En Estados Unidos la guerra, sin dudas repudiada por muchos de sus ciudadanos pero entronizada por la ideología dominante, sigue siendo un eje fundamental en torno al cual gira buena parte de la sociedad, su economía, su política, su cultura.
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
96 estadounidenses son asesinados con armas de fuego como promedio cada día.
¿Solo “locura” explica esto?
En Estados Unidos, la supuesta tierra de “libertad y democracia”, hoy día ya no sorprende a nadie la comisión de una nueva matanza con algún arma de fuego realizada por un civil, que luego se suicida o cae muerto por la policía. Las últimas décadas del siglo pasado ya ofrecían ese trágico panorama (el 1 de agosto de 1966 Joseph Whitman, un ex marine de 25 años, disparó contra estudiantes de la Universidad de Texas, en Austin, matando a 18 personas), pero paulatinamente el terror fue incrementándose, haciéndose casi “normal” al día de hoy...
La lista continúa (es ocioso seguir dando más datos, porque siempre es igual: compra de armas de fuego de alto calibre en la tienda de la esquina, asesinatos masivos y luego suicidio, con la inmediata cobertura mediática sensacionalista). En la recién terminada Semana Santa (¿santa?) se registraron tres nuevos tiroteos con el resultado de más muertos y heridos. Y mientras eso sigue sucediendo, en la frontera sur, en el límite con México, con la mirada cómplice de las autoridades estadounidenses, civiles muy fuertemente armados autodenominados Rangersse dedican a “cazar” inmigrantes que intentan ingresar a territorio norteamericano, mientras que el ex presidente Donald Trump y gente de su gobierno llamaba a “tomar” el Capitolio en un gesto tragicómico, con exhibición de armas de fuego y nuevos muertos y heridos.
¿Qué hay en la cultura de este país que continuamente se asiste a estas “locuras” sociales? Explicar esta interminable lista de masacres y apología del terror, que cada vez más frecuentemente enluta a familias estadounidenses, simplemente por “desequilibrados mentales” que en algún momento entran en acción, queda corto. Sin dudas quien puede cometer estos “actos locos”, demenciales, desde todo punto de vista “insanos” en términos psicológicos, son personas con severos trastornos psíquicos. Pero para entender en su cabalidad el fenómeno hay que introducir dos elementos más: 1) el sentir nacional de Estados Unidos como potencia impune con su “destino manifiesto” de conducir al resto de la humanidad, y 2) la industria de las armas, de enorme importancia dentro de su economía, y vital en su cultura cotidiana.
Si es cierto que quienes cometen esos actos “locos” son, justamente, personas “locas” (en general psicóticos, personas que presentan delirios y/o alucinaciones), sus delirios hay que entenderlos en el ámbito de la cultura donde aparecen. Los delirios no son azarosos, antojadizos: comportan una lógica, tienen sentido, mantienen algún anudamiento con la realidad. En el Medioevo europeo los locos deliraban con apariciones de vírgenes, hablaban con el demonio y se movían en lo que la media cultural imponía (la Santa Inquisición persiguiendo brujas por todos lados). En el siglo XX –época de viajes espaciales– los locos deliran con platos voladores y marcianos. En un país como Estados Unidos, sus locos deliran con su imaginario dominante, con su representación icónica por excelencia: Rambo, un killer que “se las puede con todas”, el “muchachito” hollywoodense que, como se puede ver en alguna sátira burlona, de un solo disparo mata a diez “malos” (indios, comunistas, musulmanes; ¿próximamente chinos?).
País de Rambos
En el imaginario cotidiano de cualquier ciudadano estadounidense, desde hace ya más de un siglo, anida la idea de “ganador absoluto”. El mundo se reduce a su país… y los enemigos que no son como su país. Nadie se les opone, y su impunidad es proverbial. Rambo, ese veterano de la guerra de Vietnam prácticamente invencible, “hombre de acero”, “macho” por antonomasia, es el representante más acabado de esa fantasía.
En Estados Unidos la guerra, sin dudas repudiada por muchos de sus ciudadanos pero entronizada por la ideología dominante, sigue siendo un eje fundamental en torno al cual gira buena parte de la sociedad, su economía, su política, su cultura. Por eso mismo, la guerra en tanto expresión de ese “espíritu agresivo”, sigue siendo apoyada por una amplia mayoría (¿por qué ganaría la presidencia un supremacista blanco, machista y guerrerista como Donald Trump si no?, vitoreado por población que puede ver en Joe Biden… ¡un comunista!). Es el único país del mundo que prácticamente ha participado en todas las guerras habidas en los siglos XX y XXI; posee las fuerzas armadas más grandes del planeta, y los gastos militares de su presupuesto son colosales: de hecho, la mitad de todos los gastos mundiales invertidos en ese ámbito. País que no dudó en usar armas atómicas contra población civil no combatiente (las dos innecesarias bombas en Japón sobre el final de la Segunda Guerra Mundial para demostrar “quién manda”), que ha entregado a Israel –su “sucursal” en Medio Oriente– al menos 400 armas atómicas para defender sus intereses en la región, fundamentalmente petroleros, país que ha desarrollado los más pérfidos y sanguinarios métodos de guerra, utilizándolos de hecho y enseñándolos a sus ejércitos subordinados (de Latinoamérica especialmente), nación poseedora de alrededor de 700 bases militares diseminadas por toda la geografía planetaria, en muchos casos violando el derecho internacional, que puede trasladar a Guantánamo, Cuba, los detenidos que desee conveniente y allí torturarlos sin la más mínima culpa, recibiendo como producto de todo eso un odio visceral del resto del mundo. Pese a ello, el presidente George Busch hijo tuvo el descaro de preguntarse “¿Por qué nos odian?”, como si fuera necesario aclararlo. Es más que evidente que su agresividad es monumental, proverbial; pero lo peor: es que la nación en su conjunto se siente con el supuesto “derecho divino” de seguir haciéndolo. Esto, digámoslo rápidamente, es fruto de la posición hegemónica de su clase dominante, aunque esa ideología, producto de una bien pergeñada manipulación, permea a toda la sociedad.
En el medio de esa violencia generalizada, sus locos reproducen en sus delirios lo que es moneda común en su cotidianeidad. Para evidenciar esa violencia, la cubana revista digital Cubadebate hizo un seguimiento de hechos violentos cotidianos en el país, ofreciéndose este patético panorama.
- 96 estadounidenses son asesinados con armas de fuego como promedio cada día.
- 13,000 estadounidenses mueren cada año como promedio por homicidios con armas de fuego.
- 2 personas son heridas por cada 1 asesinada.
- 7 niños y adolescentes son asesinados como promedio cada día por armas de fuego.
- 50 mujeres son asesinadas a tiros por sus parejas como promedio cada mes.
- 13 veces más probabilidades tienen los hombres negros de ser tiroteados y asesinados que los hombres blancos.
- 5 veces más riesgo tiene una mujer de ser asesinada en un episodio de violencia doméstica cuando en su hogar hay presencia de armas de fuego.
- 333 homicidios por armas de fuego más hubo en los primeros doscientos días de 2017 que en el 2014; una cifra que crece cada año.
- 42% de las armas en poder de civiles en el mundo están en manos de estadounidenses, a pesar de que ese país sólo tiene el 4,4% de la población mundial.
- 606 asesinatos masivos por armas de fuego han tenido lugar desde el asesinato de 20 niños y 6 adultos, en diciembre de 2012, en Sandy Hook Elementary School in Newtown, Connecticut, hasta febrero de 2018. En ellos han muerto al menos 1,829 personas y 6,447 han resultado heridas. El promedio es de más de un tiroteo masivo por día.
- 142 incidentes violentos con armas han ocurrido desde el 1 de enero al 19 de febrero de 2018.
- 97 son los muertos en esos incidentes.
- 424 personas has resultado heridas.
- 34 de los incidentes han sido asesinatos masivos
La industria militar manda
El llamado complejo militar-industrial es una de las ramas comerciales más pujante de toda la economía estadounidense. Su influencia política es enorme; de hecho, es quien fija la estrategia nacional de política externa (léase: empresas como Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon, General Dynamics, Honeywell, Halliburton, BAE System). Cuando un presidente: John Kennedy, intentó oponérsele no apoyando la guerra de Vietnam –fabuloso negocio para los fabricantes de armas–, no le fue muy bien. Según datos confiables, en su cabildeo con las esferas del poder político este complejo gasta no menos de 100 millones de dólares al año, con lo que consigue establecer siempre sus negocios por sobre cualquier otra prioridad nacional. Y su negocio es… ¡la guerra!, es decir ¡¡la muerte!! Hoy día, incluso, ya no solo con sus fuerzas armadas regulares sino con la inclusión de ejércitos privados, esa creación monstruosa que ha dado en llamarse “contratistas”.
Hay que consumir armas, muchas armas, muchísimas. Entiéndase aquí por “armas” desde una pistola –que se adquiere en un supermercado– hasta misiles intercontinentales con carga atómica, o un portaviones con energía nuclear con infinidad de aviones supersónicos dotados de las más letales bombas inteligentes. De ahí que los pedidos de renovación de armamento que le llegan a ese poderoso complejo militar-industrial no se terminan nunca, ya sea para sus propias fuerzas armadas o para los países que les adquieren equipos (tanques de guerra, aviones, barcos, cañones, misiles, minas y un interminable etcétera). ¿Será por eso que, pese a las pomposas declaraciones de “paz en el mundo”, cada vez hay más guerras y enfrentamientos varios? Por otro lado, en lo interno, también los ciudadanos estadounidenses comunes (como los que cometen todas estas masacres a las que nos referimos) compran muchas armas, muchísimas. En la tienda de la esquina se puede adquirir libremente un fusil de asalto; si después eso sirve para cometer una masacre contra civiles desarmados, eso no importa: business are business. Luego los psiquiatras y la industria farmacológica –otro de los fabulosos negocios pujantes– se encargarán de arreglar al loco en cuestión.
Por lo pronto se calcula que en el país existen 319 millones de armas en poder de población civil; de ellas, 114 millones son pistolas, 110 millones son rifles y 86 millones son escopetas. La industria que produce esas mercancías mueve 43,000 millones de dólares al año. Ahí también se inscriben fusiles automáticos, como el AR-15, versión civil del militar M-16, (30 tiros por minuto), producido por Colt’s Manufacturing Company, el arma más empleada en las masacres que nos ocupan. Valga decir que se lo adquiere con toda facilidad en cualquier tienda o supermercado por 475 dólares (el modelo de teléfono inteligente más caro cuesta tres veces más). De acuerdo a la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, se reconoce el derecho de todo ciudadano a poseer y portar armas de fuego, protegiendo así la “libertad”. La Asociación Nacional del Rifle (la asociación civil más vieja del país, con más de cinco millones de miembros) vela por la posesión de armas de fuego (gastando alrededor de 8 millones de dólares al año en cabildeo para lograr sus propósitos).
Dicho de otro modo: cualquiera en este país puede comprar un arma de fuego de altísimo poder y matar a mansalva a civiles. Eso es lo que cada vez sucede más frecuentemente, y sin dudas seguirá sucediendo, porque 1) la fantasía de sentirse Rambos no está en vías de desaparecer (las psicosis son un costo inmodificable de la humanización) y 2) el negocio de las armas no da señales de agotamiento. Dicho sea de paso: fue de los pocos rubros comerciales que en el año 2020, pese al confinamiento obligado debido a la pandemia de COVID-19, cerró con ganancias, al igual que el campo de las tecnologías digitales y la inteligencia artificial.
La combinación de esos explosivos factores siempre podrá encontrar un delirante que realmente se crea dueño de algún “destino manifiesto”, que se sienta ese personaje peliculesco, pudiendo adquirir el arma mortal en la esquina de su casa. La historia que sigue ya parece estar contada. ¿Por qué, con una visión racista y excluyente del Sur global, la ideología supremacista estadounidense no se cansa de repetir que los “salvajes y primitivos países bananeros” son violentos?
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