Cuando todos los cubanos y cubanas, y millones de hombres y mujeres en disimiles lugares del planeta sean inmunizados con las vacunas cubanas, deben saber que ello ha sido posible porque aquel hacedor de revoluciones, ese que superó la muerte porque “morir por la patria es vivir”, el que hizo que una pequeña isla del Caribe se transformara en un gigante exportador de vida y de salud, así lo soñó, así lo pensó y así lo hizo.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
Tras el triunfo de la revolución, Fidel se volcó a hacer realidad el “Programa del Moncada”. En fecha tan temprana como enero de 1960 señaló que el futuro de Cuba tenía que ser necesariamente un futuro de hombres de ciencia y de pensamiento porque eso es lo que la revolución sembraría: “oportunidades a la inteligencia”. Así mismo, pensando en el porvenir, aseguraba que ahora los científicos y los investigadores tendrían todas las oportunidades para servir a su pueblo y a su patria, porque en los próximos años crecerían las instituciones científicas a las que esperaba se sumaran muchos cubanos que no solo deberían aumentar sus conocimientos sino que, lo más importante, era que estos debían ser puestos al servicio de la justicia y de la patria.
De esta manera, con visión señera planteó una tarea estratégica para los jóvenes, instándolos a la investigación, el pensamiento y el conocimiento, toda vez que Cuba vivía momentos “en que el papel del pensamiento es excepcional, porque solo el pensamiento puede guiar a los pueblos en los instantes de grandes transformaciones y en los momentos en que se emprenden grandes empresas como esta”.
Como en todas las acciones cristalizadas por Fidel, el discurso siempre estuvo acompañado con los hechos. Así, en 1962 se creó la Academia de Ciencias de Cuba, se organizaron centros de investigación en diferentes instituciones vinculadas a la economía y los servicios y en julio de 1965, con su decisiva orientación se inauguró el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC), dando formal inicio a la creación de instituciones que habrían de constituir la columna vertebral del sistema científico cubano.
Años después, el 13 de marzo de 1969, durante un discurso pronunciado en la Universidad de la Habana, establecía la necesidad de producir un encadenamiento entre las universidades y la investigación. Decía al respecto: “La universidad deberá vincularse a las investigaciones, y las universidades deberán ser centros de investigación de todo tipo (...) queremos decir que los profesores deberán participar en las investigaciones y los centros de investigación deberán participar en la formación de los futuros técnicos”, con lo cual proponía dar un salto en el proceso al formular la necesidad de masificar aún más los esfuerzos de investigación. Así mismo, instauraba una práctica que a partir de entonces debió ser asumida por los dirigentes cubanos, al dejar sentado que era “obligación de cualquier hombre de responsabilidad pública tratar de disponer del mínimo de conocimientos para poder evaluar lo que los científicos, los técnicos, los especialistas, puedan indicar en un sentido u otro”.
Junto a ello, proyectaba para los científicos, el sentimiento y el imperativo propios de la revolución cubana de servir a la sociedad y al internacionalismo: “Para tener acceso a la producción moderna y dominar las tecnologías avanzadas, es imprescindible instruir a los hombres y mujeres que las van a manejar, formarlos para el mayor conocimiento de sus especialidades y dotarlos de una conciencia social, patriótica e internacionalista que permita realizar tanto los proyectos económicos y sociales propios como contribuir al desarrollo de la parte de la humanidad más urgida y que sufre en peor grado las consecuencias del pasado colonial”.
Bajo su sabia orientación, Cuba, un pequeño país de escasos recursos, atacado incesantemente por Estados Unidos, desarrolló una comunidad científica propia del 1er. mundo. Así, en 1976 fueron creados la Academia de Ciencias de Cuba y el Comité Estatal de Ciencia y Tecnología. En 1981 se fundó el denominado “Frente Biológico” en el que se conjugó el trabajo de todos los científicos e instituciones afines al tema a partir de la cooperación, integración y generalización de los procesos.
En 1982 comenzó su funcionamiento el Centro de Estudios Bológicos (CIB) y cuatro años después nace el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), institución de 1er. nivel y centro emblemático de la biotecnología en Cuba con el objetivo de transformarse en una institución que vinculara investigación y producción, caracterizada por la continuidad de todas las actividades y temas científicos especializados que se habían iniciado en el CIB. Así mismo surgieron nuevos centros de investigación y se dio un impulso especial a la biotecnología. Ejemplos de todo ello fueron el Centro Nacional de Biopreparados; el Instituto de Medicina Tropical (IPK); la Biblioteca Nacional de Ciencia y Técnica; el Instituto “Carlos J. Finlay” destinado al desarrollo de vacunas; el Centro de Inmunología Molecular (CIM) especializado en la obtención de anticuerpos monoclonales; el Centro de Química Molecular (CQM), dedicado a la elaboración de antígenos sintéticos; y el Centro de Inmuno Ensayos (CIE) entre otras instituciones de investigación de las cuales existen sedes en varias provincias. En cada uno de estos centros, estuvo presente la impronta personal que le impuso el Comandante en Jefe.
En 1984, el CNIC concibió el MEDICID-03, primer electroencefalógrafo automatizado con continuidad en el NEUROCID-M, para registrar la actividad eléctrica en los músculos esqueléticos. A ello, se sumó en 1990 el AUDIX, electro audiómetro, (primero en el mundo) y el SUMA, Sistema Ultramicro-analítico.
Años después, en la tribuna de la 1ra. Cumbre de la Tierra realizada en Río de Janeiro en 1992 Fidel hizo un llamado premonitorio a fin de evitar el desastre que veía venir: “Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación” dijo en un mensaje que todavía resuena en los oídos de la humanidad.
La desaparición del campo socialista en 1990 significó un duro golpe para Cuba y su economía. El desarrollo científico no estuvo ajeno a la difícil impronta que se imponía a partir del cambio radical de la estructura política del planeta. Para adaptarse a la nueva situación fue creado en 1992 el “Polo Científico del Oeste de La Habana” con la intención de producir un salto adelante desde el punto de vista estructural que permitiera dar una respuesta positiva a las difíciles condiciones de trabajo que habían surgido.
A partir de entonces, el desarrollo de la ciencia y la tecnología cubana se ha tenido que ir adaptando a los vertiginosos cambios que se han desatado en los últimos treinta años. Debe decirse sin embargo que nunca se detuvo el trabajo, ni siquiera durante los espinosos momentos del Período Especial que Cuba sufrió durante la última década del siglo pasado al desmoronarse la base fundamental de su sustento internacional, al mismo tiempo que se incrementaba la agresividad imperialista, suponiendo que la isla no resistiría los embates de este cataclismo. Así, finalmente, en fechas más recientes, Cuba ha adoptado el concepto inclusivo de Sistema de Ciencia e Innovación Tecnológica. (SCIT).
En particular, el Sistema de Ciencia e Innovación Tecnológica para la Salud (SCITS) organizado en 37 entidades de ciencia e innovación: 16 centros de investigación, 3 de servicios científico-tecnológicos y 18 unidades de desarrollo e innovación se transformó en la nueva estructura que modernamente ha asumido el hoy ya poderoso sistema cubano de ciencia y tecnología.
En 2012 se creó BioCubaFarma organización superior de dirección empresarial, que integró los centros de investigación, desarrollo y producción de biotecnología, la industria farmacéutica y los equipos médicos de alta tecnología. BioCubaFarma —con sus 32 empresas, 70 instalaciones productivas, 10 centros de investigación, 11 unidades de investigación y desarrollo y un centro de servicios científico tecnológico también forma parte del SCITS. Los productos y las tecnologías de BioCubaFarma forman parte del Cuadro Básico de Medicamentos y otras aplicaciones del Ministerio de Salud.
Hoy se puede decir que solo por el CNIC han pasado a lo largo de 50 años, más de 30 mil especialistas, que se han superado en sus departamentos y laboratorios, 389 de ellos obtuvieron su grado de Doctor en Ciencias, muchos se convirtieron en líderes científicos y es común encontrar en los restantes centros, directivos formados en esta emblemática institución, madre del desarrollo científico cubano.
Todo proceso tiene sus tiempos. Pasaron aquellos en que la revolución cubana era dirigida por combatientes, guerrilleros y luchadores sociales que se alzaron ante el oprobio. Los líderes fueron al Moncada, a la cárcel, al exilio, regresaron a la patria para subir a la sierra y lograr el fin de la dictadura. Fidel y Raúl durante 60 años enfrentaron y vencieron al coloso del norte, pero la lucha continúa con nuevos retos. Hoy, la resistencia también se manifiesta en otras áreas y Miguel Díaz-Canel la ha asumido con la misma responsabilidad que siempre han tenido los líderes cubanos. Por eso, hoy su Moncada, su Sierra Maestra y su Playa Girón se producen en otras trincheras.
Continuador de la obra y el pensamiento de Fidel y para dar seguimiento de la manera más efectiva a la gesta del Comandante en Jefe, el presidente de Cuba defendió exitosamente su tesis “Sistema de Gestión de Gobierno basado en Ciencia e Innovación para el desarrollo sostenible en Cuba” a fin de optar al título de Doctor en Ciencias por la Universidad Central de las Villas. Díaz-Canel nació tres meses después de aquel enero de 1960 cuando Fidel refiriéndose a la revolución que se iniciaba, señalara con su extraordinaria visión de futuro que: “…solo el pensamiento puede guiar a los pueblos en los instantes de grandes transformaciones y en los momentos en que se emprenden grandes empresas como esta”.
Las vacunas cubanas se denominan “Soberana” reivindicando una disposición y una decisión; “Abdala”, para que el apóstol nunca muera ni se extinga jamás su memoria, como dijera Fidel en el Juicio del Moncada; y “Mambísa” en homenaje al hombre de la tierra, trabajador y patriota que conquistó la primera independencia de la mano de Máximo Gómez y Antonio Maceo.
Porque él mismo quiso que fuera así, ninguna de las vacunas cubanas llevará el nombre de Fidel, pero todas tendrán impreso su espíritu humanitario y su vocación de hacer una revolución para los excluidos de la tierra, para aquellos que no tienen derecho a nada, ni siquiera a una vacuna contra la pandemia.
Cuando todos los cubanos y cubanas, y millones de hombres y mujeres en disimiles lugares del planeta sean inmunizados con las vacunas cubanas, deben saber que ello ha sido posible porque aquel hacedor de revoluciones, ese que superó la muerte porque “morir por la patria es vivir”, el que hizo que una pequeña isla del Caribe se transformara en un gigante exportador de vida y de salud, así lo soñó, así lo pensó y así lo hizo.
NOTA: Agradezco el aporte invaluable de mi entrañable amigo Luis Rojas Núñez sin cuya ayuda hubiera sido imposible realizar este trabajo.
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