“Está además cada época en el lenguaje en que ella hablaba como en los hechos que en ella acontecieron, y ni debe poner mano en una época quien no la conozca como a cosa propia, ni conociéndola de esta manera es dable esquivar el encanto y unidad artística que lleva a decir las cosas en el que fue su natural lenguaje. Este es el color, y el ambiente, y la gracia, y la riqueza del estilo.”
José Martí, 1881.[1]
En efecto, de entonces acá se han incrementado el número y las actividades de una gran diversidad de organizaciones que, afines o no a la Encíclica, se vienen incorporando a la demanda de fomentar relaciones más armónicas de los seres humanos entre sí y con su entorno natural. Con ello, el pontificado de Francisco se ha visto asociado de manera permanente a un debate que a menudo exige ir a contracorriente de hábitos de pensamiento y conducta colectiva de viejo arraigo en la historia de nuestra especie.
Esa dificultad requiere ser encarada desde la más rica comprensión posible de los desafíos culturales que implica, empezando por los del lenguaje que utilizamos para abordarlas. Uno de ellos – y no el menor – consiste en comprender a la naturaleza como ámbito y como objeto de ese debate. Así, por ejemplo, en 2016 John Bellamy Foster se refería a la naturaleza como una categoría del saber con “tiene tres significados primarios, interrelacionados entre sí”:
(1) las propiedades intrínsecas o esencia de las cosas o los procesos; (2) una fuerza inherente que dirige o determina el mundo; y (3) el mundo material o universo, el objeto de nuestras percepciones sensoriales— tanto en totalidad como referidas a las diversas maneras de entenderla, que incluyen o excluyen a Dios, el espíritu, la mente, los seres humanos, la sociedad, la historia, la cultura, etc. [2]
En un texto posterior, Foster remite el origen moderno de esta discusión a la conferencia “Hombre y Naturaleza”, pronunciada en 1905 en la Universidad de Oxford por el biólogo británico Sir Edward Ray Lankester (1847-1929), uno de los científicos más respetados de su tiempo.[3] Para entonces, Lankester señalaba que “la verdadera relación de la Naturaleza con el Hombre” había sido establecida con tal claridad que ya
debería ser, de hecho, la guía del gobierno del estado, la base confiable del desarrollo de las comunidades humanas. Que eso aún no sea así, que los hombres permitan que sus energías fluyan en otras direcciones, nos parece a algunos de nosotros tan monstruoso, tan ofensivo para la prosperidad de nuestros semejantes, que debemos hacer lo que esté a nuestro alcance para llamar la atención sobre las condiciones y circunstancias que dan lugar a este descuido, sobre los males que esto provoca, y sobre los beneficios que deben resultar de superarlo.
Si bien la palabra “naturaleza”, agregaba Lankester, había venido a significar para las ciencias de su tiempo “el conjunto del mecanismo del universo, el kosmos en todas sus partes”, muchos la limitaban aún a “los animales y plantas de esta tierra y sus alrededores cercanos”. Y entendía que la razón de este (des)entendimiento incluía que hacía apenas 300 años que Giordano Bruno había planteado “la unidad de esta Naturaleza mayor, anticipando así en su visión profética la conclusión que hoy aceptamos como el producto de una masa acumulada de evidencia”.[4]
Faltaban mucho aún para que Rachel Carson publicara en 1962 su libro La Primavera Silenciosa, el Club de Roma diera a conocer su informe Los Límites del Crecimiento en 1972, y las Naciones Unidas adoptaran en Rio de Janeiro el concepto de desarrollo sostenible como categoría de política en 1992. En el curso de ese proceso, el concepto de ambientevendría a tomar forma a lo largo de la década de 1970, en una relación de afinidad y contradicción con el de naturaleza, antes dominante.
Lo fundamental, aquí, es que el concepto de ambiente se remite al hecho de que la especie humana hace parte de su entorno natural, al cual modifica mediante procesos de trabajo socialmente organizado. Así, mientras las demás especies utilizan los recursos que ese entorno les ofrece, los humanos lo transforman para obtener los recursos que necesitan.
En su desarrollo, esos procesos de transformación tienen dos consecuencias. Una es la simplificación de entornos naturales muy complejos – como ocurre con la transformación de bosques tropicales de 600 especies distintas por hectárea a plantaciones idealmente dedicadas a una sola, sean bananos, palma aceitera o bosques de teca. La otra, que tales procesos, organizados a la escala de un mercado mundial, demandan insumos y generan desechos que a su vez impactan a otros entornos naturales, a menudo distantes.
Con todo, la riqueza mayor del término ambiente radica en que vincula entre sí los términos naturaleza y sociedad, que usualmente utilizamos por separado. A esa relación nos remite Laudato Si’ al decirnos que
Cuando se habla de “medio ambiente”, se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.[5]
Es a partir de aquí que cabe entender que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes. Tales son, a un tiempo, el mérito y la dificultad mayores de los ambientalismos de nuestro tiempo: haber traído a cuenta un debate que hoy exige como nunca pasar de la denuncia al análisis, de la protesta a las propuestas, compartiendo con los pobres de la tierra las preocupaciones y esperanzas de este tiempo de transición hacia un mundo que será sostenible, o no será.
Alto Boquete, Chiriquí, Panamá, 13 de septiembre de 2024
[1] “El carácter de la Revista Venezolana”. Revista Venezolana, Caracas, 15 de julio de 1881. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VII, 211.
[2] https://monthlyreview.org/2016/05/01/nature/ Este artículo ha sido adaptado de “Nature”, por John Bellamy Foster, en Kelly Fritsch, Clare O’Connor y AK Thompson, ed.: Keywords for Radical: The Constested Vocabulary of Late-Capitalist Struggle (Chico, CA: AK Press, 2016), 279 – 86, http://akpress.org/keywords-for-radicals.html. Traducción: Guillermo Castro H., Panamá.
[3] The Dialectics of Ecology: Socialism and Nature. (2024) Monthly Review Press, New York.
[4] The Project Gutenberg eBook of The Kingdom of Man. Traducción de Guillermo Castro H.
https://www.gutenberg.org/cache/epub/59928/pg59928-images.html
[5] Carta Encíclica Laudato Si’ Del Santo Padre Francisco Sobre el Cuidado de la Casa Común. Parágrafo 139.
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