sábado, 13 de diciembre de 2025

Puestos a escoger…

 Si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes. No se trata de tomar el poder en los Estados ya existentes, sino de crear formas de vida ciudadana a partir del control del entorno natural y social por organizaciones de productores capaces de regular sus relaciones con la naturaleza…

Guillermo Castro H./ Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá


“No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza.”

José Martí, 1891. [1]


En el núcleo de toda cultura se encuentran una visión del mundo y una ética que la expresa en la vida práctica de quienes la ejercen. En José Martí, por ejemplo, encontramos en ese núcleo la fe en el mejoramiento humano, en la utilidad de la virtud y la necesidad de luchar por el equilibrio del mundo. Esa tríada articula una visión del pensar martiano que hace de la política cultura en acto. A partir de allí, podemos conocer y comprender a Martí en lo que hace a su a su lucha por establecer en nuestra América democracias republicanas prósperas de amplia base social, y fuerte identidad nacional y popular.

 

Esa cultura sigue viva en la medida en que se expresa en nuestras preocupaciones en torno a problemas como el de la grave crisis socioambiental que encara la humanidad. Aquí hay dos expresiones – una de 1992, otra de 2015 – que expresan una afinidad y una continuidad que en nuestra América resultan naturales. 

 

La primera corresponde a lo planteado por Fidel Castro en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo realizada en Rio de Janeiro en 1992, cuando dijo que “Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre. Ahora tomamos conciencia de este problema cuando casi es tarde para impedirlo. [2]

 

El compromiso de ese planteamiento con la necesidad de luchar por el equilibrio del mundo se hizo sentir en su llamado a entender la responsabilidad de “las antiguas metrópolis coloniales y de políticas imperiales que, a su vez, engendraron el atraso y la pobreza que hoy azotan a la inmensa mayoría de la humanidad”, con lo cual no era posible culpar de esa crisis “a los países del Tercer Mundo, colonias ayer, naciones explotadas y saqueadas hoy por un orden económico mundial injusto.” Lo real, añadió,

 

es que todo lo que contribuya hoy al subdesarrollo y la pobreza constituye una violación flagrante de la ecología. Decenas de millones de hombres, mujeres y niños mueren cada año en el Tercer Mundo a consecuencia de esto, más que en cada una de las dos guerras mundiales. El intercambio desigual, el proteccionismo y la deuda externa agreden la ecología y propician la destrucción del medio ambiente.

 

Ese equilibrio, dijo, reclamaba encarar la crisis socioambiental haciendo “más racional la vida humana”, mediante la aplicación de “un orden económico internacional justo”, el uso de “toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación”, y el pago de “la deuda ecológica y no la deuda externa.” “Mañana”, concluyó, “será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo.”

           

A veintitrés años de entonces, ese llamado vino a ser retomado en 2015 desde una perspectiva convergente por otro latinoamericano, el jesuita argentino Jorge Bergoglio en su calidad de Papa Francisco, en su Encíclica Laudato Si’, sobre el cuidado de la Casa Común.[3] Allí advirtió que la madre tierra

 

clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.

 

En ambos latinoamericanos resonaba así aquel “Patria es humanidad”, con el que José Martí recordaba a sus compatriotas que la patria era a fin de cuentas “aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer”, en la que nos corresponde a todos cumplir el “deber de humanidad”. [4] Desde allí también se apreciaba que el gobierno de la casa que compartimos “ha de nacer del país”; su espíritu “ha de ser el del país”; su forma “ha de avenirse a la constitución propia del país”, pues, él “no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país.” Desde allí se comprende mejor el colofón que añadió Francisco a su Laudato Si’ en 2023, sobre lo limitado de la eficacia de los esfuerzos por poner remedio a la crisis socioambiental:

 

“Han pasado ya ocho años desde que publiqué la Carta encíclica Laudato si’, cuando quise compartir con todos ustedes, hermanas y hermanos de nuestro sufrido planeta, mis más sentidas preocupaciones sobre el cuidado de la casa común. Pero con el paso del tiempo advierto que no tenemos reacciones suficientes mientras el mundo que nos acoge se va desmoronando y quizás acercándose a un punto de quiebre. Más allá de esta posibilidad, es indudable que el impacto del cambio climático perjudicará de modo creciente las vidas y las familias de muchas personas. [5]

 

Esa preocupación -confirmada una vez más en la 30ª Conferencia de las Partes sobre cambio climático recientemente celebrada en Belém, Brasil– dejó en evidencia la razón de Laudato Si’ sobre el verdadero trasfondo del problema, al señalar que

 

Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.[6]

 

Es evidente que el sistema internacional que conocemos encara limitaciones cada vez mayores para abordar el problema así planteado, vinculando a un mismo tiempo a los Estados nacionales que lo integran, las grandes corporaciones globales, y los movimientos sociales que demandan un ambiente natural y social justo y sano. Para John Bellamy Foster, tras esta contradicción radica el hecho de que “la crisis del desarrollo humano sostenible define la actual emergencia planetaria”.[7]

 

Esto, dice Bellamy, se debe a que ese desarrollo opera al interior del metabolismo universal de la naturaleza, en el cual incide a través del metabolismo social sustentado por el trabajo humano como forma orgánica de relación de nuestra especie con su entorno natural. Hoy, las formas de organización social y económica de esa relación han creado una brecha metabólica en cuanto la externalización masiva de los costos ambientales y sociales a la biosfera y a la sociedad pone en riesgo a las formas de vida civilizada que conocemos y a la sustentabilidad del desarrollo de nuestra especie.

          

De todo ello trata la verdad, cada vez más evidente, de que si deseamos un ambiente distinto tendremos que crear sociedades diferentes. No se trata de tomar el poder en los Estados ya existentes, sino de crear formas de vida ciudadana a partir del control del entorno natural y social por organizaciones de productores capaces de regular sus relaciones con la naturaleza que garanticen la sostenibilidad del desarrollo urbano, para acercarse a aquella situación en la cual

 

Considerada desde el punto de vista de una formación económica superior de la sociedad, la propiedad privada de algunos individuos sobre la tierra parecerá algo tan monstruoso como la propiedad privada de un hombre sobre su semejante. Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni todas las sociedades que coexistan en un momento dado, son propietarias de la tierra. Son simplemente, sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a utilizarlas como boni patres familias y a transmitirla mejorada a las futuras generaciones.[8]

 

El costo de no hacerlo será mucho mayor que el de intentarlo.

 

Alto Boquete, Panamá, 12 de diciembre de 2025

 

NOTAS:

 

[1] “Nuestra América”. La Revista Ilustrada de Nueva York - 1 de enero de l891; El partido liberal - México - 30 de enero de 1891. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. VI, 17.

[2] Discurso de Fidel Castro en Conferencia ONU sobre Medio Ambiente y Desarrollo. Rio de Janeiro, 12 de junio de 1992

https://rds.org.co/es/novedades/discurso-de-fidel-castro-en-conferencia-onu-sobre-medio-ambiente-y-desarrollo-1992

[3] Carta Encíclica Laudato Si’ Del Santo Padre Francisco Sobre el Cuidado de la Casa Común

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html

[4] "En casa", Patria, 26 de enero de 1895. OC, V: 468 – 469:

[5] Exhortación Apostólica Laudate Deum Del Santo Padre Francisco A todas las personas de buena voluntad sobre la crisis climática. 

https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/20231004-laudate-deum.html

[6] Carta Encíclica Laudato Si’ Del Santo Padre Francisco Sobre el Cuidado de la Casa Común, párrafo 139. Cursiva: GCH.

[7] Capitalism in the Anthropocene. Ecological Ruin or Ecological Revolution (2022: 73). Monthly Review Press, New York.

[8] Carlos Marx: El Capital. Crítica de la economía política. III, capítulo XLVI: “Renta de solares, renta de minas, precio de la tierra”, 719-718. Traducción de Wenceslao Roces. Fondo de Cultura Económica, México, 2010.

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