Un compromiso por la
democracia y la paz profunda, verdadera y sin dobleces, es lo que necesita la
sociedad venezolana para construir el país que sus ciudadanos, hombres y
mujeres de todas la edades, quieran para su presente y su futuro, sin que ello
implique sacrificar los derechos políticos, sociales, económicos y culturales
conquistados ni el camino de emancipaciones recorrido desde finales del siglo
XX.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Una vez más, como ha
sido una constante durante más de tres lustros de Revolución Bolivariana, el
pueblo venezolano está convocado para asistir a las urnas electorales este
domingo 15 de octubre (15-O), y elegir a los nuevos gobernadores y gobernadoras
de los 23 estados que componen la división administrativa del país. Mientras el
oficialismo se prepara para intentar retener la mayoría de las gobernaciones, y
los partidos de la oposición que presentaron candidaturas afirman que arrasarán
en los comicios, unos y otros aprobaron la auditoría de datos de las máquinas
de votación, garantizando así la transparencia y confiabilidad del sistema
electoral, intencionalmente cuestionado por la derecha –dentro y fuera de
Venezuela- tras la elección de la Asamblea Constituyente el pasado 30 de julio.
Más allá del triunfalismo de ambos bandos, la dinámica política venezolana y el
comportamiento de los electoras en los últimos años invita a ser cautelosos
sobre pronósticos y aguardar los resultados definitivos del escrutinio del
Consejo Nacional Electoral.
Esta particularidad,
sin embargo, no nos impide ubicar estas elecciones en su contexto, es decir,
como una batalla más en la guerra no convencional declarada por Estados Unidos
a Venezuela. Se trata, entonces, de una elección que evidencia los conflictos y
tensiones a escala nacional e intenta dirimirlos, pero al mismo tiempo
trasciende al ámbito internacional por la proyección de la Revolución
Bolivariana y el valor estratégico de Venezuela en la geopolítica global.
No debe olvidarse que
la cita del 15-O está precedida de las altisonantes expresiones y amenazas
contra el gobierno constitucional venezolano, proferidas por el presidente de
los Estados Unidos, Donald Trump, en la última Asamblea General de las Naciones
Unidas (ONU) en Nueva York. Allí, en medio de su declaratoria de guerra
universal, o visto de otra manera, su proclama de continuidad de la guerra infinita declarada por George W.
Bush en 2001, y que constituye la expresión más dura y sórdida del imperialismo
en nuestro tiempo, Trump dejó en claro cuáles son los planes de Washington para
Venezuela: redoblar las sanciones unilaterales, instalar la tesis del Estado fallido
y, en consecuencia, seudolegitimar una intervención militar y la recolonización
política del país. Y la oposición, articulada en la llamada Mesa de la Unidad
Democrática (MUD) está implicada en esa estratagema, al no denunciar la
agresión ni posicionarse a favor de la defensa de la integridad, la soberanía y
la independencia del país.
En ese sentido, la Proclama de Caracas del
movimiento internacional de solidaridad Todos
somos Venezuela expresa: “Hoy, el imperialismo norteamericano asume la
agresión política de manera directa en la persona del presidente de Estados
Unidos, Donald Trump, quien además de amenazar con emplear sus fuerzas
militares contra Venezuela, encabeza una acción de cerco diplomático pocas
veces vista, desde la Organización de Estados Americanos (OEA), con la
participación de algunos gobiernos del área, a objeto de socavar la fortaleza
de la democracia bolivariana; al tiempo que, mediante una Orden Ejecutiva,
oficializa la práctica del bloqueo financiero que ya venía aplicando “para
asfixiar a la economía venezolana”. Esta agresión, sostiene la Proclama, “constituye
una flagrante violación de la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona
de Paz, refrendada por los presidentes de todos los países de la región durante
la II Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC),
efectuada en La Habana en enero de 2014, en la que se defiende el derecho
soberano de cada país a definir su propio destino sin injerencia extranjera”.
Las manifestaciones de
apoyo a la Revolución Bolivariana también han encontrado eco entre gobiernos de
países no alineados con Washington; en ese marco se inscribe el respaldo
expresado, por ejemplo, por China en la Asamblea General de la ONU, donde su
canciller afirmó que “la política de China respecto a Venezuela no cambiará”, y
pidió a la comunidad internacional “adoptar una postura justa y objetiva” y
“desempeñar un rol constructivo” (como lo ha intentado la iniciativa de diálogo
de República Dominicana). Asimismo, cabe destacar la reciente gira realizada
por el presidente Nicolás Maduro a Argelia, Rusia, Bielorrusia y Turquía, con
el propósito de romper lo que el analista Arah Aharonian
llama “estrategia internacional de aislamiento y estrangulamiento diplomático y
económico-financiero”. Esta apuesta por la ofensiva diplomática, así como por
la desdolarización del comercio exterior, especialmente en materia petrolera,
puede ser fundamental para el futuro del país y la revolución, como explica el economista Alfredo Serrano
Mancilla: “Hubiera sido sencillo resolverlo alineándose al eje dominante de
siempre. Sin embargo, lo complicado está en hacerlo desde la otra vereda.
Venezuela ha decidido que sí hay alternativa frente a la trampa de la vieja
pero tan presente tesis thatcheriana, TINA, There
is no alternative. Mientras Maduro siga estrechándole la mano a Putin, Erdogan,
Rohani o Xi Jinping, Venezuela no está sola”.
Así pues, se llega a
estas elecciones con múltiples escenarios de lucha abiertos: uno es el de la
violencia sistemática, organizada y financiada desde el exterior, y ejecutada
sin escrúpulos por las diversas dirigencias de la derecha local y sus aliados
latinoamericanos, prestos a firmar manifiestos sobre lo que ocurre en Venezuela
y a guardar silencio cómplice sobre las atrocidades y violaciones a los
derechos humanos que ocurren en sus propios países; otro es de la manipulación
de los cárteles mediáticos, que magnifica los desaciertos del gobierno e
instrumentaliza el dolor, el sufrimiento y las necesidades insatisfechas
producto de la estrategia de la guerra económica –guerra de asfixia al pueblo-; y frente a esto, el gobierno
bolivariano apuesta por la resistencia soberana ante la injerencia extranjera
–solapada, en unos casos, y cínicamente explícita en otros-; por los llamados
al diálogo frente a la obstinación antidemocrática de la oposición; y por la
búsqueda de soluciones dentro de los caminos de la democracia popular que se
construye desde 1999 (tal es el caso de la elección e instalación de la
Asamblea Nacional Constituyente), frente a la barbarie imperial que no deja de
amenazar y de hostigar desde el derrotado golpe de estado de 2002.
En ese sentido, las
declaraciones del Ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, y del líder
opositor y presidente de la Asamblea Nacional, Julio Borges, dejan en claro las
dos visiones que, con mayor beligerancia, se disputan hoy el futuro de
Venezuela. Mientras Padrino
López pidió en un acto público “que cada
voto que se exprese el domingo en las elecciones a gobernadores regionales sea
una manifestación contra el intervencionismo”, contra “todo esquema de
expresión neocolonial” y “por nuestra recuperación nacional en todos los
ámbitos, en lo moral, en lo político, en lo social”; por su parte, Borges
llamó a hacer de las elecciones “un terremoto político” irreversible, que
le permita a la MUD “estar en la antesala de un cambio completo y democrático”
que, paradójicamente, pasa por el no reconocimiento, y seguramente la
destrucción, de la institucionalidad y las políticas públicas consolidadas por
la Revolución Bolivariana.
¿Es posible llegar a
una solución de consenso, a favor del bien común, al margen de estas
dicotomías, de la polarización irreconciliable? Probablemente sí, pero en el
escenario de guerra al que está sometido Venezuela, con la Casa Blanca
interviniendo en todos los ámbitos y preparando acciones militares, esa
alternativa parece más que lejana.
Un compromiso por la
democracia y la paz profunda, verdadera y sin dobleces, es lo que necesita la
sociedad venezolana para construir el país que sus ciudadanos, hombres y
mujeres de todas la edades, quieran para su presente y su futuro, sin que ello
implique sacrificar los derechos políticos, sociales, económicos y culturales
conquistados ni el camino de emancipaciones recorrido desde finales del siglo
XX.
En ese sentido, y al
margen de los resultados de las elecciones del 15-O, muchas voces solidarias
con la Revolución, pero que no por ello renuncian a la crítica, insisten en
llamar la atención sobre la necesidad de hacer de la Asamblea Nacional
Constituyente un foro deliberativo y de acción política vigoroso; que se
convierta en el motor de las transformaciones y no en una simple caja
resonancia; que sintonice con las aspiraciones y necesidades de las grandes
mayorías de la población, y por
supuesto, que sea eficiente en el uso del tiempo limitado de su mandato, en
esta carrera contrarreloj en la que se decide la continuidad o no del legado
chavista. He ahí uno de los grandes desafíos que hoy encara el proceso
bolivariano.
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