sábado, 10 de abril de 2021

Los migrantes no son de cuento

La tragedia de las migraciones no puede ser vista como una noticia aislada que podría ser ficción o producto de historieta, emanada del imaginario de lo que tal vez nunca fue.


Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica


Parece un cuento de terror: un “coyote”, un traficante de personas, tiró al otro lado del muro entre México y USA, a 4 metros de altura, a dos niñas migrantes ecuatorianas de 3 y 5 años. Cumplió su compromiso: los “puso” allá. ¡Pero de qué forma! No obstante, la anécdota es reveladora de la realidad de la frontera mexicana: los coyotes lanzan sus “encomiendas” al otro lado; igual que se hacía con nuestros antepasados, los inmigrantes de Europa, África y Asia, a través del Atlántico.

 

Lo sabemos y vivimos: los latinoamericanos somos descendientes de una secuencia de inmigrantes milenaria. Las poblaciones que arribaron fueron parte sustantiva en las construcciones nacionales de Nuestra América pues mezclaron sus culturas ancestrales con la autóctona en sus festejos, creencias, lenguas, dramatismo y anécdotas. Algunos fueron muy bien venidos, sobre todo por quienes estaban convencidos de que cualquier europeo, no importara su condición, era muy superior a un (latino) americano, en lo que Costa Rica no fue la excepción; cuando ingresaron los italianos a trabajar en la construcción del ferrocarril al Atlántico, después de los esclavos chinos, no faltó el analista que escribiera que aquellos podrían hasta “mejorar nuestra raza”. Al poco tiempo de estar con nosotros, aquellos italianos protagonizaron movimientos y huelgas (1887-1889) para reclamar derechos laborales incumplidos: fue su valioso aporte a nuestras organizaciones sociales y políticas antes de conocerse la Carta Pastoral de Mons. Bernardo Augusto Thiel (1893) que clamaba por justicia social sobre la base de la Encíclica Rerum Noravum. Esto está en nuestro registro histórico y no debe olvidarse.

 

La tragedia de las migraciones no puede ser vista como una noticia aislada que podría ser ficción o producto de historieta, emanada del imaginario de lo que tal vez nunca fue. En los años 70 del Siglo anterior hubo un “animado” japonés que se llamaba Marco. Era la historia de un niño italiano que viajó a Argentina en busca de su madre: un retrato de lo que sucedía año tras año en el Cono Sur. El relato “De los Apeninos a los Andes”, de Edmondo de Amicis (1846-1908) publicado en 1886, fue llevado a la pantalla en diferentes expresiones, desde el cine mudo hasta el animado. La serie que conocimos nos conmovió la conciencia, pues relataba los sufrimientos de los europeos que llegaban, en el Siglo XIX, a trabajar, ahorrar y potenciarse un buen vivir muy similar a lo que hoy hacen, o quisieran hacer, miles de latinoamericanos en América del Norte.

 

Traigo a colación el cuento de Amicis y el animado de Marco para mostrar lo que sucede en la frontera norte de México. La prensa habla de 4.200 niños varados, de 14.000 latinoamericanos en albergues, al otro lado, bajo custodia policial protegidos con mantas isotérmicas. Se dice que logra pasa un promedio de 1.000 seres humanos por día y que, en el mes de marzo pasado, fueron 16.000 menores de edad. Engrosan los millones de inmigrantes de esta región en el corazón del imperio y lo hacen porque repudian su presente de miseria, al que confrontan con su sueño de una vida mejor en el centro del capitalismo mundial. Repiten, en nuestro continente, lo que se inició hace 315 mil años en África y 500 años en Europa, pero esta vez muy distinto. La modernidad ha desarrollado la ciencia y la tecnología que ha hecho posible la creación descomunal de bienes y servicios, cuyos beneficios han sido distribuidos desigualmente y concentrados en muy pocas manos y en pocas naciones. Hoy menos se justifica la injusticia. Sin embargo, se estima que los cerca de 2,000 “milmillonarios” del mundo poseen más riqueza que el 60% (unos 4.600 millones de personas) de la población global.  Solo en América Latina y El Caribe, el 83% de la riqueza está copada por un 20% de gente entre los cuales hay 107 “milmillonarios”. Y esta riqueza también está significativamente concentrada en las grandes naciones del capitalismo desarrollado. Las periferias aportan la mano de obra barata, no solo de los que migran. Los que hay en la frontera están a la espera de algún pariente o amigo del otro lado; alguien que les dé una mano para construir su sueño americano, incluso, a costa de perder la vida, o de padecer discriminaciones. Son miles de “dreamers” que hacen fila para alcanzar su legalidad. 

 

Marco, el niño italiano del cuento y el “animé” deseaba encontrar a su madre con vida y lo logró: fue un fin feliz. Con ese acontecimiento, simbólico, Marco no perdió su pasado. Pero la historia no se detuvo. No sabemos si las niñas ecuatorianas, que no son de cuento, irán a tener su “happy end”; ni los jóvenes que viven en el corazón del imperio, al margen de un mundo de riquezas y delicias que les es ajeno: un sueño, producto también de su trabajo mal pagado que se les torna inalcanzable. Son extraños: a cada momento se les recuerda en la escuela, la iglesia, la prensa y, sobre todo por la retórica y las acciones de rechazo de los supremacistas blancos, esos “muros” encarnados por un Donald Trump que no era de caricatura. Tampoco son de acá: han perdido su pertenencia a la nación que los vio nacer. Si volvieran, no encontrarían ni su pasado; excepto que los que no migramos tengamos la capacidad moral y solidaria de no olvidarlos y alguna vez darles un abrazo. 

 

Se habla de 4.200 en la frontera y 14.000 en albergues: son solo números pues la dinámica es muy agitada y las estimaciones no muy precisas. Dicen lo que hay; no aseguran de los que han pasado (cerca de 30 millones), aunque fueran lanzados por encima del muro; ni de los que han sido devueltos, ni de los que han muerto; menos aún de los reincidentes que irán a volver a soñar, incluso, lanzados de nuevo, como gatos, por encima de aquel muro, o al Río Grande como mascotas para que aprendan a nadar.

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