Hoy el campo de batalla es el juego electoral. Hoy la meta es la Presidencia de la República. Hoy el objetivo es lograr que la alternancia política sea posible por primera vez en toda la historia de El Salvador. Hoy la apuesta es poner a la derecha en el lugar que le corresponde, el lugar del descrédito y de la ignominia. Y en este camino, en estas luchas, que por supuesto forman parte de un proceso más amplio, profundo y complejo, el FMLN representa el instrumento de cambio con el que cuenta el pueblo y constituye la plataforma política que Mauricio Funes necesita para ganar.
Comité por el Cambio en El Salvador. México / México D.F.
Democratización y neoliberalismo en Centroamérica
Mientras el auge revolucionario sacudió al cono sur en las décadas de 1960 y 1970, para Centroamérica fueron los años 80’s los más críticos: la Nicaragua sandinista, a la que le había costado ya 50 mil muertos liberarse de la dictadura de Somoza, tuvo que continuar en guerra para hacerle frente a la contrainsurgencia y, con ello, ver dramáticamente disminuidas sus posibilidades de desarrollar a plenitud su proyecto de nación; en El Salvador, la guerra civil dio inicio oficialmente en 1980, cuando las cinco organizaciones político-militares que habían venido conspirando por separado, lograron unificarse en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y lanzar una “ofensiva final”, que en realidad fue sólo la primera; particularmente duros fueron los 80’s para los pueblos indígenas y campesinos de Guatemala, víctimas del implacable terror al que el poderoso ejército nacional los sometiera, en su sangrienta lucha anticomunista.
El desenlace es harto conocido. En Nicaragua, después de diez años en el poder, el gobierno sandinista pierde las elecciones y debe entregar el Ejecutivo a Violeta Chamorro. Saldo: 100 mil muertos. En El Salvador, la comandancia general del FLMLN y el gobierno del partido ARENA, firman los Acuerdos de Paz en 1992. Saldo: 80 mil muertos. En Guatemala, las guerrillas, aglutinadas en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) sufrieron un proceso de muerte lenta, pero irreversible. La firma de los Acuerdos de Paz se dio en 1996. Saldo: 200 mil muertos.
Al terminar la década de 1990, recuperándonos aún del desconcierto en que nos dejara el paso de la guerra a la paz, pero sobre todo de la confusión que supuso el cambio de paradigma de la lucha revolucionaria o anti-revolucionaria a la búsqueda de la democracia formal, los centroamericanos apenas empezábamos a comprender lo que había ocurrido: se había instalado en el istmo, al igual que en el resto del continente, el nefasto modelo neoliberal. Las palabras mágicas “paz”, “democracia” y “libertad” sirvieron de punta de lanza para la implementación de las reformas económicas necesarias para echarlo a andar. Aprovechando el desgaste que tantos años de guerra y tantos miles de muertos ocasionaron en las sociedades centroamericanas, el discurso de la paz, la democracia y la libertad se levantó como la espuma, acompañado de un aura de cambio y bienestar. Todo bajo el entendido de que en la era del “fin de la historia”, “paz”, “democracia” y “neoliberalismo”, eran las tres caras de la única moneda con la que se valía jugar en el parqués del mundo globalizado.
Había caído el muro de Berlín, el capitalismo había triunfado sobre el socialismo, la guerra sólo había dejado dolor y frustraciones, ¿quién podía pensar ya en revoluciones? Si Centroamérica pretendía salir adelante y ponerse a la altura de las circunstancias, debía someterse a las nuevas reglas: buscar “paz” (fin de la guerra civil), “democracia” (liberal) y “libertad” (defensa de la propiedad privada), y entrar a los dictámenes del comercio internacional.
Obedientes, como siempre, a los mandatos del norte, los gobiernos de la región así lo hicieron. Sobre todo porque esa obediencia sería muy bien retribuida. Es así como pequeños grupos provenientes de las oligarquías tradicionales, con la habilidad empresarial suficiente para moverse en el mundo de los negocios transnacionales del siglo XXI, han llegado a convertirse en verdaderas [oligarquías transnacionales]. La privatización de empresas estatales, la prioridad que ha adquirido el sector financiero en la economía y las nuevas configuraciones del gran capital (expresadas en la regionalización de los consorcios y el espectacular crecimiento de ciertas empresas nacionales), dan cuenta del nuevo paisaje económico del istmo centroamericano.
La transición democrática de Centroamérica ha ocurrido simultáneamente a la aplicación casi textual de la receta neoliberal. Y eso ha tenido un alto costo para las economías del istmo. Hoy en día es más rentable distribuir productos que producirlos. Las políticas económicas neoliberales sometieron la producción de las pequeñas naciones a la competencia internacional, haciendo caso omiso de las abismales asimetrías entre las economías de los países desarrollados y los subdesarrollados.
De ese modo, las nacientes industrias nacionales, pero sobre todo la agricultura, han sido desplazadas por la importación de bienes del exterior. Esto acentúa la vulnerabilidad estructural de Centroamérica, incrementando la dependencia de la región respecto de sus proveedores internacionales. El daño a la producción agrícola a nivel nacional ha sido tan dramático, que incluso los rubros económicos que fueron protegidos con “salvaguardas” del comercio internacional (productos de la canasta básica como maíz, fríjol y arroz, entre otros) han tenido que liberalizarse, es decir, desprotegerse, para lograr el abastecimiento nacional, en el marco de la crisis alimentaria que el mundo enfrenta. En pocas palabras, Mesoamérica, la tierra del maíz, está teniendo que importarlo.
El Salvador y su búsqueda de cambios
Como consecuencia de lo anterior, el esquema de la composición socio-económica de El Salvador de inicios del siglo XXI se asemeja en mucho al que predominaba a inicios del siglo XX, cuando el pulgarcito de América se estrenaba como República: los ingresos de la actividad productiva del país van a parar a las manos de unas cuantas familias. Hace un siglo, esa actividad productiva era el cultivo y la exportación del café. En este nuevo siglo, la economía se concentra en el ámbito financiero y comercial. El resultado es el mismo de siempre: inequidad, marginación, injusticia.
El FMLN, con el respaldo de las numerosas organizaciones de obreros, campesinos, estudiantes y pequeños comerciantes que durante los años 70 se movilizaron en las calles de San Salvador y fueron sistemáticamente reprimidas, fue a la guerra buscando la desestabilización del régimen opresor y la modificación de esas estructuras injustas.
Haber dejado de ser un grupo guerrillero para pasar a convertirse en un partido político no ha sido fácil. En primer lugar, la firma de los Acuerdos de Paz y el desmantelamiento de la lucha revolucionaria como factor de cohesión, trajo rupturas, desencantos, individualismos, reconversiones, traiciones y desesperanza. En segundo lugar, se trata de un partido que tuvo que insertarse en el terreno de juego del enemigo, la derecha salvadoreña, detentadora tradicional del poder político en El Salvador y como tal manipuladora de las instituciones y conocedora de sus intríngulis y artimañas. En tercer lugar, tuvo que adquirir experiencia en el adverso escenario de la democracia formal.
Con todo, el Frente se convirtió en la segunda fuerza política del país, ha participado en tres elecciones presidenciales en las que ocupa el segundo lugar entre las preferencias del electorado y en cuatro elecciones para alcaldes y diputados que le han permitido ganar un número significativo de alcaldías, incluida la capitalina ciudad de San Salvador (que continúa a su cargo), así como un número significativo de escaños en la Asamblea Legislativa, actualmente 33 de 84. Partidos políticos surgidos de una ex guerrilla que hayan logrado posicionarse en el espectro político de sus países con semejante fuerza, solo existen en América Latina: el FMLN salvadoreño y el FSLN nicaragüense. La permanencia y la evolución que el FMLN ha estado demostrando en El Salvador evidencian, por una parte, que su “voto duro” es realmente duro y, por la otra, que su consolidación como partido político le ha permitido prepararse para asumir el reto de pasar de ser oposición a convertirse en gobierno.
Uno de los cuestionamientos más importantes que se ha hecho al FMLN en esta etapa de transición a la democracia ha sido el verticalismo que ha predominado en sus filas, sin dar cabida a nuevas voces y nuevas ideas. Con la elección del periodista Mauricio Funes como candidato presidencial, el Frente dio un paso adelante en la superación de esos modos de actuar que se le cuestionan. ¿Por qué? Primero porque Funes no pertenece a la dirigencia histórica del partido; su inclusión en la fórmula presidencial obliga, pues, a la dirigencia efemelenista a contemplar sus puntos de vista y a consensuar con él y sus asesores todo lo relacionado con la campaña electoral y con el plan de gobierno en el que se encuentran trabajando conjuntamente. Y segundo, porque la propia elección de Funes como candidato es el resultado de un ejercicio autocrítico dentro del partido en el que se hizo evidente que para pasar de ser oposición a comandar el timón del Estado, el FMLN debía acercarse al pueblo salvadoreño –más allá de los sectores militantes y simpatizantes--, escuchar sus demandas y ofrecer soluciones convincentes. Es precisamente lo que ha estado haciendo Funes desde que se oficializó su candidatura: buscar consenso en sectores poblaciones allende el “voto duro” del partido, entre pequeños y grandes empresarios, gremios profesionales, migrantes, clase media, etc.
Haber escogido a Mauricio Funes como candidato para competir en las futuras elecciones presidenciales de marzo de 2009 fue un acierto del Frente. Lo prueba el hecho de que el acto de oficialización de esa candidatura, realizado el 11 de noviembre de 2007 en el Estadio Cuscatlán de San Salvador, haya reunido alrededor de 90 mil simpatizantes (sin contar a los miles de espectadores/as que tuvimos acceso al evento via tv o internet) que, portando ropas y banderas rojas e impregnados/as de un renovado entusiasmo político, rebasaron por completo la capacidad del lugar. A partir de entonces, los recorridos de Funes por todo el país han estado acompañados de numerosas caravanas de carros y sus mítines se llenan de gente que da muestras de aprobación cuando su candidato cuestiona el favoritismo económico que ha caracterizado a los cuatro gobiernos consecutivos de ARENA y ofrece fortalecer la institucionalidad del país, aumentar la productividad y frenar el alza de los precios de la canasta básica. Diversas encuestas dan por ganador a Mauricio Funes en la futura contienda electoral. Y hay quienes desde ya lo llaman Presidente. El fenómeno Funes es único en la historia de El Salvador.
Sucede que el pueblo salvadoreño está cansado. Cansado de vivir sumergido en una pobreza que lejos de disminuir lo obliga al exilio económico, lanzándose a la riesgosa y dura “aventura” de conquistar “el sueño americano”. Cansado de una explosión delincuencial que ARENA, con todo y sus medidas represivas, no ha podido contener. Cansado de la corrupción. Cansado de la dolarización. Cansado de la privatización. Cansado de la carestía del costo de la vida. Cansado de ver al país retenido en manos de una clase dirigente que favorece únicamente a un sector de privilegiados.
Hoy por hoy, la clase empresarial salvadoreña es una de las más poderosas de Centroamérica. Y no obstante, la mendicidad y la migración por razones económicas aumentan cada día. Durante los primeros años de la democratización, ARENA se jactaba de la salud de los índices macroeconómicos del país y promovía a El Salvador como “economía emergente” y país modelo en la región. Pero lo cierto es que esa “emergencia” jamás llegó a las clases desposeídas, cuya pauperización se ha agudizado tras veinte años de políticas económicas impulsadas por ARENA. Políticas implementadas siguiendo el mandato de los países hegemónicos y en función de intereses muy particulares, que están lejos de dar prioridad al aumento de la calidad de vida de la gran mayoría de salvadoreños y salvadoreñas. ARENA es el culpable de la vulnerabilidad del país frente a la crísis actual del capitalismo mundial.
El hartazgo acumulado por tantos años, obligan a esas mayorías a demandar cambios. No es la primera vez. Se trata de un pueblo que ha demandado cambios desde que El Salvador se convirtió en país en condiciones ventajosas sólo para unos pocos. Desde que se constituyeron las estructuras injustas, este pueblo se levanta, se insurrecciona, hace la revolución, pelea.
Hoy el campo de batalla es el juego electoral. Hoy la meta es la Presidencia de la República. Hoy el objetivo es lograr que la alternancia política sea posible por primera vez en toda la historia de El Salvador. Hoy la apuesta es poner a la derecha en el lugar que le corresponde, el lugar del descrédito y de la ignominia. Y en este camino, en estas luchas, que por supuesto forman parte de un proceso más amplio, profundo y complejo, el FMLN representa el instrumento de cambio con el que cuenta el pueblo y constituye la plataforma política que Mauricio Funes necesita para ganar.
Funes, por su parte, con su honestidad, con su juventud, con su compromiso, con su trayectoria de veinte años de ejercicio de un periodismo crítico, independiente e incómodo para la clase dirigente, con su conocimiento de los problemas del país, con su preocupación por buscar soluciones viables para empezar a enfrentar esos problemas, ha logrado resucitar en el pueblo la esperanza adormecida y la confianza en que los cambios son posibles.
Mientras el auge revolucionario sacudió al cono sur en las décadas de 1960 y 1970, para Centroamérica fueron los años 80’s los más críticos: la Nicaragua sandinista, a la que le había costado ya 50 mil muertos liberarse de la dictadura de Somoza, tuvo que continuar en guerra para hacerle frente a la contrainsurgencia y, con ello, ver dramáticamente disminuidas sus posibilidades de desarrollar a plenitud su proyecto de nación; en El Salvador, la guerra civil dio inicio oficialmente en 1980, cuando las cinco organizaciones político-militares que habían venido conspirando por separado, lograron unificarse en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y lanzar una “ofensiva final”, que en realidad fue sólo la primera; particularmente duros fueron los 80’s para los pueblos indígenas y campesinos de Guatemala, víctimas del implacable terror al que el poderoso ejército nacional los sometiera, en su sangrienta lucha anticomunista.
El desenlace es harto conocido. En Nicaragua, después de diez años en el poder, el gobierno sandinista pierde las elecciones y debe entregar el Ejecutivo a Violeta Chamorro. Saldo: 100 mil muertos. En El Salvador, la comandancia general del FLMLN y el gobierno del partido ARENA, firman los Acuerdos de Paz en 1992. Saldo: 80 mil muertos. En Guatemala, las guerrillas, aglutinadas en la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) sufrieron un proceso de muerte lenta, pero irreversible. La firma de los Acuerdos de Paz se dio en 1996. Saldo: 200 mil muertos.
Al terminar la década de 1990, recuperándonos aún del desconcierto en que nos dejara el paso de la guerra a la paz, pero sobre todo de la confusión que supuso el cambio de paradigma de la lucha revolucionaria o anti-revolucionaria a la búsqueda de la democracia formal, los centroamericanos apenas empezábamos a comprender lo que había ocurrido: se había instalado en el istmo, al igual que en el resto del continente, el nefasto modelo neoliberal. Las palabras mágicas “paz”, “democracia” y “libertad” sirvieron de punta de lanza para la implementación de las reformas económicas necesarias para echarlo a andar. Aprovechando el desgaste que tantos años de guerra y tantos miles de muertos ocasionaron en las sociedades centroamericanas, el discurso de la paz, la democracia y la libertad se levantó como la espuma, acompañado de un aura de cambio y bienestar. Todo bajo el entendido de que en la era del “fin de la historia”, “paz”, “democracia” y “neoliberalismo”, eran las tres caras de la única moneda con la que se valía jugar en el parqués del mundo globalizado.
Había caído el muro de Berlín, el capitalismo había triunfado sobre el socialismo, la guerra sólo había dejado dolor y frustraciones, ¿quién podía pensar ya en revoluciones? Si Centroamérica pretendía salir adelante y ponerse a la altura de las circunstancias, debía someterse a las nuevas reglas: buscar “paz” (fin de la guerra civil), “democracia” (liberal) y “libertad” (defensa de la propiedad privada), y entrar a los dictámenes del comercio internacional.
Obedientes, como siempre, a los mandatos del norte, los gobiernos de la región así lo hicieron. Sobre todo porque esa obediencia sería muy bien retribuida. Es así como pequeños grupos provenientes de las oligarquías tradicionales, con la habilidad empresarial suficiente para moverse en el mundo de los negocios transnacionales del siglo XXI, han llegado a convertirse en verdaderas [oligarquías transnacionales]. La privatización de empresas estatales, la prioridad que ha adquirido el sector financiero en la economía y las nuevas configuraciones del gran capital (expresadas en la regionalización de los consorcios y el espectacular crecimiento de ciertas empresas nacionales), dan cuenta del nuevo paisaje económico del istmo centroamericano.
La transición democrática de Centroamérica ha ocurrido simultáneamente a la aplicación casi textual de la receta neoliberal. Y eso ha tenido un alto costo para las economías del istmo. Hoy en día es más rentable distribuir productos que producirlos. Las políticas económicas neoliberales sometieron la producción de las pequeñas naciones a la competencia internacional, haciendo caso omiso de las abismales asimetrías entre las economías de los países desarrollados y los subdesarrollados.
De ese modo, las nacientes industrias nacionales, pero sobre todo la agricultura, han sido desplazadas por la importación de bienes del exterior. Esto acentúa la vulnerabilidad estructural de Centroamérica, incrementando la dependencia de la región respecto de sus proveedores internacionales. El daño a la producción agrícola a nivel nacional ha sido tan dramático, que incluso los rubros económicos que fueron protegidos con “salvaguardas” del comercio internacional (productos de la canasta básica como maíz, fríjol y arroz, entre otros) han tenido que liberalizarse, es decir, desprotegerse, para lograr el abastecimiento nacional, en el marco de la crisis alimentaria que el mundo enfrenta. En pocas palabras, Mesoamérica, la tierra del maíz, está teniendo que importarlo.
El Salvador y su búsqueda de cambios
Como consecuencia de lo anterior, el esquema de la composición socio-económica de El Salvador de inicios del siglo XXI se asemeja en mucho al que predominaba a inicios del siglo XX, cuando el pulgarcito de América se estrenaba como República: los ingresos de la actividad productiva del país van a parar a las manos de unas cuantas familias. Hace un siglo, esa actividad productiva era el cultivo y la exportación del café. En este nuevo siglo, la economía se concentra en el ámbito financiero y comercial. El resultado es el mismo de siempre: inequidad, marginación, injusticia.
El FMLN, con el respaldo de las numerosas organizaciones de obreros, campesinos, estudiantes y pequeños comerciantes que durante los años 70 se movilizaron en las calles de San Salvador y fueron sistemáticamente reprimidas, fue a la guerra buscando la desestabilización del régimen opresor y la modificación de esas estructuras injustas.
Haber dejado de ser un grupo guerrillero para pasar a convertirse en un partido político no ha sido fácil. En primer lugar, la firma de los Acuerdos de Paz y el desmantelamiento de la lucha revolucionaria como factor de cohesión, trajo rupturas, desencantos, individualismos, reconversiones, traiciones y desesperanza. En segundo lugar, se trata de un partido que tuvo que insertarse en el terreno de juego del enemigo, la derecha salvadoreña, detentadora tradicional del poder político en El Salvador y como tal manipuladora de las instituciones y conocedora de sus intríngulis y artimañas. En tercer lugar, tuvo que adquirir experiencia en el adverso escenario de la democracia formal.
Con todo, el Frente se convirtió en la segunda fuerza política del país, ha participado en tres elecciones presidenciales en las que ocupa el segundo lugar entre las preferencias del electorado y en cuatro elecciones para alcaldes y diputados que le han permitido ganar un número significativo de alcaldías, incluida la capitalina ciudad de San Salvador (que continúa a su cargo), así como un número significativo de escaños en la Asamblea Legislativa, actualmente 33 de 84. Partidos políticos surgidos de una ex guerrilla que hayan logrado posicionarse en el espectro político de sus países con semejante fuerza, solo existen en América Latina: el FMLN salvadoreño y el FSLN nicaragüense. La permanencia y la evolución que el FMLN ha estado demostrando en El Salvador evidencian, por una parte, que su “voto duro” es realmente duro y, por la otra, que su consolidación como partido político le ha permitido prepararse para asumir el reto de pasar de ser oposición a convertirse en gobierno.
Uno de los cuestionamientos más importantes que se ha hecho al FMLN en esta etapa de transición a la democracia ha sido el verticalismo que ha predominado en sus filas, sin dar cabida a nuevas voces y nuevas ideas. Con la elección del periodista Mauricio Funes como candidato presidencial, el Frente dio un paso adelante en la superación de esos modos de actuar que se le cuestionan. ¿Por qué? Primero porque Funes no pertenece a la dirigencia histórica del partido; su inclusión en la fórmula presidencial obliga, pues, a la dirigencia efemelenista a contemplar sus puntos de vista y a consensuar con él y sus asesores todo lo relacionado con la campaña electoral y con el plan de gobierno en el que se encuentran trabajando conjuntamente. Y segundo, porque la propia elección de Funes como candidato es el resultado de un ejercicio autocrítico dentro del partido en el que se hizo evidente que para pasar de ser oposición a comandar el timón del Estado, el FMLN debía acercarse al pueblo salvadoreño –más allá de los sectores militantes y simpatizantes--, escuchar sus demandas y ofrecer soluciones convincentes. Es precisamente lo que ha estado haciendo Funes desde que se oficializó su candidatura: buscar consenso en sectores poblaciones allende el “voto duro” del partido, entre pequeños y grandes empresarios, gremios profesionales, migrantes, clase media, etc.
Haber escogido a Mauricio Funes como candidato para competir en las futuras elecciones presidenciales de marzo de 2009 fue un acierto del Frente. Lo prueba el hecho de que el acto de oficialización de esa candidatura, realizado el 11 de noviembre de 2007 en el Estadio Cuscatlán de San Salvador, haya reunido alrededor de 90 mil simpatizantes (sin contar a los miles de espectadores/as que tuvimos acceso al evento via tv o internet) que, portando ropas y banderas rojas e impregnados/as de un renovado entusiasmo político, rebasaron por completo la capacidad del lugar. A partir de entonces, los recorridos de Funes por todo el país han estado acompañados de numerosas caravanas de carros y sus mítines se llenan de gente que da muestras de aprobación cuando su candidato cuestiona el favoritismo económico que ha caracterizado a los cuatro gobiernos consecutivos de ARENA y ofrece fortalecer la institucionalidad del país, aumentar la productividad y frenar el alza de los precios de la canasta básica. Diversas encuestas dan por ganador a Mauricio Funes en la futura contienda electoral. Y hay quienes desde ya lo llaman Presidente. El fenómeno Funes es único en la historia de El Salvador.
Sucede que el pueblo salvadoreño está cansado. Cansado de vivir sumergido en una pobreza que lejos de disminuir lo obliga al exilio económico, lanzándose a la riesgosa y dura “aventura” de conquistar “el sueño americano”. Cansado de una explosión delincuencial que ARENA, con todo y sus medidas represivas, no ha podido contener. Cansado de la corrupción. Cansado de la dolarización. Cansado de la privatización. Cansado de la carestía del costo de la vida. Cansado de ver al país retenido en manos de una clase dirigente que favorece únicamente a un sector de privilegiados.
Hoy por hoy, la clase empresarial salvadoreña es una de las más poderosas de Centroamérica. Y no obstante, la mendicidad y la migración por razones económicas aumentan cada día. Durante los primeros años de la democratización, ARENA se jactaba de la salud de los índices macroeconómicos del país y promovía a El Salvador como “economía emergente” y país modelo en la región. Pero lo cierto es que esa “emergencia” jamás llegó a las clases desposeídas, cuya pauperización se ha agudizado tras veinte años de políticas económicas impulsadas por ARENA. Políticas implementadas siguiendo el mandato de los países hegemónicos y en función de intereses muy particulares, que están lejos de dar prioridad al aumento de la calidad de vida de la gran mayoría de salvadoreños y salvadoreñas. ARENA es el culpable de la vulnerabilidad del país frente a la crísis actual del capitalismo mundial.
El hartazgo acumulado por tantos años, obligan a esas mayorías a demandar cambios. No es la primera vez. Se trata de un pueblo que ha demandado cambios desde que El Salvador se convirtió en país en condiciones ventajosas sólo para unos pocos. Desde que se constituyeron las estructuras injustas, este pueblo se levanta, se insurrecciona, hace la revolución, pelea.
Hoy el campo de batalla es el juego electoral. Hoy la meta es la Presidencia de la República. Hoy el objetivo es lograr que la alternancia política sea posible por primera vez en toda la historia de El Salvador. Hoy la apuesta es poner a la derecha en el lugar que le corresponde, el lugar del descrédito y de la ignominia. Y en este camino, en estas luchas, que por supuesto forman parte de un proceso más amplio, profundo y complejo, el FMLN representa el instrumento de cambio con el que cuenta el pueblo y constituye la plataforma política que Mauricio Funes necesita para ganar.
Funes, por su parte, con su honestidad, con su juventud, con su compromiso, con su trayectoria de veinte años de ejercicio de un periodismo crítico, independiente e incómodo para la clase dirigente, con su conocimiento de los problemas del país, con su preocupación por buscar soluciones viables para empezar a enfrentar esos problemas, ha logrado resucitar en el pueblo la esperanza adormecida y la confianza en que los cambios son posibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario