas del desolado país sino a sus arcas
personales, incluso recibiendo promoción (que posteriormente se hizo pública)
de su esposa, la en ese entonces Secretaria de Estado.
Ahora, cuando se ha
producido una avalancha de violentos huracanes que han afectado la región,
Estados Unidos se vale de ello para militarizar el Caribe, recomponiendo su
aparato militar y aprovechando de entrenar a sus tropas para futras acciones
intervencionistas. No por conocido, el método de apelar a la “ayuda
humanitaria” deja de ser pernicioso: primero, la USAID acude al país devastado,
una vez que constata la insuficiencia de su capacidad, se solicita la presencia
de las Fuerzas Armadas. Vale recordar que el presupuesto de la USAID para
América Latina en el año fiscal que comenzó el pasado 1° de octubre sufrió un
recorte del 60%, mientras que el del Pentágono creció en un 10%.
En este caso 300
marines dislocados en Honduras, fueron movilizados para “brindar apoyo” al
Caribe. Aunque esta es teóricamente una de las misiones del Comando Sur, en la
historia y en el pensamiento de los pueblos de la región está presente que la tal
ayuda humanitaria es uno de los tantos subterfugios de Estados Unidos para
consolidar su posicionamiento militar en regiones donde necesita establecer una
presencia de carácter estratégico. El
problema fundamental es que la estancia de la armada de Estados Unidos en
algunos casos no se justifica, cuando lo que realmente se necesitan son
médicos, rescatistas y personal de apoyo logístico especializado, no tropas
capacitadas para invasiones, ocupaciones, desembarcos o incursiones como los
son las fuerzas de infantería de marina de la Armada de Estados Unidos. Por
ejemplo, se ha informado que una de las unidades movilizadas hacia Puerto Rico
es la 101 División Aerotransportada (DAT) la que junto a la 82 División
Aerotransportada configuran las fuerzas de intervención militar de élite. En
sus 75 años de existencia la 101 DAT jamás ha cumplido una misión de este tipo,
mientras que si se le ha conocido por ser ariete de las agresiones militares
estadounidenses en Vietnam, Laos, Afganistán e Irak.
La aceptación de estas
operaciones a través de las cuáles el Pentágono se ofrece para conceder ayuda
transitoria, se ejecutan a partir de la instalación de Centros de Emergencia
Regionales, que se transforman en la mampara preferida para incoar el
establecimiento de bases militares de tiempo completo.
En el caso de Puerto
Rico, además, el gobierno estadounidense y los militares que controlan el poder
en ese país, han decidido desplegar aviones, helicópteros y barcos de la
Armada, procedentes de doce estados de la unión americana, destacando entre
ellos el buque de asalto anfibio USS Kearsarge, que se encarga de inspeccionar
las costas para ubicar probables puntos de desembarco, así mismo 20 unidades de
aviación, infantería de marina y
logística conforman el contingente militar enviado a Puerto Rico ante las
mermadas capacidades de la USAID y los mecanismos civiles de real ayuda
humanitaria.
La opinión pública
puertorriqueña no ha tardado en manifestar su preocupación por la probable
temporalidad de la presencia de estas fuerzas militares en la isla, y no han
dudado en expresar la inquietud que desata la posibilidad de una larga estadía
del ejército imperial en este país, colonia de Estados Unidos. La imagen de
Haití tras el terremoto de 2010 está presente en el imaginario del pueblo
borincano donde como recuerda Francisco Santiago, Copresidente del Movimiento
Independentista Nacional Hostosiano (MINH) “estuvieron mucho tiempo dirigiendo
el país”. Esta situación acaecida en Haití, establece un paralelo con Puerto
Rico donde ha sido designado el Teniente General Jeffrey Buchanan a cargo de
las operaciones para el manejo de la emergencia, con lo que además del control
financiero directo de Estados Unidos al país, ahora ha sumado también un
gobernante militar de facto ejerciendo la supremacía sobre la sociedad boricua.
Estas operaciones,
vienen a complementar una serie de acciones del gobierno de Estados Unidos
contra Venezuela, que llegó incluso a consumarse en la amenaza del presidente
Trump de intervenir militarmente en el país. Además de este despliegue bélico
inusitado, en junio del presente año se realizó en las cercanías de las costas
de Venezuela el ejercicio militar y naval Tradewinds 2017 con la participación
de 18 países, bajo conducción del Comando Sur de Estados Unidos, también
presentado como "una maniobra multinacional de seguridad marítima y
respuesta a desastres en el Caribe”.
Sin embargo, la vida se
encargó muy pronto y de forma lamentable de demostrar que tras el paso de los
huracanes Irma y María, la tan cacareada ayuda humanitaria de Estados Unidos se
ha reducido a publicidad en las redes sociales, a un apoyo retórico que no se
ha manifestado en la práctica, y que además está totalmente alejado de las
capacidades y las potencialidades económicas del país del norte, desnudando con
ello, su verdadera catadura intervencionista y su desinterés en los pueblos de
América, si no es con ánimo agresivo y expoliador.
En el ámbito más amplio
estas acciones se inscriben dentro de la Operación Venezuela Freedom 2, elaborada
e implementada por el Comando Sur, la OEA y el grupo de países autodenominados
“Perritos simpáticos en la alfombra” constituido por 13 gobiernos de la región
subordinados políticamente a Estados Unidos.
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