sábado, 21 de noviembre de 2020

Fernando “Pino” Solanas, una vida y un cine por la liberación

 Podría sintetizarse la trayectoria de Solanas como la de un patriota de ley, que puso todo de sí: su genio y resolución de vida por las grandes causas, aquellas por las que vale la pena jugarse por entero…

Carlos María Romero Sosa / Especial para Con Nuestra América

Desde Buenos Aires, Argentina



Con la muerte el 6 de noviembre último de Fernando “Pino” Solanas, sucedida en París donde representaba como embajador ante la UNESCO al gobierno del Presidente Alberto Fernández, a no pocos argentinos y demás latinoamericanos nos embargó un amargo sentimiento de orfandad; un nuevo duelo por otro de los insustituibles luchadores, sumado a tantos más que no terminan de herirnos y rendirnos. Si así percibimos su ausencia, es debido a la coherencia que tuvo para sostener, incluso en dificilísimas situaciones, un ideario nacional, popular y revolucionario extendido a la Patria Grande y el Tercer Mundo.
  

El niño nacido y creado en la alta burguesía argentina, supo desde la adolescencia admirar posturas jugadas por la soberanía, a veces solitarias y desoídas como la de su mentor Raúl Scalabrini Ortiz. También conoció sacrificadas luchas populares por la justicia social y la auténtica democracia, así la de la Resistencia Peronista llevada a cabo tanto por notorios como por anónimos militantes, a partir de 1955. Y entonces el idealista y el intelectual comprometido en el mejor sentido sartreano del término, tomó esas banderas y las izó victoriosas en las  alturas del séptimo arte, donde serán por siempre imperecederas sus obras, más allá de los avatares políticos y las marchas y contramarchas de los procesos emancipadores desgraciadamente menos lineales que el tiempo que los contiene. 

 

Transitó junto al pueblo entre dictaduras militares y períodos de gobiernos civiles frutos de la proscripción de las mayorías. En su niñez tuvo noticias del contradictorio golpe de Estado de 1943, con simpatías germanófilas y una indudable mirada puesta en la elevación de las clases trabajadoras bajo el ascendente liderazgo del entonces Coronel Perón. Después, con menos de veinte años, lo sorprendió la llamada Revolución Libertadora con  su secuela de represalias y fusilamientos. Más tarde sufrió del onganiato represiones y censuras y finalmente, casi lo desapareció el proceso genocida de 1976 por lo que debió optar por el exilio. En las interrupciones de esos despotismos con charreteras y tecnócratas neoliberales manejando la economía y desmantelando la industria nacional, advirtió que campeaban la debilidad institucional y un vicio de origen que solo aportaban una “democracia barniz”, más allá del talento del desarrollista Arturo Frondizi y la honestidad del radical Arturo Umberto Illia, los presidentes civiles finalmente depuestos y antes arrinconados  por planteos castrenses. 

 

Pero más doloroso debió resultarle comprobar que incluso en los mismos procesos populares, como ocurrió en el gobierno peronista a partir de 1974, se depusieron los principios justicialistas, asomando el ultraderechismo revanchista con la violencia asesina de la parapolicial Triple A de José López Rega y el comisario Villar felizmente ajusticiado, la patota que lo amenazó de muerte.  Regresó al país con la restauración democrática en 1983 y la primavera alfonsinista. Lo esperaban nuevos desafíos y riesgos a su vida durante el menemismo, al que apoyó en un principio separándose luego con su férrea oposición a la gestión privatizadora de YPF del ingeniero José Alberto Estenssoro y otras gravísimas infamias, como los indultos en un bien tejido manto antinacional de corrupción e impunidad a ex represores verdadera mano de obra desocupada.  

 

El 22 de mayo de 1991 “Pino” fue herido de seis disparos en las piernas en un atentado mafioso: “Los argentinos van a defender su patrimonio con uñas y dientes”, expresó mientras era trasladado en camilla a un centro de salud. Enterado del hecho, Menem en triste alianza con los Alzogaray le recomendó con ironía republicana seguir hablando contra él. 

 

Podría sintetizarse la trayectoria de Solanas como la de un patriota de ley, que puso todo de sí: su genio y resolución de vida por las grandes causas, aquellas por las que vale la pena jugarse por entero: “Se es hombremente”, poetizó alguna vez el chileno Gonzalo Rojas. Y “hombremente” -dicho lejos de toda actitud machista-, “Pino” denunció el cipayismo de las oligarquías en sus películas multipremiadas internacionalmente como “La hora de los hornos” (1968), “Los hijos de Fierro” (1975), “Tango, el exilio de Gardel” (1985), “Sur” (1988), “Memorias del saqueo” (2003) o “La próxima estación” (2008). Hay en ellas escenas que parecen haber sido concebidas al calor de fogatas contra los gases lacrimógenos policiales y la tensión en las barricadas durante el Cordobazo, los sucesivos planes de lucha de la CGT o acompañando las marchas de las Madres de Plaza de Mayo,  cuando mencionar el tema de los Derechos Humanos era pecado para el establishment. Ricardo Piglia cuenta en un párrafo de los autobiográficos “Diarios de Emilio Renzi”, que a finales de los años sesenta concurrió clandestinamente a la proyección de “La hora de los hornos”, icónico film de Fernando “Pino” Solanas y Osvaldo Getino, que recién pudo estrenarse abiertamente en cines en 1973 bajo el gobierno del doctor Cámpora, un documental que habla de resistencia a la dependencia neocolonial impuesta por el imperialismo capitalista y el cipayismo local.   

 

Finalmente hizo oír su voz rectora en el Congreso Nacional, al que accedió en calidad de diputado y posteriormente como senador, votado por una ciudadanía harta de politiqueros y corruptos. En sus trajinadas rebeldías y luchas no se sintió solo y él por su parte activó solidaridades, como la que desde un principio tuvo para el proyecto bolivariano y socialista del Comandante Hugo Chávez: “Chávez nos enseñó a sembrar la unidad entre los latinoamericanos. Nos legó la esperanza de los pueblos de un futuro digno y democrático”, escribió a su muerte; y siempre por la Revolución Cubana. “Muy argentino, muy latinoamericano, este artista que asumió la política como arma de combate, que fue tiroteado por defender sus ideas de justicia, y que, a los acordes de un bandoneón, convirtió el exilio impuesto por los militares en su mejor arte”,  fueron las frases finales de un artículo de despedida  al perpetuo rebelde con causa, firmado por  Rolando Pérez Betancourt y publicado en Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.  

 

En los últimos tiempos y desde su banca legislativa, “Pino” se comprometió con la defensa de los recursos naturales, el medio ambiente y la ecología. En 2019 fue uno de los más entusiastas impulsores de la formación del hoy gobernante Frente de Todos, convencido que para derrotar al macrismo había que deponer personalismos y diferencias metodológicas, puesta la mirada común en la consolidación de un proyecto nacional e inclusivo. Poco antes de contraer el Covid-19, que lo llevaría a la muerte, viajó a Roma para tener una larga entrevista con el Papa Franciscodel que celebraba sin tapujos la encíclica “Laudato si”. 

 

Al pensar en Fernando “Pino” Solanas, inevitablemente me veo con cincuenta años menos concurriendo de manera clandestina, lo mismo que Piglia, a la sede de cierto sindicato ya borroso en mi memoria para ver “La hora de los hornos”. Me convocó el entusiasmo y pensar entonces, con ingenuidad de adolescente, que bastaban denuncias de parecido tenor para que al tomarse conciencia de tanta injusticia y dependencia económica y cultural se enderezara la realidad. Sin embargo, no ocurrió así y no la encauzaron ni las perfecciones de aquel film, ni los ulteriores padecimientos de los años de plomo. A punto tal que con la misma expresión de agravios que cinco décadas atrás por las venas abiertas de América Latina, según el título del libro también icónico del uruguayo Eduardo Galeano de 1971, lo voté desde su primera candidatura en el Frente Grande, integrado por su agrupación Proyecto Sur en los años 90 del siglo pasado y luego en todas las oportunidades en que se presentó como candidato, incluso perdedor a Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Debo reconocerlo y hacer mea culpa por ello: lo vote con actitud más testimonial que ilusiones en la fácil concreción de los grandes cambios sociales acariciados alguna vez por mi generación, que en gran medida lo tuvo a él como referente.     

1 comentario:

Germán Cáceres dijo...

Una nota notable, que no solo retrata la talla de un cineasta de excepción, sino que también valora un tipo de cine poco difundido como es el político. Además, está el compromiso de Carlos María Romero Sosa con el humanismo. La nota abunda en valiosos datos históricos y cinematográficos.

Germán Cáceres