Es curioso que, no obstante el unánime interés que existe en las esferas políticas, sociales y gubernamentales por la pobreza en Chile, se haya reflexionado tan poco acerca del significado del concepto pobreza.
Manuel Barrera Romero / Especial para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
Obviamente que la pobreza tiene una dimensión económica que se mide parcialmente a través del nivel de ingresos. Aunque aún la situación económica de las personas y las familias no se corresponde exactamente con su nivel de ingresos. En efecto, existen instituciones económicas antiguas en las familias y comunidades que no generan ingresos, tales como el trueque, la producción para el autoabastecimiento, la donación y otras que siempre han tenido importancia en las estrategias de sobrevivencia de muy variados grupos sociales. En estos meses de pandemia se puede se han dado persistentes donaciones en alimentos hacia sectores populares. También en algunas poblaciones la existencia de “ollas comunes”.
En el mundo moderno la mayoría de la población genera sus ingresos principalmente a través de su empleo. El sentido común suele asociar la posición social con la ocupación. Si ello fuese exactamente así debería conocerse cómo se produce en la realidad el acceso a los empleos u ocupaciones en los distintos sectores de la sociedad, incluyendo a los pobres e indigentes. Sin embargo, poco se sabe en Chile acerca de los mecanismos sociales a través de los cuales se accede a una ocupación de calidad en los sectores de bajos ingresos. El sentido común -y las políticas públicas- sostienen que la educación y la capacitación serían las variables determinantes en el acceso a una ocupación de buena calidad. Es posible, aunque no evidente, que ello sea de esa manera. Sabemos que en la sociedad la educación universitaria opera como un requisito necesario, aunque no suficiente, y es fácil postular que mientras más alta es la jerarquía ocupacional -pública o privada- el acceso a ella depende más y más de consideraciones sociales, políticas, familiares y no de variables objetivas. Si la sociedad funciona de este modo en los niveles altos puede ser que en los niveles de pobreza también intervengan otras variables para el acceso a las buenas ocupaciones disponibles para ellos. Variables como sexo, contactos con autoridades locales, rol del interesado en la familia extensa, valores y expectativas, capacidad para obtener informaciones, condiciones de sociabilidad, buena presencia y otras pueden ser determinantes dado un cierto nivel educacional o de capacitación.
La pobreza y la indigencia son situaciones de vida tan dramáticas que sería imposible que los individuos y las familias no se vieran afectados en sus valores, normas, hábitos, formas de vida, visión del mundo y la sociedad. En nuestra época modernizante han aparecido nuevos valores que deben ser internalizados por los que quieren vivir adecuadamente y con éxito en la modernidad. ¿Asumen los pobres estos valores? ¿Los conocen, los comparten? ¿Qué distancia existe entre sus valores y los de la modernidad? ¿Las escuelas a las que concurren los niños pobres transmiten los nuevos valores?
La relación entre los individuos y las organizaciones populares con la sociedad civil extensa y el Estado es de importancia determinante para el grado de incorporación y participación en los más variados aspectos de la vida del país. Esa relación constituye propiamente la vida social y política. ¿Cuál es la relación de los pobres e indigentes con la sociedad civil -a cuyo segmento popular pertenecen en potencia- y cuál es su relación con el Estado? Siendo más analítico podría uno preguntarse cuáles son las características de la sociedad civil popular. ¿En qué difiere la sociabilidad de los pobres respecto de la de los no pobres? ¿En qué difiere su relación con el Estado? ¿En qué forma asumen su ciudadanía?
Sabemos que durante varias décadas la relación de los sectores populares con el Estado y los partidos políticos estuvo grandemente contaminada con el populismo y el clientelismo. Al desaparecer éstos como mecanismos de relación, ¿qué los ha sustituido?
¿Cómo funciona y cuáles son los valores de la institución familiar entre los pobres e indigentes? ¿Cuáles son las relaciones entre los componentes de tales familias? ¿Tiene vigencia en estas familias la ley positiva?
¿Tienen la ley y, en general, las normas que regulan la convivencia el mismo alcance, la misma vigencia que en los otros sectores? Y si ello no fuese así, ¿cuáles son las normas que regulan su convivencia y qué relación tienen con aquellas oficialmente reforzadas por la sociedad a través del Estado, de los medios de comunicación, de la escuela?
La pobreza es, sin duda, una realidad compleja. Su cabal comprensión requiere de una aproximación intelectual multidimensional. De este modo surgirá un concepto -que necesariamente debería ir más allá de una medición- lo que permitiría el diseño de políticas públicas y privadas que hicieran referencia a los variados aspectos que conforman la situación de pobreza y la situación de indigencia. Una visión más elaborada acerca de estas realidades humanas puede desembocar también en una mayor sensibilización de la conciencia nacional para crear un poderoso y variado movimiento de solidaridad alrededor de la pobreza y la indigencia.
Pues bien, nuestra tesis es que las políticas focalizadas, es decir los programas diseñados y aplicados para producir un impacto en una determinada población objetivo, no obstante, algunos logros alcanzados, la pobreza e indigencia persisten y siguen entre nosotros. En nuestra opinión, el déficit tiene que ver con la difícil y esquiva modernización del país. Se trata de valores sociales y políticos. En especial, de la inexistencia de un proyecto de nación encarnado en el conjunto de la sociedad. Se trata de la insuficiencia de la sociedad civil para asumir lo que deja huérfano el Estado y las loables iniciativas religiosas. Es el caso que nuestra sociedad civil no está suficientemente articulada ni tiene los mecanismos idóneos para asumir estas tareas.
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