La pandemia del coronavirus en la que nos encontramos inmersos ha rebasado su pura expresión sanitaria. La expresión colateral más visible, la que le disputa el protagonismo, es la crisis económica, que ha evidenciado en la práctica que el sistema, si se detiene, se ahoga y colapsa.
Rafael Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa Rica
La resolución de la crisis sanitaria ha sacado a la luz aspectos que quienes han sido dominantes hasta ahora en la política y la economía habrían preferido que se mantuvieran ocultos. El principal aspecto que hubieran deseado que no se evidenciara es la importancia que tienen, para la buena marcha de la sociedad, aquellas instituciones públicas vinculadas al aparato de Estado.
Habrían deseado que este aspecto no se evidenciara porque, desde hace muchos años, estos grupos dominantes han venido bregando firmemente para que ese aparato, que hoy se transforma en respaldo efectivo para enfrentar la crisis sanitaria, se reduzca al mínimo.
Pero la crisis sanitaria ha mostrado a las claras que las empresas privadas vinculadas al negocio de la salud no tienen la capacidad y, mucho menos, la voluntad para solventar un problema como el que estamos viviendo, porque el principal motor que las anima es su principal freno: el lucro.
El que se haya evidenciado la importancia de lo público significa para ellos un tropiezo porque pone al desnudo los límites de su proyecto económico y político. Esta evidencia no significa una derrota, porque son ellos los que siguen teniendo los hilos del funcionamiento político y social.
Pero están asustados porque la principal victoria que habían obtenido hasta ahora era, precisamente, el haber establecido como algo natural su pensamiento mercadocéntrico con todas sus implicaciones culturales. Es decir, el haber establecido un sentido común neoliberal.
De ahí la embestida ideológico-política que han estructurado para tratar de contrarrestar la evidencia que ha sacado a la luz la situación actual. No solo no han abandonado su agenda sino que la han justificado como única herramienta para salir de la crisis económica derivada.
Es que no se trata, como buenamente creen algunos, de convicción sino de intereses. Son los intereses del capital que transforma todo, hasta las crisis, en objeto de lucro. No hay nada que se le escape ni que perdone.
No se perdona ni a sí mismo. En su seno se está verificando una descarnada rebatiña para sacarle provecho a las circunstancias actuales. El pez grande se come al chico y se fortalece. El pequeño, pez fuera del agua, intenta no ahogarse en la orilla seca: hay un reacomodo, habrá más concentración en la hiperconcentrada economía mundial, crecerá la desigualdad.
Las crisis, de cualquier tipo, pueden generar cambios importantes, incluso estructurales, en la vida social. Por ejemplo, la Primera Guerra Mundial dio pie a la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia. Pero quien supo tomar el control en esa crisis fue un contingente organizado, con una proyecto de propuestas claras y precisas orientadas a grupos y clases determinadas de la sociedad.
Las crisis puede ser, incluso, provocadas por acontecimientos naturales como un huracán, un terremoto o una pandemia, pero lo importante es que desnudan condiciones que, usualmente, permancen veladas. Generan confusión y apremio, a veces caos, y hacen tambalear el orden “natural” de las cosas.
Lo que estamos viviendo no escapa a estas circunstancias. La nueva normalidad a la que arribaremos se está gestando ahora, y esa gestación no ha terminado, está en proceso, en algunos espacios y lugares está en disputa. Se está construyendo a veces ruidosamente, con discursos altisonantes y agresivos, otras veces en silencio, en la intimidad de los hogares o desesperadamente en las calles.
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