sábado, 15 de octubre de 2022

Neoliberales brasileños y "moralizadores" electorales

 La segunda vuelta definirá la presidencia, pero la gobernabilidad para Lula luce complicada si triunfa, mientras que para Bolsonaro sería muy favorable. Además, si vence Bolsonaro, seguirá contando con el sólido respaldo del bloque de poder empresarial, mediático, político, militar y monroísta, que ha sostenido su gobierno.

Juan J. Paz-y-Miño Cepeda / www.historiaypresente.com

Las dictaduras militares latinoamericanas nacidas en las décadas de 1960 y 1970, inspiradas en el anticomunismo/anticubanismo de la Guerra Fría y fruto de la intervención de los EEUU, concluyeron en la década de 1980 y la última -Pinochet en Chile- en 1990. Fueron autoritarias, represivas y violadoras de derechos humanos. Pero resultaron excepciones los gobiernos militares de Guillermo Rodríguez Lara en Ecuador (1972-1976), Omar Torrijos en Panamá (1968-1981), Juan Velasco Alvarado en Perú (1968-1975) y Juan José Torres en Bolivia (1970-1971), por sus orientaciones nacionalistas, progresistas, antioligárquicas y desarrollistas.

 

A partir de 1982, la era de las democracias constitucionales de la región se vio afectada por una serie de factores: las políticas internacionales del gobierno de Ronald Reagan (1981-1989), la presencia del FMI que fijó las fórmulas para arreglar las deudas externas, la globalización transnacional que favoreció la hegemonía mundial/unipolar de los EEUU a raíz del derrumbe del socialismo de tipo soviético y el poder económico que alcanzaron los grandes empresarios y capas ricas con el despliegue del neoliberalismo en el continente.

 

El neoliberalismo adquirió una especial dimensión histórica en América Latina: unificó a los distintos sectores empresariales (fracciones de clase) bajo tres consignas repetidas en todos los países: no al Estado, no a los impuestos, no a los derechos laborales, sociales y ambientales. Además, las décadas de los 80 y 90 se caracterizaron por el crecimiento de una riqueza inédita que se concentró en una reducida elite social, mientras la mayoritaria población experimentó el derrumbe de sus condiciones de vida y trabajo. Sin embargo, los gobiernos del primer ciclo progresista, iniciado con el despegue del siglo XXI, demostraron que era posible superar el neoliberalismo y construir economías sociales que permitieron mejorar sustancialmente la vida y el trabajo de la población, redistribuyendo la riqueza y frenando, a través del Estado, la voracidad explotadora de las elites y empresarios enriquecidos en el pasado.

 

Los dos ciclos históricos, tan diferentes en resultados económicos, sociales y, sin duda, en el poder, han marcado la evolución de América Latina y la tendencia continúa proyectándose hacia el futuro inmediato. La pugna entre ambos “modelos” se evidenció en los distintos procesos electorales que ha vivido la región después del primer ciclo progresista. Las elites neoliberales, con la experiencia histórica que poseen, respaldaron a los gobiernos que persiguieron a quienes lideraron el primer ciclo progresista, e hicieron todo lo posible para impedir el segundo. Tampoco pueden soportar a los actuales gobernantes en Argentina (Alberto Fernández), Bolivia (Luis Arce), Colombia (Gustavo Petro), México (Andrés Manuel López Obrador), Perú (Pedro Castillo) y Chile (Gabriel Boric); desde luego, odian a los gobiernos de Nicaragua (Daniel Ortega) o Venezuela (Nicolás Maduro) y mucho más a Cuba.

 

Bajo este telón de fondo histórico cabría comprender el proceso electoral que vive Brasil. Aunque Inácio Lula da Silva triunfó en primera vuelta frente a Jair Bolsonaro, las derechas políticas alcanzaron rotunda mayoría en el legislativo y también numerosas gobernaciones. Bajo esa realidad, la segunda vuelta definirá la presidencia, pero la gobernabilidad para Lula luce complicada si triunfa, mientras que para Bolsonaro sería muy favorable. Además, si vence Bolsonaro, seguirá contando con el sólido respaldo del bloque de poder empresarial, mediático, político, militar y monroísta, que ha sostenido su gobierno.


Pero la situación de Brasil deja una serie de experiencias nuevas, que han comenzado a vivirse, con mayor o menor profundidad, en otros países. Hay un sector popular conservador, que vota a las derechas. En Ecuador incluso visibles líderes del movimiento indígena, de los trabajadores y de partidos de izquierda tradicional, llamaron a votar por el banquero Guillermo Lasso en las elecciones de 2021 porque privilegiaron al “correísmo” (representado por Andrés Aráuz) como su “enemigo” principal. Pachakutik ha respaldado a Lasso desde la Asamblea. En Brasil ganaron los prejuicios y animadversiones contra Lula y el PT, también las fake-news para liquidar su candidatura. Pero, además, los ejes económicos han sido desplazados por la ideología de los valores, la familia, costumbres, tradiciones, religiosidad, feminismo, género. Un “debate moralizado y moralizante”, como lo ha definido el profesor Wagner Iglecias y para el cual las izquierdas carecen de respuestas eficaces (
https://bit.ly/3V6NLSZ). De modo que las pésimas condiciones de vida y trabajo no definen las preferencias por las izquierdas, sino que las derechas han sabido captar y cultivar emociones e intereses populares que apelan a las convicciones familiares e íntimas. Todo ello se conjuga, igualmente, con el progreso que ha tenido en Brasil el evangelismo militante (https://bit.ly/3VkDxPh). Bolsonaro los representa porque él forma parte de esa iglesia. En los hechos, el 31% de la población se declara evangélica (70 millones de personas) y la mitad apoyó a Bolsonaro (https://bit.ly/3fPv7Py).

 

Hay otra cuestión a considerar: como nunca antes, en las elecciones brasileñas son más de 1.500 los candidatos vinculados al Ejército, Policía Militar y bomberos, casi todos identificados con las derechas y Bolsonaro (https://bit.ly/3Mejn4Y//https://bit.ly/3rz8HV5). Históricamente, en América Latina la inclinación derechista militar deriva de ideologías como la doctrina de la Seguridad Nacional, bajo la cual los “enemigos internos” y la “subversión”, contra los que se libra la “guerra interna”, siempre pertenecen a las izquierdas, los marxistas, los líderes de los movimientos sociales y las organizaciones populares, con lo cual queda garantizada la dominación de las elites capitalistas. Pero, además, ha surgido una capa de militares ricos y hasta millonarios, cuyos intereses obviamente se vinculan a los postulados neoliberales y nunca a los progresistas. La subordinación de los militares a los civiles, así como la sujeción al Estado de derecho y a las Constituciones se resquebrajan, porque militares y policías pasan a ser agentes directos del ejercicio gubernamental. Bolsonaro, además, los privilegió y proviene de sus filas. Las izquierdas carecen de propuestas para el sector militar. En Ecuador, el gobierno de Lasso, ineficaz y desprestigiado por donde se lo mire y con una institucionalidad en descalabro desde 2017, finalmente busca respaldarse en militares y, sobre todo, en la policía, como soporte cotidiano ante el creciente descontento social que ya estalló en junio 2022. De esta forma, los riesgos del autoritarismo cercan a las democracias latinoamericanas.
 
Y un fenómeno inquietante amenaza con extenderse: el surgimiento de las “milicias”. En Río de Janeiro, ante la inseguridad, el avance de la delincuencia y el crimen organizado, han surgido grupos paramilitares que ofrecen protección a familias y barrios (
https://bit.ly/3CfXNZj). Su capacidad ha derivado en extorsiones de las que o es difícil o se hace imposible escapar. Las milicias incluso llegan al control electoral favoreciendo o impidiendo la presencia de candidatos. Hay que sumar el “libre” porte de armas. En Ecuador la inseguridad ante la delincuencia ha desbordado en los últimos cinco años en forma nunca antes vista en su historia, acompañada por el “achicamiento” del Estado, que ha afectado toda institucionalidad, a lo cual se añade la imparable desconfianza sobre la policía y hasta el repudio que ha ocasionado entre la comunidad (https://bit.ly/3SMIjmR // https://bbc.in/3Cilqka // https://cnn.it/3ErSkBr).
 
El neoliberalismo no tiene respuestas para los fenómenos descritos. Son fruto de las mismas consignas que ha movilizado. Y, como ocurre en todos los países con gobiernos que lo representan, solo importan los buenos negocios privados, aunque la sociedad siga sufriendo el descalabro del Estado y la imposición del poder de elites beneficiarias con el atraso general.

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