sábado, 20 de diciembre de 2025

2025

 Si deseamos un ambiente distinto, tendremos que crear sociedades diferentes a las que se encuentran en crisis hoy, en las cuales la prosperidad se encuentre asociada a la equidad, la sostenibilidad y el ejercicio de la democracia en todos los planos de la vida social.

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá

“Esto son tiempos de ira y de extravío, en que se ve bambolear en el aire como un inmenso edificio que cuaja y anda buscando asiento, y a las muchedumbres que de antaño gozan y mandan en la tierra, ya alzando insensatas los puños cerrados, como si con sus nudillos roídos de odio pudieran detener el gran palacio humano que desciende, ya ayudando […] a ajustar entre las añejas construcciones ésta nueva que toca a la tierra, incontrastable y confusa, envuelta aún entre sombras de noche y brumas de alba,  iluminada a veces – cual suele iluminar la ira el cerebro – por ráfagas inquietas, como hilo de espadas suelto al viento, de luz insana y roja.”

José Martí, 1883[1]


En el año 2025, el sistema mundial conoció transformaciones geoeconómicas y geopolíticas que acentuaron una crisis de transición entre lo que fue a partir de su creación en la década de 1950 y lo que llegará a ser en lo venidero. En el plano socioambiental, por ejemplo, este fue el año del decenio de la publicación de la Encíclica Laudato Si’, del papa Francisco. Allí planteó en particular – en lo que se refiere a esta dimensión de la crisis - lo siguiente:

 

Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados.  Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.[2]

 

Para 2023, sin embargo, las tensiones de nuestro tiempo dieron lugar a una advertencia de Francisco sobre la complejidad de los desafíos que debía enfrentar esa visión integral, en su Exhortación Apostólica Laudate Deum. Para entonces, dijo allí que al cabo de ocho años “desde que publiqué la Carta encíclica Laudato si’”, 

 

advierto que no tenemos reacciones suficientes mientras el mundo que nos acoge se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre. Más allá de esta posibilidad, es indudable que el impacto del cambio climático perjudicará de modo creciente las vidas y las familias de muchas personas.[3]

 

Tanto el fracaso de la 30ª Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático recientemente celebrada en la ciudad de Belém, Brasil, como el retorno impune a la política de las cañoneras en el Caribe, han venido a confirmar dos cosas al respecto. Una, lo justificado de la preocupación de Francisco dos años atrás. Otra, la creciente brecha entre el pragmatismo inmediatista – por no hablar del predominio de los poderes terrenales - dominante en estos eventos internacionales, que en el caso de Belém se contrapone al desarrollo de lo mejor de la cultura ambiental de nuestro tiempo.

 

Hoy sabemos, por ejemplo, que el ambiente es un producto especialmente complejo de la relación entre la especie humana y sus entornos naturales, en la cual el trabajo socialmente organizado constituye el vínculo orgánico entre ambas partes. Así, distintas sociedades organizan el trabajo de maneras diferentes, y con ello dan lugar a ambientes distintos, con paisajes y formas de vida característicos. 

 

En esta relación desempeña un importante papel el hecho de que los humanos constituimos una especie emergente, aún en desarrollo. La sustentabilidad de ese desarrollo, sobre todo en el plano de nuestra socialidad, es el problema fundamental por encarar ante la crisis socioambiental de nuestro tiempo. Ante ese problema, el peligro mayor radica en el riesgo de una regresión a la barbarie, que bien podría llevar a la extinción de nuestra especie.

 

Para comprender la complejidad del problema que encaramos, es bueno recordar que el vínculo entre la sociedad, el trabajo y la naturaleza forma parte de otro más amplio: el del metabolismo universal de la naturaleza dentro del cual opera el metabolismo particular organizado por el trabajo en cada sociedad, al que cabe llamar el metabolismo social. En sus formas actuales de organización, ese vínculo entre lo universal y lo particular ha dado lugar a una brecha metabólica, en la medida en que el metabolismo social altera el universal en el funcionamiento del Sistema Tierra, destruyendo las condiciones naturales y sociales de producción, y externalizando las consecuencias de esos procesos.

 

Esa brecha se expresa hoy en dos planos. Uno es el de la alteración de procesos naturales por la organización social del trabajo a escala planetaria en 9 ámbitos biogeoquímicos afectados por brechas metabólicas que van desde el cambio climático generado por la acumulación en la atmósfera de gases como el dióxido de carbono, generado por la combustión masiva de combustibles fósiles hasta la creciente presencia de nuevas sustancias químicas y de productos de la biotecnología en la biosfera.[4] El otro, que bien puede ser considerado como un décimo límite que contribuye a generar – y dificulta enfrentar – los anteriores, es el de la desigualdad social de escala planetaria.

 

Esta situación en curso ha generado ya un dilema fundamental para el desarrollo de nuestra especie: aquel que contrapone el crecimiento económico sostenido – que se expresa en la expansión del extractivismo y del consumismo, por ejemplo-, a la sustentabilidad del desarrollo humano. Este debe ser distinguido del desarrollo sostenible como equivalente del crecimiento sostenido con atenuantes tecnológicos. En el marco de ese dilema se manifiesta en todo su alcance y complejidad el problema de promover formas innovadoras de gestión social de la política pública a partir de la actividad de organizaciones de productores capaces de hacer del metabolismo social conscientemente ejercido un medio para garantizar la sostenibilidad del desarrollo humano en armonía con el metabolismo universal de la naturaleza. Esta es una condición necesaria para abordar en términos prácticos el problema planteado en Laudato Si’. En efecto, si deseamos un ambiente distinto, tendremos que crear sociedades diferentes a las que se encuentran en crisis hoy, en las cuales la prosperidad se encuentre asociada a la equidad, la sostenibilidad y el ejercicio de la democracia en todos los planos de la vida social.

 

Las tareas mayores, aquí, consisten en identificar la diferencia en la organización social y las vías para construirla en cada sociedad. Esto es particularmente importante en tiempos tan cargados de futuro como estos que vivimos, en los que la imposición de una paz por la fuerza se contrapone de manera cada vez más evidente a las necesidades y aspiraciones de la mayor parte de la humanidad. Desde esas aspiraciones podemos plantearnos que las sociedades diferentes que generen un ambiente distinto se correspondan con la visión de un futuro que hoy llamaríamos sostenible planteada por Carlos Marx en El Capital:

 

Considerada desde el punto de vista de una formación económica superior de la sociedad, la propiedad privada de algunos individuos sobre la tierra parecerá algo tan monstruoso como la propiedad privada de un hombre sobre su semejante. Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni todas las sociedades que coexistan en un momento dado, son propietarias de la tierra. Son simplemente, sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a utilizarlas como boni patres familias y a transmitirla mejorada a las futuras generaciones.[5]

 

 Alto Boquete, Panamá, 20 de diciembre de 2025

 

NOTAS

[1] “Prólogo” a Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares. La América, Nueva York, octubre de 1883. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. V, 101

[2] https://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html Cursivas: Guillermo Castro H.

[3] Exhortación Apostólica Laudate Deum Del Santo Padre Francisco A todas las personas de buena voluntad sobre la crisis climática. 2023. https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/20231004-laudate-deum.html Cursivas: Guillermo castro H.

[4] Otros incluyen la extinción de la biodiversidad; la alteración de los ciclos biogeoquímicos de sustancias como el nitrógeno, cuya producción artificial como fertilizante supera ya a su presencia natural; la acidificación de los océanos; la creciente escasez de agua dulce; los cambios en los usos del suelo asociados a la agricultura industrial y la urbanización; el riesgo de agotamiento de la capa estratosférica de ozono que protege a la vida en el plantea de la radiación ultravioleta, y el incremento de las partículas en suspensión en la atmósfera.

[5] Carlos Marx: El Capital. Crítica de la economía política. III, capítulo XLVI: “Renta de solares, renta de minas, precio de la tierra”, 719-718. Traducción de Wenceslao Roces. Fondo de Cultura Económica, México, 2010.

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