Después de la ira debe llegar la consciencia y la organización para frenar la brutalidad racista y romper ese manto de impunidad que la cubre, al tiempo en que generan espacios de lucha por la emancipación plena de las lacerantes e irracionales estructuras sociales, económicas, políticas y culturales que sostienen al sistema capitalista.
Cristóbal León Campos / Especial para Con Nuestra América
Desde Mérida, Yucatán, México.
Después del dolor y de la enorme sensación de tristeza que genera el asesinato del afroamericano George Floyd, cometido por un policía blanco estadounidense llamado Derek Chauvin, en la ciudad de Minneapolis en los Estados Unidos. Con la evidente complicidad de los demás policías presentes, que avalaron y dejaron que los hechos acontecieran sin mover un sólo dedo para evitarlo. Después de ver cómo ese mismo policía se pasea gallardo y orgulloso al ser trasladada su víctima en ambulancia, sabiendo muy bien que el crimen estaba consumado. Después de notar el silencio cómplice de cientos de medios de comunicación que ocultan o minimizan la noticia para perpetuar el racismo y la impunidad que lo protege.
Después de escuchar las desgarradoras suplicas de George Floyd tirado en el suelo debajo de su victimario, quien, con su rodilla en el cuello, le decía que no podía respirar y que no lo matara. Después de escuchar como en sus últimas palabras invoca el nombre y la presencia de su madre como un acto final de su vida, arrebatada por el sistema capitalista; que no solamente avala al racismo, sino que lo fomenta y lo alienta para continuar con la opresión, pues recuérdese que George Floyd antes de ser asesinado fue acusado de pretender pagar en un comercio con un billete falso de veinte dólares, cosa que se ha demostrado era mentira. Después de comprobar una vez más que la ideología clasista estructurada en las sociedades que excluyen lo hacen no únicamente por ser afroamericano, sino también por ser de la clase trabajadora.
Después de saber que los policías cómplices, así como el asesino Derek Chauvin, únicamente han sido despedidos; sin existir ningún tipo de proceso legal en su contra. Después de mirar las lágrimas de mujeres y hombres impotentes ante un crimen más del racismo exacerbado por gobiernos como el de Donald Trump. Después de recordar los otros tantos de cientos y miles de asesinatos de afroamericanos en los Estados Unidos, que año con año se registran con total impunidad y complicidad de todo el sistema político que se atreve a ir por el mundo queriendo mandar e invadir países contrarios a su ideología mientras en su seno la podredumbre recorre las calles fomentando la deshumanización cada vez más profunda y normalizada. Después de ver diferentes imágenes del policía asesino portando orgulloso una gorra con la frase “Hacer a los blancos grandes de nuevo”, en evidente alusión a la supuesta superioridad racial blanca y cuya raíz es el enclave racista-arcaico, superado por la ciencia y la razón muchas décadas atrás. Después de comprobar la orientación neonazi-fascista del asesino, como del presidente Trump que con sus discursos de odio ha alentado prácticas y manifestaciones neofascistas; incluso en pleno azote del COVID-19 y poniendo en riesgo miles de vidas.
Después de ver las flores en el lugar de los hechos, acompañadas por carteles que exigen justicia y portan la frase “Black Lives Matter” –que puede traducirse como “la vida de los negros importa”. Después de que han pasado tantos y tantos años en las discusiones sobre la naturaleza humana y de las incansables luchas por la igualdad y los derechos humanos al interior de los Estados Unidos y de las naciones auto llamadas “civilizadas”. Después de las bellas y sabias palabras de Martin Luther King, quien dijera: “Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas”. Después de los sueños de miles de mujeres y hombres en los Estados Unidos y el mundo, como Rosa Parks y Malcolm X, que ofrendaron y ofrendan sus vidas por un mundo más justo, igualitario, equitativo y libre. Después de todo eso y mucho más es comprensible y justo mirar las escenas de ira y rabia que llenan ahora las calles de Minneapolis de dignidad y lucha por la justicia ante tan atroz crimen y por la erradicación para siempre del racismo enraizado en la estructura del capitalismo en las entrañas mismas del monstruo imperialista, como le nombra José Martí.
Después de las lágrimas y el dolor. Después de todo viene la ira de los oprimidos y excluidos para buscar una forma de resarcir el daño: los edificios y autos incendiados, las avenidas como escenario de confrontaciones con la policía asesina y opresora, las manifestaciones de repudio y por la justicia son la muestra de la ira acumulada por años, décadas y siglos de discriminación expresada en las coyunturas de incremento de la violencia. Pero después de la ira debe llegar la consciencia y la organización para frenar la brutalidad racista y romper ese manto de impunidad que la cubre, al tiempo en que generan espacios de lucha por la emancipación plena de las lacerantes e irracionales estructuras sociales, económicas, políticas y culturales que sostienen al sistema capitalista que da vida al racismo, la xenofobia, la segregación, la explotación y demás formas de exclusión. La voz de los oprimidos y las oprimidas del mundo ha de hacer eco por la justicia y contra el racismo, por la humanidad entera sin ninguna distinción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario