La Confederación de las Antillas es probablemente la idea más arquetípica de Eugenio María de Hostos, tanto en la naturaleza entrañable del más ambicionado deseo, como eje de su esfuerzo teórico y de los esfuerzos políticos más acariciados de toda su vida.
Marcos Reyes Dávila/Especial para En Rojo (Puerto Rico)
El título de estas líneas se adscribe al programa del mismo título que, como anticipo a la conmemoración del Cincuentenario de la Revolución Cubana, se organizó y desplegó en Puerto Rico y en otros países a finales del 2008. Cabe preguntarse por qué una revolución que triunfa en enero de 1959 se retrotrae a los acontecimientos heroicos del 1868.
La explicación que se me dio fue Martí. Martí para inscribir la Revolución Cubana a una figura histórica de valor apostólico, figura unificadora de todo el pueblo cubano. Martí para enmarcar la Revolución de los cincuenta en el contexto de una lucha mayor en múltiples sentidos. Por una parte, una lucha centenaria contra el coloniaje y la tiranía que extiende su larga mirada más allá de Baire, de Lares y de Yara, hasta el mismo Bolívar. Por otra parte, una lucha que desborda los límites nacionales para abarcar, no sólo la lucha de todos los pueblos antillanos contra los arrietes de la opresión, sino que, además, compromete la lucha de todos los pueblos colonizados –de Latinoamérica y del mundo entero– con la “segunda independencia”, y contra los diferentes poderes imperialistas de nuestro mundo.
La referencia legitimadora que la Revolución Cubana busca en Martí ni es de ahora ni es infundada. Tras la muerte de Martí en 1895, su martirio, su ejemplo, y su ideario continúan la lucha hasta la victoria bajo el liderato de Máximo Gómez, y se prolonga tras la ocupación norteamericana de 1898 en los nuevos brotes de rebeldía que buscaban salvar la isla de la explotación capitalista y del vasallaje norteamericano. El mismo Fidel Castro procuró autorizar su lucha en el ejemplo y el ideario de Martí muchos años antes del triunfo de la Revolución. Una foto maravillosa existe, que desgraciadamente no tenemos en este momento, en la que el comandante Castro aparece cabizbajo y entre sombras ante los restos de Martí en Santiago de Cuba, poco después del triunfo de la Revolución.
La presencia de Martí es ubicua en Cuba, preside todos los actos oficiales, no sólo desde la Plaza de Revolución, sino desde cada aula y cada plaza de Cuba. Aunque pueda debatirse si esta asdcripción legitimadora es correcta o falaz, concurrimos, sin reservas de importancia, con la exégesis de la obra martiana que ha hecho el pueblo cubano desde el Centro de Estudios Martianos de La Habana. Recordamos haberle oído decir a Cintio Vitier allí mismo, que Lezama Lima explicó cómo Martí se convirtió en la imagen de Cuba, y cómo ese hecho fue la “causa secreta” de su historia. Cuando estalla el Grito de Yara, Martí tiene sólo quince años. Sin embargo, muy pronto habría de pagar con trabajos forzados y destierro su compromiso con la libertad. Leer más...
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