Entre los temas que abordó el Consejo surgió el de la ciudadanía y los deberes del ciudadano. Dado que las mujeres representaban un importante núcleo entre los clubes unionistas, el sufragio femenino y los beneficios o desventajas que traería para la causa unionista fue parte de dicha discusión. Como era de esperarse, dicho tema provocó un acalorado debate entre los delegados y en la prensa centroamericana. El Diario del Salvador durante varios días dio amplia cobertura al debate que se perfiló entre los que apoyaban el sufragio femenino y los que se oponían a éste.
Algunos de los delegados creían que se debía por fin hacer justicia a la mujer centroamericana por su patriotismo, mientras otros veían un peligro social y político en concederle ciudadanía. Entre los argumentos que expusieron los diputados conservadores que buscaban salvaguardar el estatus quo sobresalen los siguientes:
- Las mujeres no han pedido el voto y no están preparadas para ejercerlo;
- Las mujeres no son capaces de pensar por sí mismas y bajo la influencia de la iglesia le entregarán su voto al clero;
- El mundo perverso de la política corromperá su pureza haciendo de ella una mujer inmoral; y, por último,
- Peligra la institución del hogar.
Aquí se refleja la opinión pública prevaleciente en la época que dictaba que el espacio más propicio para la mujer era el hogar. Por estos años en que las mujeres estadounidenses habían ganado el derecho al voto hacían estruendo las noticias y editoriales sobre su participación política. Todo intento de equiparar a la mujer latina con estas feministas era visto como un atentado a la moral. De ahí que los legisladores unionistas en su rol de patriarcas consideraban que debían proteger a la mujer de la tarea de ciudadana para que no se empañaran sus virtudes necesarias para la estabilidad y paz hogareña.
Entre varios de los delegados que intervinieron a favor del voto femenino, un salvadoreño de nombre “Alduvín” fue quien más efusivamente rebatió las ideas de los oponentes. En su prolija exposición recalcó la honestidad de las mujeres en la cosa pública y defendió su larga tradición patriótica liderando los movimientos unionistas del lado de los liberales. Con esta aseveración eliminó la duda de que pudieran votar con la iglesia. El voto, pues, vendría a coronar su ingerencia a favor de la paz regional en momentos de crisis política. Por fin, incitó a sus homólogos a pensar la nación en términos plurales donde se integren ambos géneros y a dejar atrás el prejuicio de que la mujer es sólo una máquina para producir hijos.
Alduvín y otros unionistas que se pronunciaron por el sufragio femenino creían que se necesitaba de la continua labor de las mujeres en pro de la unión regional para sostenerla como un proyecto viable. En este sentido fue reveladora la intervención de otro diputado salvadoreño, Eduardo Alvárez, al declarar lo siguiente:
"Todo centroamericano reconoce el espíritu de trabajo de nuestra mujer; todos saben de su modestia y de su honradez sin tacha… ¿Por qué no darle el derecho de sufragio? ¿Por qué no darle el derecho de participar en la obra del Estado? Señores: lo único bueno que queda en Centro América es la mujer, salvemos nuestra obra de reconstrucción centroamericana engrandeciendo a la mujer para que sea la mejor sostenedora de nuestros trabajos".
Todos estos argumentos, sin embargo, no lograron persuadir a los más reacios detractores. El debate concluyó con el voto favorable por parte de Guatemala y El Salvador en contra del voto negativo de Honduras. No obstante, debido a la preocupación por la falta de preparación de muchas mujeres para ejercer el voto, se acordó que éste fuera voluntario y que llevara limitaciones por edad, estado civil, situación económica y nivel educativo, estatutos que quedaron consignados de la manera siguiente en el artículo 29, capítulo III de la Constitución Federal aprobada en septiembre de 1921:
"Podrán ejercer el derecho al sufragio las mujeres casadas o viudas mayores de 21 años que sepan leer y escribir; las solteras mayores de veinticinco que acrediten haber recibido la instrucción primaria, y las que posean capital o renta en la cuantía que la Ley Electoral indique".
Durante el debate y aún después, el Diario del Salvador hizo eco de las preocupaciones expresadas por el Consejo publicando opiniones tanto de hombres como de mujeres. En una página humorística se ironiza la acción del Consejo como una “humorada diputadil”. Según PIERROT, el supuesto autor de dicha columna, la audacia de los diputados al revestir a la mujer con este derecho político traerá la bancarrota en la “república del hogar” y lamenta irónicamente que en aras de la unión centroamericana terminen desunidos los hogares. Tanto este autor como algunos de los mismos diputados pintan a las sufragistas como mujeres de “pelo en pecho” que fuman puros, aludiendo con esto a su aberrante masculinidad.
Algunas contribuyentes femeninas también expresaron reacciones negativas hacia la posibilidad de tener mujeres votantes. En otra página del mismo periódico, titulada “Pluma de mujer”, una persona de seudónimo “POPEA” comparte la ideología conservadora alertando sobre el peligro que implicaría la concesión del voto, “desquiciando” el orden social, el seno familiar, moral y los mandatos religiosos. En particular arguye que la mujer no está lista intelectual ni socialmente para ejercer tal derecho pues ocurre en una arena donde hay “variedades ocultas” que ella no puede discernir. Aunque en esta opinión se desdeña a las sufragistas, cabe la posibilidad de que la mujer intervenga en cuestiones políticas como una “patriota abnegada” pero sólo cuando lo exijan las circunstancias.
En el mismo espacio periodístico, una feminista que usa el seudónimo “Olimpia” elogia la labor de los delegados alegando que el ejercicio de la ciudadanía femenina será de gran ganancia para la sociedad como ha sido demostrado en Estados Unidos. Tocante a la falta de moralidad en la mujer, dice que no es por su participación en la política, sino que se debe a la educación frívola que se le ofrece sin estimular en ella los deberes cívicos. Critica la aplicación de una doble moralidad pues a los hombres nunca se les ha exigido preparación cívica y educativa para poder votar. Por fin arguye, como lo hicieron los diputados simpatizantes, que las mujeres con poder ciudadano van a velar por el bienestar nacional inculcando los valores cívicos y morales en los hijos de la nación.
Aunque eran escasas estas voces femeninas, parece ser que en el seno de la sociedad salvadoreña había un sector que ciertamente estaba ansioso por gozar de derechos ciudadanos. Entre las más fervientes proponentes del voto femenino encontramos a la feminista Prudencia Ayala que militaba en las filas del unionismo en la ciudad de Santa Ana. En dicha ciudad reclamó el derecho al sufragio para las mujeres en una convención realizada en febrero de 1921 previa al encuentro del Consejo Federal Provisional donde se redactó la constitución. Esta unionista creía fervientemente que la mujer centroamericana obtendría con el voto una poderosa arma para combatir la tiranía. Obviamente, para ella, la ciudadanía no consistía puramente en el derecho al sufragio, sino que requería de una fuerte militancia política para garantizar las prácticas y principios democráticos. Los legisladores unionistas sabían cuán frágil eran las emergentes democracias centroamericanas. Pero aún con esto no se comprometieron a hacer de la mujer una coparticipante en este proyecto.
Una vez aprobados los estatutos de la Constitución Federal el 15 de septiembre de 1921, los delegados volvieron a sus respectivos países donde nuevamente comenzaron las rencillas y desacuerdos sobre cómo realizar el largo sueño de unión centroamericana. En medio de intentos por lograr reconocimiento internacional y con un golpe de estado en Guatemala que derrocó al recién formado gobierno unionista, la Federación se disolvió meses más tarde. Consecuentemente, nunca se promulgaron las leyes electorales que harían efectivo el voto femenino. Cada país volvió a regirse según su propia constitución donde la categoría de ciudadano, aunque se prestara a ambigüedades, no incluía a mujeres. De haber triunfado el unionismo, las naciones centroamericanas habrían sido las primeras de habla hispana en reconocerle derechos políticos a la mujer aunque con las limitaciones antes mencionadas.
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