Lo que comenzó en Ucrania con la amenaza de extender las fronteras de la OTAN y la respuesta rusa de una
operación militar tácticaha empezado a exceder lo imaginable: una guerra en el confín del Cáucaso está reordenando los equilibrios y las relaciones entre los poderes que dominan la escena mundial.
Ilán Semo / LA JORNADA
La reciente versión cinematográfica de Sin novedad en el frente, la excepcional novela de Erich Maria Remarque sobre la vida y la muerte en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, recoge acaso el colapso de sentido que trae consigo la densidad cotidiana de la contienda. Al final, para el soldado de a pie todos los discursos sobre la nación, la defensa de la patria y los grandes ideales acaban hechos añicos al cabo de unos cuantos días en el frente, y sólo queda uno y el mismo espanto: matar o morir.
Hay una escena donde un joven soldado alemán queda en un momento rodeado por cinco militares franceses. No hay razón alguna para matarlo y, sin embargo, el oficial francés lo hace:
Tu vida o la mía. Esa es la ley idiota de la guerra. En cambio, los poderes y los estados que la impulsan creen tener una visión privilegiada. Y es donde frecuentemente se equivocan. La guerra es el último y drástico medio a través del cual se impone la razón de Estado, una razón que no admite profecías. Es aquí donde aparece el escenario que todos temen: la posibilidad no sólo de lo imposible, sino de lo inimaginable. ¿Quién podía imaginar en 1914 que el afán de Francia, Inglaterra y Rusia de hundir a la emergente Alemania desembocaría, primero, en la Revolución Rusa y, 10 años después, en el ascenso de Hitler y el fascismo alemán? En 1948, Jacques Barzun escribió:
Occidente [valga esa metonimia cada vez más vacía] acabó sus días entre 1941 y 1945. Lo que sigue será tan sólo una larga agonía.
Lo que comenzó en Ucrania con la amenaza de extender las fronteras de la OTAN y la respuesta rusa de una
operación militar tácticaha empezado a exceder lo imaginable: una guerra en el confín del Cáucaso está reordenando los equilibrios y las relaciones entre los poderes que dominan la escena mundial. La paradoja es que los sistemas de detección digital y las armas autodirigidas –la ciberguerra– ha retrotraído las técnicas de combate ahí donde se encontraban en 1914: una confrontación a pie entre infanterías, la antigua
guerra de posiciones. Los detectores electrónicos y los cohetes de respuesta flexible son hoy tan precisos que han inhabilitado a la fuerza área y los motorizados, incluidos los tanques. (Debe ser una paradoja del mundo digital: el MP3 trajo consigo la necesidad –para los músicos– de volver a los conciertos en vivo y el streaming de películas ha vuelto a llenar las salas de cine.)
Por lo pronto, Ucrania se encuentra ya física, social y económicamente devastada. Mas de 9 millones de sus habitantes han buscado refugio en otros países, y a nadie parece importarle demasiado. Por el contrario, Europa occidental y Polonia los han recibido con el beneplácito y el cinismo de un bono demográfico a su envejecida
fuerza de trabajo. Para Rusia y los países europeos los resultados han sido pírricos. Si Moscú pretendía alejar de sus fronteras a la OTAN, ahora tiene a sus tropas recorriendo la franja finlandesa. Por su parte, las tropas rusas avanzan cada día en territorio ucranio y la contraofensiva de Kiev se ha pospuesto ya ocho meses. Las sanciones económicas que debían sepultar a Moscú han producido el efecto contrario: es Europa la que las está padeciendo (por el cese de exportaciones, la falta de migración de dólares rusos y los altos precios de los energéticos). Rusia ha sacrificado a miles y miles de sus jóvenes en una guerra sin legitimidad alguna, y la Comunidad Europea ha visto descender sus niveles de vida como no sucedía desde la posguerra.
Hasta el momento, Estados Unidos y China resultan los presuntos ganadores de esta ominosa conflagración. Las ventas del complejo industrial-militar estadunidense aumentaron en los últimos dos años como nunca; también las utilidades de sus empresas energéticas. El secretario de Defensa de Washington se pasea entre sus
aliadosde todo el mundo imponiendo el aumento de 2 por ciento del PIB en gasto militar. Hasta Filipinas tuvo que ceder. Las armas provendrán, por supuesto, de Estados Unidos. Y su influencia en Europa ha devenido más abrasiva de lo que fue en la segunda mitad del siglo XX. A cambio perdió lo que nunca tuvo: los energéticos, las tierras raras y los mercados de Rusia.
Pero las verdaderas ventajas han caído del lado chino. Pekín jamás imaginó que en sólo dos años sus empresas y bancos dominarían por completo la economía rusa. Europa no puede cortar con China, porque consume 35 por ciento de sus exportaciones. Por primera vez, Pekín aparece como elemento activo en la política internacional. La presidenta del FMI afirmó recientemente que el mundo está fracturado en dos economías, lo cual significa que el dólar ha empezado a perder su hegemonía.
Y sin embargo, la asimetría entre Estados Unidos y China reside en las perspectivas que ambos se hacen para el futuro. Las élites estadunidenses están convencidas aún de que pueden reducir y desgastar el poder de la nueva potencia oriental. Pekín, en cambio, con toda paciencia, no quiere derrotar a Estados Unidos. Su economía le es demasiado valiosa. En cambio, lo que quiere es comprarla gradualmente.
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