A más de un siglo y cuarto, los trabajadores no han celebrado su día. Este 1° de mayo estuvieron las calles vacías porque la pandemia los mandó a sus casas. Enemigo despiadado el virus no se detiene ante protestas ni reclamos. Nadie está a salvo de su letal represión.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Con ese panorama de fondo no hay nada que celebrar. Tal vez porque nunca hubo un paro tan unánime. Según Álvaro García Linera, por primera vez en la historia vivimos "una especie de huelga general planetaria que ha paralizado buena parte del transporte, el comercio y los servicios".[1]
El ex vicepresidente boliviano, refugiado en Argentina con su familia y profesor de la UBA opina que jamás fue acatada una orden como la originada por la cuarentena en donde hubo una respuesta unánime de acatamiento y una fuerte presencia del estado a pesar de la erosión que padece desde hace medio siglo.
Frente a dos posturas antagónicas sobre la economía y la distribución de la riqueza que tienen los poderosos dueños del capital, deberán seguir sosteniendo ese aparato unificador y concentrador de decisiones al que la sociedad asigna el máximo poder simbólico. Expresión ésta que supera en efectos a la monopolización de la capacidad represiva del modelo weberiano.
Dentro de esa extraordinaria conmoción que ha dejado activa sólo a una pequeña proporción de los trabajadores, queda el interrogante sobre qué sucederá con el resto de ellos una vez que se atenúen los efectos de la pandemia, dado que es lugar común entre muchos economistas afirmar que es peor que la crisis de la Gran Depresión de los años ’30, que llevará más años salir, a lo que habrá que sumar los efectos del cambio climático y la crisis del agua por la destrucción progresiva del planeta del capitalismo extractivo, tal como lo viene planteando el secretario general de la ONU, el portugués Antonio Guterres.
Sería necesario un Green New Deal Global, como expone Jeremy Rifkin: un nuevo plan económico que haga saltar por los aires los pilares que construyeron la civilización de los combustibles fósiles que, por cierto, cree que colapsará allá por 2028.[2]
Desolador es el panorama expuesto por la OIT en su reciente informe: El COVID-19 y el mundo del trabajo. Tercera edición, comentado la semana anterior por Andrés Mora Ramírez, por lo que nos circunscribiremos a la situación local.
Lo grave de la situación de los trabajadores es que, para sostener a los que han estado suspendidos durante los meses de abril y mayo, la CGT, la Unión Industrial Argentina UIA y el gobierno, acordaron una rebaja del 25% de sus salarios. El gobierno mediando entre trabajadores y empresarios, para que los primeros no pierdan sus puestos y los segundos, puedan hacer frente a sus obligaciones con los escasos recursos existentes, dado que el estado aportará el 50% de los fondos.
Convenio resistido y criticado por Hugo Moyano el líder de camioneros quien piensa que los trabajadores no deben pagar las consecuencias de la crisis, puesto que son ellos los que están garantizando traslado y suministro de bienes y servicios en todo el país.
Tampoco los datos sobre el trabajo precarizado fueron eficientes en la emergencia de pagar el Ingreso Familiar de Emergencia IFE de $ 10 mil para abril. La ANSES estimaba que serían unos tres millones de personas, mientras que en realidad se inscribieron más de 11 millones y se terminaron asignando a casi 8 millones de personas. Error que le costó la cabeza al titular del organismo, Alejandro Vanoli. Asimismo, dado esa cruda realidad, se ha convenido en volver a pagar idéntica asignación en el mes de mayo.
Por la caída vertiginosa del empleo, muchos han caído en asimilarse a Glovo, Uber, Rappi y Pedidos Ya; trabajo esclavo, sin ningún tipo de cobertura, pero única fuente posible para llevar un mendrugo diario, teniendo en cuenta que el confinamiento obligado les ha dado una oportunidad inigualable. Las empresas se promocionan como que el trabajador puede administrar su tiempo, sus horarios y el momento del día para hacerlo. Una gran mentira disfrazada, pero propia de la vorágine y desesperación que se vive. Muchos ancianos atemorizados reniegan salir a hacer sus compras y requieren de estos nuevos servicios que llegaron para quedarse.
Por otra parte, los obreros y empleados dedicados al cuidado de la salud, personal de apoyo, de seguridad, como los docentes de todos los niveles que han tenido que adaptarse al uso de la tecnología y la informática para poder dar clases, sienten que su tremendo esfuerzo no tiene la compensación necesaria. Mucho menos aquellos que arriesgan sus propias vidas y las de sus familias al tener que estar en contacto con enfermos contagiados.
Científicos y especialistas han redoblado esfuerzos para poder identificar las características locales de la pandemia conforme las particularidades de la población dentro de la dilatada geografía de un país tan extenso y con fronteras variadas en donde los vecinos también han dado otra respuesta a la enfermedad. Ello exige disponer de mayor apoyo y recursos.
Agobiados por una deuda del 90% del PBI y una caída brutal de la economía, los trabajadores saben que no es tiempo de celebraciones, pero que seguirán poniendo el hombro a la adversidad poniendo el pecho a las balas como en los siglos anteriores. Como lo han hecho siempre.
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