La globalización, por tanto, no tiene banderas, ni himnos, ni desfiles a favor, ni partidos propios. Es, sin embargo, un fenómeno tan rotundo en cuanto a sus consecuencias que tiene al Estado/nación en la duda acerca de su capacidad para manejar este proceso que puede terminar con la existencia misma de los Estados autónomos tal como se han conocido en los últimos dos siglos.
Manuel Barrera Romero / Especial para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
¿Qué de extraño tiene, entonces, que estemos en estos días abocados al estudio de los flujos del comercio internacional, de Internet y la nueva economía, del terrorismo en el mundo, de la inversión externa? Justamente, anotándose en esta tendencia el autor de este opúsculo quiere decir una palabra sobre el fenómeno de la globalización, aunque no desde el ángulo de las relaciones internacionales, sino desde la perspectiva socioeconómica y, en parte, desde el punto de vista de las consecuencias culturales que estos fenómenos desencadenan sobre nuestra realidad. La globalización está ya presente en nuestras vidas, en cuanto está modificando nuestras sociedades, nuestras economías y nuestras visiones del mundo.
En este proceso que expande todas las escalas y todos los horizontes está en juego la suerte del hombre común. El mayor riesgo para éste es el de quedar al margen de los acontecimientos y de los procesos de una sociedad que se globaliza y que puede constituirse en un sistema que excluya a algunos, no por un afán de explotación, como en el primer capitalismo, sino por la irrelevancia económica, cultural y social de esos desafortunados.
Es un lugar común decir que la nuestra es una época de cambios. Pero dada la aglomeración de ellos se ha dicho que es también apropiado afirmar que se vive un cambio de época. Si ello fuese así deberíamos estar en presencia de un quiebre muy profundo en el devenir histórico de los últimos siglos. En este contexto la globalización, aunque importante, sería sólo uno de los pilares de ese vuelco. En verdad este fenómeno se ha constituido en una puerta de entrada para hablar de los radicales cambios que están ocurriendo desde los años iniciales del siglo XX y que han madurado hacia las dos últimas décadas de él. Si relacionamos la globalización con el cambio tecnológico y con otros factores asociados temporalmente a ella, pronto caeremos en cuenta que el fenómeno causal es la tecnología y algunos de esos otros factores y la globalización es más bien un resultado de ellos. De ahí que algunos hayan afirmado que más que un propósito, más que un programa la globalización es una consecuencia. Y si no existe un plan ni una ideología de la globalización, entonces, ella viene cargada de incertidumbres, más aún si ella es en nuestros días, un proceso que se desenvuelve y no un resultado final. Nuestro mundo es uno sin certezas, es una frase que se ha constituido en definitoria de una situación que no podemos caracterizar con precisión.
La globalización, por tanto, no tiene banderas, ni himnos, ni desfiles a favor, ni partidos propios. Es, sin embargo, un fenómeno tan rotundo en cuanto a sus consecuencias que tiene al Estado/nación en la duda acerca de su capacidad para manejar este proceso que puede terminar con la existencia misma de los Estados autónomos tal como se han conocido en los últimos dos siglos. También es rotundo por sus consecuencias negativas en lo político, económico, social y cultural. A la fecha algunos países se han beneficiado del proceso, otros se han perjudicado. Así es posible distinguir países ganadores y países perdedores. Entre los primeros están claramente los países desarrollados más la India y China. Entre los segundos están la mayoría de los países de África y otros del mundo en desarrollo. Chile, con su apertura comercial, su política macroeconómica y la modernización de la minería y agricultura se encuentra entre los ganadores y, potencialmente, podría ser un gran ganador, si modernizara su industria y aumentara su capacidad de innovación e inversión productiva. En los países perdedores han aumentado las desigualdades, la pobreza, el desempleo, la exclusión. Al interior de los países de uno y otro conjunto podría hacerse un análisis similar sobre sectores económicos, grupos de trabajadores, regiones, etc.
Como en todos lados, hay perdedores en los cuales existen himnos, banderas y desfiles en contra de la globalización, sobre todo debido a que este proceso se ha dado enlazado con la concepción económica neoliberal, que es más funcional al capital que a otros factores de la economía y la sociedad.
¿Podremos distinguir entre el fenómeno de la globalización propiamente tal, y el patrón actual de desarrollo de la economía mundial y de la vigente configuración del poder internacional? Una respuesta negativa a esta interrogante conduce a una visión pesimista de la mundialización en tanto que una positiva lleva a un esfuerzo por separar el fenómeno de nuestro interés tanto del actual patrón de desarrollo como del ordenamiento de las relaciones internacionales, en el que hacen falta normas y mecanismos capaces de ordenar el proceso y paliar sus efectos negativos.
Es obvio que un fenómeno tan importante como la globalización y como los cambios que la han acompañado hacia finales del siglo XX, harán variar de un modo profundo la sociedad que hemos conocido y en la que hemos hecho nuestras vidas. Muchos apuestan, hoy en día, a que la sociedad del futuro próximo, la que se está empezando a construir en estos días, será una sociedad global basada en la información y el conocimiento, donde el factor fundamental de la producción será el valor conocimiento. Sea que subsista el Estado/nación, sea que lo que viene es una sociedad mundial o, más probablemente, sea que tengamos una situación intermedia entre esas posibilidades el valor principal en ella será el saber, el conocimiento, la información. Actualmente, utilizando este factor, aparentemente neutral desde el punto de vista del poder, las Empresas Transnacionales (ET) que residen en la tríada Estados Unidos, Europa y China-Japón se han constituido en el motor principal de la realización práctica de las tendencias globalizadoras. Esta tríada concentra la producción de conocimientos e información y, muy especialmente, su transformación en mercancías para el mercado. Sin embargo, un país como la India basa su actual despliegue económico justamente en su creatividad en el terreno del software.
Si concordamos en que se está viviendo un cambio de época, entonces, conviene buscar los indicios de ese cambio en los acontecimientos y los procesos que lo anuncian o preceden. Y, a partir de ellos, desentrañar las características mas visibles de la sociedad que viene. Los que han seguido ese camino han llegado a establecer la siguiente disyuntiva: la futura será una sociedad industrial avanzada en la cual el espíritu del industrialismo seguirá informando tanto el devenir de la economía como los valores sociales. Para caracterizar esa sociedad futura bastaría con proyectar las actuales tendencias de un país como Japón, y tendríamos los rasgos de la sociedad ultra industrial del futuro:
"...la estructura social japonesa está perfectamente adaptada a la producción masiva en gran escala de productos estandarizados como los automóviles y los aparatos eléctricos. El Japón se ha transformado en el epítome de la sociedad industrial"
(Taichi Sakaiya, ¿Qué es Japón? Santiago: Editorial Andrés Bello 1994, pág. 298)
La otra postura es que la sociedad del futuro será una sociedad postindustrial, cualitativamente diferente, que se apartará de las características y los valores del industrialismo, la sociedad de la información o del saber. Será una economía de servicios en que los productores más importantes estarán en el sector terciario. No serán ni campesinos ni obreros sino profesionales del saber y el conocimiento. Los Estados Unidos, Singapur, Suecia serían los países más adelantados al respecto. La mayoría de los analistas se inclinan por esta segunda posibilidad.
Frente a la una potencial nueva sociedad surgen muchos interrogantes, algunos de los cuales son los siguientes:
- ¿Será la futura sociedad una sociedad post capitalista? ¿Será una sociedad mundial que reemplace a los Estados nacionales? ¿Qué sucederá con los grandes ideales liberales del siglo XVIII, la libertad, la igualdad y la fraternidad? ¿Habrá un gobierno mundial y, si fuese así, qué será de la democracia?
- En una eventual sociedad del conocimiento, ¿cuáles serán los criterios de estratificación social? En el futuro ¿seguirá siendo el trabajo el eje orientador de la existencia adulta? ¿será reemplazado por el saber, o quizás por el ocio, en tal función? ¿El actual trabajo humano será realizado por máquinas? ¿La gente continuará en el futuro consumiendo cada vez más cosas materiales como lo imponía la sociedad industrial?
- ¿Nuestros gustos y la ética económica se seguirán basando en el supuesto de que un consumo mayor de cosas materiales es conveniente para todos o, si no es así, en qué supuestos se basarán?
Las preguntas podrían multiplicarse. Las anteriores constituyen algunos de los interrogantes que preocupan ante el cambio que está ocurriendo en nuestro tiempo. Emanan de fenómenos presentes en la sociedad que rompen la lógica de la sociedad industrial capitalista tal como la hemos conocido y que inauguran nuevas maneras de hacer las cosas, nuevas perspectivas valóricas y culturales, nuevas estructuras sociales, económicas y políticas. Lo que sucede es que la globalización y los cambios que la acompañan en el orden de la tecnología, de la política y de la economía son fenómenos inseparables. Sólo son discernibles para fines puramente analíticos, es decir, abstractos, pero en la realidad conviven una con los otros. Algunos de ellos se mencionan en lo que siguen.
Termino esta introducción con un epígrafe de Yuval Noah Harari a un capítulo de su libro “21 lecciones para el siglo XXI” (Santiago de Chile: Penguin Random House Grupo Editorial; pág. 283): “¿Cómo se vive en una época de desconcierto cuando los relatos antiguos se han desmoronado y todavía no ha surgido un relato nuevo que los sustituya?”
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