Poco sigue siendo el interés
general –quizá no el científico ahora- por los pueblos originarios y para el
caso los mapuches. Y al desentenderse gran parte de la sociedad de sus vidas y
cultura, ni recibir sus demandas, suele
enfrentarlas con parecido recelo al
llamado a la puerta de un extraño.
Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América
Desde Buenos Aires
Se suceden las noticias: La gendarmería cada vez más complicada en la
desaparición de Santiago Maldonado. / Se acelera el juicio por la extradición
del lonko Facundo Jones Huala a Chile. /
Marcharon en Río Negro por el libre acceso al lago Escondido. /
DESALOJOS. Comunidades y organizaciones de pueblos originarios cumplieron ayer
su tercer día de acampe frente al Congreso de la Nación para pedir la prórroga
de la Ley 26.160 que suspende los desalojos de los territorios indígenas hasta
noviembre próximo. / DENUNCIA. La
defensa y familiares del lonko de la comunidad mapuche de Cushamen,, Facundo Jones Huala,
cuestionaron a las autoridades del
Servicio Penitenciario Federal por las restricciones a su régimen de visitas en
la Unidad 14 de Esquel.
Lo cierto es que la Patagonia, con algo o mucho de “tierra
maldita” como la llamó Darwin, aunque de
corresponderle ese adjetivo será por otros
motivos que la esterilidad que le adjudicaba el naturalista inglés, está en los
primeros planos de la información, a menudo interesada como no puede ser menos
si titulan La Nación o Clarín. Pero hay algo que reconocer a las derechas, la
reacción, la oligarquía o como quiera llamarse a los intereses antipopulares y
antinacionales: su consecuencia y coherencia y el bien estructurado
discurso que abona y disimula el propósito de lucro del
capitalismo internacional con cantos de sirena al “cambio” que dice consolidará la república, la idoneidad administrativa, la
lucha contra la corrupción o el sacralizado
ejercicio de la competencia que, con
perspectiva cristiana, llamaríamos mejor avaricia y soberbia.
Un discurso que no deja resquicio abierto. De forma tal
que recuerda que cuando el problema de los que mandaban era el gaucho, se
cantaban loas al proyecto inmigratorio.
Y cuando el gaucho, con
su actitud de vida sin ataduras ni aceptación de límites territoriales fue inviable, y el peón de campo acorralado
entre los alambrados tendidos en cumplimiento del mandato de Sarmiento: “¡Alambren,
bárbaros!”, o el mediero explotado por el espíritu del “laissez faire” vivo en
la letra de la codificación de Vélez Sarsfield
como sustento -y superestructura-
del liberalismo económico decimonónico, dejaron de ser en esencia y
existencia aquel personaje indómito que
describió José Hernández para minimizarse e invisibilizarse en el
silencioso hombre de campo, entonces había que idealizarlo y proponerlo
como héroe contra la turbamulta sin
arraigo que bajaba de la tercera clase de los barcos, para depositarse en el sórdido Hotel de
Inmigrantes. Resultó un verdadero truco de prestidigitación convertir el gaucho, ausente por exterminio
físico y legal, en leyenda homérica; una
empresa intelectual que tuvo en el Leopoldo Lugones de “El Payador” su más genial
amanuense.
Y cuando el nacionalismo
clerical, maurrasiano y aristocratizante, otra versión de la dependencia
mental, echaba pestes contra el judío encogiéndose de hombros ante el paganismo genocida nazi, buscaba que subieran
de los árabes y musulmanes las acciones,
bastante devaluadas por lo demás antes de hallarse petróleo en los
desiertos arenosos de su hábitat. Y todo hasta descubrir que son
extremistas, alguno que otro socialista.
Y para peor semitas…
Así que la mentalidad
colonial, devota en su vertiente liberal
de Hume y Locke o de Tomás de Aquino en la integrista, lo que se dio a emplear mejor fue la
dialéctica hegeliana en sus momentos de la
tesis y la antítesis. Sintetizando la
objetivación de toda idea y
disquisición académica en el garrote y la represión lisa y llana.
Tal sucede ahora que
el pueblo mapuche reclama
territorios que sin duda le corresponden, por de pronto infinitamente más que a Joe Lewis y a
Benetton con sus sospechosas adquisiciones de latifundios durante el menemato.
Entonces actúa la gendarmería a
escopetazos y como soporte ideológico se saca de la manga el duelo por los
tehuelches, presuntamente aniquilados por las “lanzas chilenas” de Calfucurá.
Una cuestión a estas alturas altamente discutible. Así la historiadora
Geraldine Davies Lenoble publicó en La Nación, el 25 de septiembre del
corriente año, un artículo sobre Calfucurá titulado: “El jefe de una
confederación política interétnica”, donde destaca que aquel cacique se inició participando en la política
interétnica transcordillerana y que su éxito y poder político se basaban en la
negociación y el mestizaje (indudablemente en primer lugar con los tehuelches).
Aunque si los bien
pensantes tanta compasión tienen por los pueblos nativos sin polémica del territorio
argentino, porqué no denuncian la situación de los wichis del Chaco Salteño,
que según informó La Prensa recientemente se han quedado sin agua potable. Y
porqué nada dijeron jamás sobre los desmontes que destruyen el medio ambiente
de las comunidades qom de Formosa, el Chaco y Salta, llevando a la muerte por
desnutrición a muchos de sus miembros, en especial niños.
Suele ser cuando menos
ocioso para el vencido, ampararse en la ley del vencedor. Salvo honrosas
y valientes excepciones como el reciente
fallo judicial de la Cámara de Apelaciones en lo Civil, Comercial y de Minería
de la Tercera Circunscripción de
Bariloche contra Lewis, que declara ilegal el loteo de tierras de El Bolsón,
todo lo actuado hasta aquí en materia del indígena en general y de los mapuches
en particular, es prueba de aquella desprotección jurídica que desde antiguo
vienen soportando. Con claridad lo resumió
Martínez Estrada: “la matanza final de los indios dio razón a las armas
de fuego y a la fuerza, pero no a la justicia.”
Cómo reaccionar estos
pueblos entonces frente a las “campanas de palo” de sus razones desoídas: como
primera estrategia de lucha, haciéndose ver, conocer y denunciar la situación de injusticia y marginación que
atraviesan en los hechos, más allá de los reconocimientos a sus derechos que
establece la Constitución Nacional en la reforma de 1994. Y mejor que con piedras
respondidas con balas de goma o de plomo, en
reedición ciento cuarenta años después de la boleadora contra el rémington,
la poesía, en tanto palabra en armas, resulta ser un camino válido hacia la
verbalización del reclamo ancestral, del
grito que aturde una geografía de mártires ocultados y verdugos del procerato
oficial en el bronce; e incluso del silencio, que cabe entre dos interjecciones
y envuelve a más de un mercader o represor como una amenazante nube de tormenta.
En 2008 apareció en
versión bilingüe de Ediciones Continente: “Kallfv mapu (tierra azul)”, una
antología de poetas mapuches de Argentina y Chile de encendidas voces que seleccionó Néstor Barron y prologó
Osvaldo Bayer. En una primera recorrida por las páginas se advierte que la
originaria oralidad de la lengua mapuche,
musical si las hay, ganó difusión al verterse a la escritura con el devenir
de las generaciones y la trasculturización producto del vínculo con el huinca.
Sin embargo, lo esencial
de la cosmovisión del hombre y la mujer mapuches, mezcla de inocencia adánica y
de astucia para sobrevivir en la mayor
adversidad cual es la dominación, marca a fuego el mensaje de su poética. En ella se hace patente el asumirse como
hijos de la sagrada naturaleza, su Ñuque mapu, y hermanos del paisaje, lo que a
entender del médico e historiador
neuquino Gregorio Alvarez en su libro “Donde estuvo el paraíso”, devino
en la circunstancia de colocarlos “deliberadamente
en el plano de superioridad que le concede el escenario natural de sus
vivencias”. Nada de esto se ha
diluido con el paso del tiempo porque
la nación más que etnia que
constituyen, llevando a cuestas las
tradiciones, evolucionó adaptándose a las posibilidades de testimoniar y
sostener hoy, a través de la palabra escrita, los resquicios de la memoria. Y
así devota asume el pasado como mandato, María Teresa Panchillo Neculwal: “Cada día una historia/ los sueños son/
misiones que cumplir.”
En cuanto al vínculo
dialogal y piadoso con lo creado, se materializa en el hecho de incorporar a
cada vocablo su exacta sonoridad y dar
idea de prever en su vuelo las derivaciones del eco. Cada sustantivo arrima al vocabulario
profundidad de tierra, entonación de agua, crepitar de fogata, colorido de
cielo, misterio nocturno. El poeta sabe
que “la lengua solo existe para
poder nombrar las cosas sagradas de la naturaleza” (cuando) “quisieron arrancarnos la existencia.”
Epigramáticas algunas
composiciones de la antología, como las nada resignadas estrofas de Graciela
Huinao: “En lenguaje indómito/ nacen mis
versos/ de la prolongada noche/ del exterminio”. O bien: “Nunca fuimos/ el pueblo señalado/ pero nos matan/ con la señal de la
cruz”. Más extensas otras, sin
decaer la tensión en los versos libres con ritmo de remolino de “Sueño Azul” de
Elicura Chihuailaf, logrado ensamble
de fuerza elegíaca y serena introspección lírica que parte de lo descriptivo hasta elevar el
mensaje al plano trascendente de lo milagrosamente íntimo sin decolorarse en la
habitualidad. Dirá este poeta oriundo de la región de la Araucania y miembro de
la Academia Chilena de la Lengua: “Sentado
en las rodillas/ de mi abuela oí las primeras historias/ de árboles y piedras/
que dialogan entre sí/ con los animales y con la gente/ Nada más, me decía, hay
que/ aprender a interpretar sus signos/ y a percibir sus sonidos/ que suelen
esconderse en el viento.”
Parecida apuesta por la
integración, tal vez con un condimento
de palingenesia, viene a hacer
Wewün Nagtül en su jaculatoria al
mar: “Bajo tus aguas estuve bajo tus
aguas,/ Delfín fui delfín,/ Cochayuyo fui cochayuyo,/ Ballena fui ballena,/ Pez
en tus aguas fui pez.” ¿No había intuido ya Anaximandro que los hombres
descienden de los peces? Y el mismo
Wewün Nagtül dinamiza después su meditar
en el desafío y la inspiración de su quehacer de artesano: “Coceremos estas alfarerías con nuestras
manos/ alegres iremos a encender el fuego.” Un hogareño fuego ante el que bien puede
predicar “Aquí también hay dioses”, tal como Heráclito anunció a sus visitantes
extranjeros frente al horno en que se calentaba.
En octubre de 1877, Juan
María Gutiérrez aconsejó a Francisco P. Moreno, en una carta que hizo
pública La Tribuna, estudiar del hombre
americano, “sus obras, sus artes, su culturas, sus costumbres”, es decir no
quedarse en la medición de sus cráneos, algo que presupone su muerte y la
sacrílega exposición de sus restos óseos en museos. (Aun no ha sido restituido
el cráneo de Juan Calfucurá a sus descendientes de la Comunidad Namuncurá, del
departamento Collón Curá de la provincia de Neuquén, que el general Nicolás
Levalle envió al Museo de La Plata).
Tanto tiempo después de
la exhortación del eminente polígrafo, poco sigue siendo el interés general
–quizá no el científico ahora- por los pueblos originarios y para el caso los
mapuches. Y al desentenderse gran parte de la sociedad de sus vidas y cultura,
ni recibir
sus demandas, suele enfrentarlas con parecido recelo al llamado a la puerta de
un extraño.
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