Debe haber políticas
cuyo objetivo sea la formación integral de la juventud en vistas a la
conformación de una personalidad equilibrada
afectiva e intelectualmente, que capacite a los jóvenes para disfrutar
de sus potencialidades y así estar en condiciones de asumir sus futuras
responsabilidades en la sociedad.
Arnoldo Mora / Especial para Con Nuestra América
Con ocasión del
lanzamiento de una campaña electoral más, la opinión pública suele ocuparse
preferencialmente de la escogencia de los candidatos que aspiran a ocupar la conducción de los dos
poderes. Es en función de la promoción de la imagen y trayectoria personal de
los candidatos, escogidos por los partidos, que
éstos montan una costosísima y en
gran parte frívola campaña de
propaganda, promoviendo a los candidatos como si fueran productos comerciales,
sin exigir con el mismo énfasis que
promuevan y expliquen sus programas de gobierno.
Los ciudadanos debemos tomar conciencia de que una campaña
electoral, más que promover nombres y banderas,
tiene como fin discutir y analizar, sin más deseo que el inspirado en el
bien común, las propuestas programáticas de los partidos; pues se supone que
dichas propuestas son el fruto de la labor de expertos altamente calificados profesionalmente y de
reconocido espíritu cívico. La ley
provee de recursos al Tribunal Supremo de Elecciones y a los partidos a
fin de que motiven a los ciudadanos a participar masivamente en las elecciones,
pero teniendo un buen fundamentado conocimiento de los programas y promesas de campaña. Los programas son un
instrumento en manos del ciudadano, que le posibilita exigir a quienes fueron
electos con su voto, el cumplimiento fiel de lo que les fue prometido.
Esos programas deben
abarcar, no sólo asuntos que son temas
ampliamente discutidos por la opinión pública, tales como la crisis fiscal, el
auge de la delincuencia y la violencia, la corrupción generalizada, el
crecimiento de la desigualdad social, el desempleo y un amplio etcétera y, por
supuesto, las propuestas para combatir esos flagelos a corto y mediano plazo y
los medios realistas para lograrlo. Pero hay temas que parecen no gozar de la
misma atención de parte de los ciudadanos y que, sin embargo, considero deben
ser objeto de la mayor atención de todos, especialmente de padres de familia y
de educadores. Me refiero, en concreto, a la educación integral que, como un
derecho humano fundamental, corresponde a los adolescentes. El cumplimiento de esa responsabilidad recae,
no solo en los maestros y profesores, sino ante todo, en los padres de familia
y, más allá, en la sociedad como un
todo, especialmente en los medios de comunicación y el Estado. Por eso considero que debe haber políticas cuyo objetivo sea la
formación integral de la juventud en vistas a la conformación de una
personalidad equilibrada afectiva e
intelectualmente, que capacite a los jóvenes para disfrutar de sus
potencialidades y así estar en condiciones de asumir sus futuras
responsabilidades en la sociedad.
Un documento reciente, promulgado por el
Ministerio de Educación, trata del tema y, en concreto, de la formación afectiva de los jóvenes y de
su educación sexual. Este documento me parece muy serio y equilibrado. Ha sido
una propuesta largamente preparada, tanto por el gobierno anterior como por el
actual; cosa que me alegra sobremanera, pues la educación, al igual que otros
temas, como la salud, la cultura y la seguridad ciudadana debe ser objeto de políticas de Estado y no solamente ser tratada como políticas de partido o de
gobierno. La adolescencia ha sido descuidada; nos solemos ocupar más de los niños,
máxime porque cada día son menos, y de
las personas mayores porque cada día
somos más, pero de los jóvenes solo nos
ocupamos presentándolos como personas conflictivas o manipulándolos como
mercancía fácil para modas y conciertos. El número de adolescentes que sufre de
una grave carencia afectiva es cada día mayor,
entre otras razones, debido a la pseudocultura machista de no pocos padres, que reúsan
asumir su función de consejeros o guías e inspiración de sus hijos. Para cubrir
en alguna medida esa carencia, el Ministerio de Educación ha propuesto una guía
de educación afectiva en los colegios,
que abarca como es natural, lo sexual.
Los sectores conservadores de las iglesias católica y evangélicas, han mostrado
una férrea oposición inspirados en prejuicios provenientes de una
pseudoteología fundamentalista, que recuerda los oscuros tiempos de la condena
a Galileo e incurriendo en la falacia naturalista denunciada ya por el filósofo
británico David Hume en el siglo XVIII. Conceptos como “naturaleza” dependen en su uso y comprensión
del contexto cultural dentro del cual viven los miembros de una sociedad determinada. Los líderes de esas
iglesias, si por ignorancia o por intereses no lo sé, conciben una Costa Rica
premoderna, obsesionados por el pecado “de la carne”(¡?).
El Ministerio de Educación hace bien en
propiciar una educación que prepare a
los jóvenes para vivir en una sociedad
donde la cultura urbana se impone.
Vivimos en una sociedad pluralista, democrática, sometida a una globalización
que abarca todos los ámbitos de la vida y donde los valores, en que se
funda la convivencia social, son
marcados por el creciente auge de los medios de comunicación, como lo muestra
el hecho de que el mundo entero está en las manos de los jóvenes gracias a un
iphone. Hablar con los adolescentes, con
el fin de quitar el morbo que suele rodear a esos temas, es un instrumento importante en procura de lograr
una personalidad equilibrada y madura, especialmente en los varones tan
inclinados al machismo. Pero esta guía del Ministerio de Educación solo tendrá
éxito si se prepara a los profesores.
Porque es a ellos a quienes incumbe la responsabilidad de aplicarla. Ninguna
reforma educativa, por más urgente y elaborada que sea, y por más noble que sea
la intención que anime a sus autores, tendrá éxito si los profesores no han
sido preparados adecuadamente.
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