Hoy el
ejemplo moral del Che Guevara ha estado presente en los grandes movimientos
sociales de los últimos 50 años. Su rostro y ejemplo guían a la rebelión en el
planeta y con ello el Comandante vive más allá de su muerte.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
El
24 de diciembre de 1953 arribó a Guatemala un joven desaliñado de precario
equipaje y sin un centavo en la bolsa.
Era médico de profesión y llegaba en el contexto de su segundo viaje de
aventuras y conocimiento por América latina. El primero fue plasmado por su
compañero Alberto Granado en un libro (“Con el Che por Sudamérica”, 2002) y posteriormente llevado al cine por Walter
Salles en “Diarios de Motocicleta” (2004). El segundo lo inició en julio de
1953 y terminó precisamente en diciembre de ese año cuando arribó a Guatemala.
El Che permaneció 9 meses en Guatemala y su estancia fue decisiva. Conoció a Ñico López, después
héroe del Movimiento 26 de julio y a través de él se vinculó a Fidel Castro en
México; recibió el apodo que lo hizo famoso y que se volvió su nombre; conoció a Hilda Gadea,
quien sería su primera esposa y finalmente vivió la dramática experiencia de la
contrarrevolución que en 1954 derrocó a Arbenz. Michael Lowy en su libro “El
pensamiento del Che Guevara” (1971), escribiría que su “maestro negativo” fue Carlos Castillo Armas,
el líder guatemalteco de la de la conspiración estadounidense que tumbó a
Arbenz.
De
Guatemala, Ernesto Guevara aprendió que
las armas eran sustanciales en la consecución
y defensa de un triunfo revolucionario. La experiencia cubana consolidó
esa percepción y de su lectura de la lucha antibatistiana, el antiguo médico
convertido en un mítico comandante revolucionario, construyó una nueva
teorización de la revolución latinoamericana. En términos breves y
esquemáticos, ésta contemplaba que el surgimiento de una subjetividad
revolucionaria de masas en un país podía ser desencadenada por una vanguardia
político-militar que realizara acciones exitosas contra sus opresores, que por
ende el instrumento revolucionario debería ser una organización político
militar y que la revolución iría del campo a la ciudad. La teoría del foco
revolucionario, marcaría a una
generación de revolucionarios en el planeta entero. Justo es decir que a la
postre mostraría sus limitaciones, aun cuando retomada críticamente y combinada
con la teoría de “la guerra popular prolongada”
de Mao Zedong y la de “la guerra revolucionaria del pueblo” de Ngyyen
Van Giap, fundamentaría el segundo ciclo
guerrillero latinoamericano.
Pero
no fue su teorización de la vía de la revolución lo que perduró. Lo que
subsistió y por siempre subsistirá fue su teorización humanística y ética plasmada en un artículo,
“El socialismo y el hombre en Cuba” (1965), donde planteó la necesidad de
construir un “hombre nuevo” como sustento de la construcción de una sociedad
nueva. El artículo se combinó con otros escritos y
posteriormente se volvió un libro. El idealismo moral del Che se había
manifestado en la polémica que tuvo con
el brillante economista cubano
Carlos Rafael Rodríguez sobre los
“estímulos morales” y los “estímulos materiales”. Hoy el ejemplo moral del Che
Guevara ha estado presente en los grandes movimientos sociales de los últimos
50 años. Su rostro y ejemplo guían a la rebelión en el planeta y con ello el
Comandante vive más allá de su muerte.
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