El gobierno revolucionario tiene a su favor que las bases de la contrarrevolución emigraron y, además, están divididas ante el impacto de la crisis económica y de la pérdida de hegemonía de Estados Unidos. Pero su política económica e incluso sus líneas ideológicas no le garantizan el consenso en la propia isla: éste, en cambio, deriva de su defensa intransigente de la independencia y de la soberanía isleña.
Guillermo Almeyra / LA JORNADA
Del carácter revolucionario de Fidel Castro y de la mayoría de la dirección cubana derivan el internacionalismo que llevó las tropas cubanas a defender la joven revolución argelina y a combatir en Angola contra el imperialismo y el apartheid y el inmenso mérito histórico de haber resistido al imperialismo y a los intentos de imponer la línea soviética, así como la subsistencia de la Cuba revolucionaria después de 1989, cuando todos los partidos y gobiernos satélites de la burocracia soviética se esforzaban por instaurar un capitalismo mafioso.
La gran cantidad de errores cometidos en este medio siglo tiene, en cambio, su base en que, para afirmar la revolución, Fidel Castro y ese grupo buscaron construir un férreo aparato estatal centralizado y piramidal, con el cual identificaron al partido –que Fidel fundó seis años después de la revolución por razones de Estado y declaró único, al estilo soviético. Eso creó el terreno para el voluntarismo y el decisionismo verticista (la campaña de los 12 millones de toneladas de azúcar, que hundió la economía), y también para la burocratización del partido como resultado inmediato de la burocratización y corrupción por el mercado del aparato estatal, así como para otros graves errores políticos (como declarar, por razones de Estado, que Brezhnev o el dictador somalí Siad Barre eran grandes marxistas, apoyar las dictaduras nacionalistas de Congo Democrático, de Guinea Ecuatorial, del DERG de Etiopía, aprobar la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968, respaldar a la dictadura militar argentina durante la guerra de las Malvinas). Esa visión estatal nacionalista, no marxista, dio también la base para el error más grave de todos: creer que la URSS sería eterna y que era socialista y jugar por consiguiente la suerte de Cuba a la carta de la integración en el Comecon, en vez de comenzar a desarrollar la autogestión democrática en la isla, cosa que todavía está pagando la economía cubana.
La identificación entre el partido comunista y el Estado, como en la URSS, anuló al partido cuyos mejores hombres se convirtieron en dirigentes estatales y cuya línea nacional e internacional fue dictada por las necesidades imperiosas que enfrentaba el Estado en las sucesivas fases. La apertura al mercado mundial abrió también las puertas para una corrupción en mayor escala de ese pequeño aparato estatal de un pequeño país carente materialmente de todo y sometido a un bloqueo criminal. Ahora el partido se ve obligado a definirse sobre qué hacer en las condiciones mundiales de crisis del capitalismo tras la desaparición del Cemecon y con China construyendo a todo vapor un país y un gobierno capitalista y, sobre todo, qué hacer si Estados Unidos levanta el bloqueo. Las ideas sobre la vía para la construcción del socialismo quedaron para las calendas griegas. Ni Fidel ni el Che dijeron a este respecto más que valiosas y bien intencionadas generalidades. El Che participó del voluntarismo y por eso fue a un Congo imaginario y, a pesar de sus críticas a los soviéticos y sus partidos, creyó en la dirección del partido comunista boliviano que lo condujo a la muerte, y su lucha contra la burocracia en Cuba se centró en los aspectos éticos y morales (no robar, no despilfarrar, no a los privilegios), sin comprender que el centralismo vertical y el partido único son instrumentos de mando y abren el camino a la burocracia, no a la creatividad consciente y crítica individual y colectiva sin la cual es imposible construir el socialismo.
El Che, además, fue enterrado por decenios una vez derrotado políticamente por las concepciones propias de los soviéticos que la mayoría de la dirección cubana hizo suyas. Fidel tiene, por su parte, un enorme prestigio, pero desde hace tiempo nada contra la corriente. El partido comunista cubano no tiene creatividad política ni credibilidad. En cuanto a los organismos supuestamente representativos, como la Asamblea Nacional, se reúnen sólo de vez en cuando y para votar lo ya aprobado previamente por el gobierno y el buró político y no son un terreno apto para la discusión y la formación política de los ciudadanos. Por consiguiente no hay quien construya la conciencia socialista, mientras que la situación económica y el mercado mundial, en cambio, introducen por todos los poros la influencia de las ideas y de los valores capitalistas, sobre todo entre los jóvenes, que no han vivido lo que era el capitalismo hace 50 años.
La identificación entre el partido comunista y el Estado, como en la URSS, anuló al partido cuyos mejores hombres se convirtieron en dirigentes estatales y cuya línea nacional e internacional fue dictada por las necesidades imperiosas que enfrentaba el Estado en las sucesivas fases. La apertura al mercado mundial abrió también las puertas para una corrupción en mayor escala de ese pequeño aparato estatal de un pequeño país carente materialmente de todo y sometido a un bloqueo criminal. Ahora el partido se ve obligado a definirse sobre qué hacer en las condiciones mundiales de crisis del capitalismo tras la desaparición del Cemecon y con China construyendo a todo vapor un país y un gobierno capitalista y, sobre todo, qué hacer si Estados Unidos levanta el bloqueo. Las ideas sobre la vía para la construcción del socialismo quedaron para las calendas griegas. Ni Fidel ni el Che dijeron a este respecto más que valiosas y bien intencionadas generalidades. El Che participó del voluntarismo y por eso fue a un Congo imaginario y, a pesar de sus críticas a los soviéticos y sus partidos, creyó en la dirección del partido comunista boliviano que lo condujo a la muerte, y su lucha contra la burocracia en Cuba se centró en los aspectos éticos y morales (no robar, no despilfarrar, no a los privilegios), sin comprender que el centralismo vertical y el partido único son instrumentos de mando y abren el camino a la burocracia, no a la creatividad consciente y crítica individual y colectiva sin la cual es imposible construir el socialismo.
El Che, además, fue enterrado por decenios una vez derrotado políticamente por las concepciones propias de los soviéticos que la mayoría de la dirección cubana hizo suyas. Fidel tiene, por su parte, un enorme prestigio, pero desde hace tiempo nada contra la corriente. El partido comunista cubano no tiene creatividad política ni credibilidad. En cuanto a los organismos supuestamente representativos, como la Asamblea Nacional, se reúnen sólo de vez en cuando y para votar lo ya aprobado previamente por el gobierno y el buró político y no son un terreno apto para la discusión y la formación política de los ciudadanos. Por consiguiente no hay quien construya la conciencia socialista, mientras que la situación económica y el mercado mundial, en cambio, introducen por todos los poros la influencia de las ideas y de los valores capitalistas, sobre todo entre los jóvenes, que no han vivido lo que era el capitalismo hace 50 años.
El gobierno revolucionario tiene a su favor que las bases de la contrarrevolución emigraron y, además, están divididas ante el impacto de la crisis económica y de la pérdida de hegemonía de Estados Unidos. Pero su política económica e incluso sus líneas ideológicas no le garantizan el consenso en la propia isla: éste, en cambio, deriva de su defensa intransigente de la independencia y de la soberanía isleña. Sin embargo, en las condiciones internacionales actuales, es probable que lleguen a Cuba algunos capitales del exterior y que la presión de sectores agrarios estadunidenses que quieren asegurarse el mercado cubano sobre Barack Obama lleven a una suavización del bloqueo, si no a su eliminación. Eso permitiría a grupos de emigrados y de capitalistas invertir en Cuba, fortaleciendo así en el gobierno a los Deng Xiao Ping cubanos que privilegian la tecnología y la eficacia. Dadas las enormes carencias que existen en la economía popular, esa tendencia ganar base en las ciudades y también en algunos sectores rurales bien situados para competir en el mercado de consumo. ¿Por qué no se discute abiertamente y con urgencia qué hacer ante una agravación de la crisis que haga dificultosa la ayuda venezolana o ante la eventualidad del levantamiento del bloqueo? Raúl Castro dice que está dispuesto a discutir con Obama en condiciones dignas. No lo dudo. Pero ¿se puede saber cuáles son esas condiciones? ¿Y cuáles serían otras opciones?¿Por qué no apelar a la autogestión, crear con la población un censo de necesidad, discutir cómo y en qué plazos satisfacerlas? El funcionamiento piramidal de los órganos de dirección, siempre nocivo, es fatal en tiempos de crisis.
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