La cuarentena también afecta al mundo de la economía informal y popular. La avidez por la ganancia esgrime el hambre de los de abajo y lleva agua a su molino. Al mismo tiempo, ferozmente regatea el pagar de su bolsillo los costos sociales del paro provocado por la epidemia. He aquí la doble cara que un virus ha hecho aflorar.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Hace unos días, Dionisio Gutiérrez, miembro prominente de la clase empresarial guatemalteca y activo vocero de los intereses del capital en Guatemala, difundió un video externando opiniones sobre el azote epidémico. Gutiérrez minimizó los riesgos del Conavid-19; arguyó una tasa de letalidad mínima (0.1% en su decir); repitió que es asintomático en el 60% y de leve sintomatología en el 80%. Postuló como innecesario el distanciamiento social (cuarentena) y optó por pruebas masivas, control de temperatura corporal y cuarentenas focalizadas. Le apostó a la “inmunidad de rebaño”, que acontece con el contagio generalizado y mencionó a Suecia como ejemplo de control epidémico. Palabras más, palabras menos, es el mismo discurso pregonado por Ricardo Salinas Pliego, miembro prominente del mundo empresarial mexicano, dueño entre otras empresas de TVAzteca y Elektra. La demanda empresarial dice que basta con medidas preventivas como las pruebas masivas (de muy alta imprecisión) y mascarillas (que no cubren ojos por donde entra también el virus).
Clamores empresariales aparte, la distancia social es la única medida eficaz para mitigar las epidemias. Se demostró en 1918 con los casos de Filadelfia y San Luis en Estados Unidos de América. En la primera ciudad, en el contexto de la gripe española, se permitió en septiembre de ese año, un desfile con participación de 200 mil personas en apoyo a la compra de bonos de guerra. Días después, los hospitales de la ciudad colapsaron por la afluencia de contagiados y la imprudencia costó 4,500 muertes. En San Luis, la ciudad realizó la cuarentena, logró aplanar la curva epidémica y salvó miles de vidas. La tasa de letalidad del Covid-19 dista mucho del 0.1% del que habla Gutiérrez. A nivel mundial es de 7.1%, mientras en otros países es más alta: Reino Unido (15%), Francia (15%), (Italia (14%), España (12%), EUA (6%). Sorprende que Gutiérrez ponga de ejemplo a Suecia donde la tasa de letalidad ha sido grande: 12%.
Si el virus atrapa a una persona obesa, diabética, hipertensa, fumadora o inmunodeprimida, son muy altas sus probabilidades de terminar en un ventilador. Allí las posibilidades de que muera son del 50% en el mejor de los casos. ¿Cuál es entonces la causa de la minimización empresarial de la peligrosidad de la epidemia? Proviene del descontento empresarial ante las parálisis que introduce la cuarentena en los procesos productivos y comerciales. La distancia social interrumpe el ciclo del capital y disminuye en mayor o menor medida las ganancias. A ciertos círculos empresariales del mundo entero, la avidez por la ganancia parece importarle más que la vida de las personas. Finalmente, en un mundo donde hay exceso de trabajadores, los muertos son fácilmente reemplazables.
La cuarentena también afecta al mundo de la economía informal y popular. La avidez por la ganancia esgrime el hambre de los de abajo y lleva agua a su molino. Al mismo tiempo, ferozmente regatea el pagar de su bolsillo los costos sociales del paro provocado por la epidemia. He aquí la doble cara que un virus ha hecho aflorar.
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