El mundo de la revista Forbes, donde los poderosos pueden comprar casi cualquier cosa, incluido un país, es el mundo del paradigma neoliberal. Para nosotros, en cambio, resulta simplemente inaceptable que el destino de nuestros pueblos sea el de someter el sentido de humanidad y la búsqueda del bien común, al poder adquisitivo, la cultura del individualismo y el consumo sin límites.
(Fotografía tomada del portal Yahoo)
El portal de internet Yahoo divulgó, en días pasados, un artículo de Keren Blankfeld, de la revista Forbes, titulado “Los países que podría comprarse un multimillonario” (08-10-2009). El texto fue acompañado de una composición de imágenes que muestra el rostro de Bill Gates posado sobre la costa atlántica de Costa Rica. De acuerdo con esta publicación, la fortuna de Gates, estimada en 50 mil millones de dólares, “supera el producto interior bruto (PIB) de 140 países, entre ellos, Costa Rica, El Salvador, Bolivia y Uruguay”.
En el artículo, que parece escrito para los amantes del género pornofinanciero (“Castillos en Francia, islas del Caribe, jets privados... Con un total de 1,27 billones de dólares americanos a su disposición, los miembros de la lista Forbes 400 podrían comprar casi cualquier cosa”), Blankfeld afirma que si se sumara la fortuna de los tres últimos ricos de la lista de Forbes, cercana a los 2900 millones de dólares, “el importe seguiría superando el valor del trabajo de toda la economía de Belice”.
El mundo de la revista Forbes, donde los poderosos pueden comprar casi cualquier cosa, incluido un país, es el mundo del paradigma neoliberal que los medios de comunicación –productores del sentido común dominante de nuestro tiempo- difunden como el mejor y único posible, y el que numerosos políticos, hombres y mujeres, se empeñan en perpetuar.
Para nosotros, en cambio, resulta simplemente inaceptable que el destino de nuestros pueblos sea el de someter el sentido de humanidad y la búsqueda del bien común, al poder adquisitivo, la cultura del individualismo y el consumo sin límites.
El caos que ocasiona un mundo organizado así, en función de los intereses de los ricos y poderosos, fue retratado, con dramática precisión, por la Agencia de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en su reciente informe: Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en América Latina y el Caribe 2009.
Según documenta la FAO, debido al aumento en el precio de los alimentos y la crisis financiera del sistema capitalista global, la cifra de hambrientos y desnutridos en nuestra región aumentó a 53 millones este año. En 2008, esta cifra era de 47 millones de personas.
El problema del hambre no es únicamente un asunto de voluntad política, como lo han intentado presentar algunos gobernantes del G-20 (los países industrializados), sino que está intrínsecamente relacionado con las “formas”, fuerzas e intereses que, históricamente, han organizado y dominado el sistema mundial de explotación/producción, los términos del intercambio desigual entre los países ricos y pobres, los métodos de acumulación capitalista –sobre todo la acumulación por desposesión-, la lógica de la economía de rapiña implícita en las nociones hegemónicas de progreso, desarrollo y su influencia en la definición del tipo de relación del ser humano con el medio natural, a lo largo de ya varios siglos.
José Graziano, director de la FAO para América Latina y el Caribe, en declaraciones consignadas por la Agencia EFE (14-10-2009), explicó otras dimensiones coyunturales del problema: no se trata de que en la región escaseen los alimentos, “sino las oportunidades para acceder a ellos (…) a causa del aumento del desempleo y la ausencia de programas sociales para enfrentarlo (…). No trabajar significa no comer”, lo que afecta especialmente a los más pobres.
Al mismo tiempo, los pequeños agricultores no disponen de recursos para “responder al alza de los alimentos con un aumento de la siembra o la producción debido a que también aumentó el precio de productos importados, como fertilizantes, plaguicidas o semillas”.
Esto podría agravarse en los próximos años, en la medida en que las nuevas reglas de los tratados de libre comercio firmados por muchos de nuestros países limiten, aún más, las posibilidades de los agricultores de adquirir productos e insumos protegidos por leyes de propiedad intelectual, en un contexto de paulatina desaparición de los subsidios y apoyos estatales.
Queda claro, pues, que la solución del problema del hambre exige la transformación radical del sistema económico, social y cultural –el capitalismo neoliberal tardío- que permite, con complicidad indolente de las nuevas oligarquías transnacionales, que en América Latina un solo hombre, el mexicano Carlos Slim, acumule una fortuna de casi 24.000 millones de dólares, mientras 50,6 millones de compatriotas viven en condición de pobreza patrimonial, y otros 5,1 millones en pobreza alimentaria (La Jornada, 03-09-2009).
Este es el desafío de los gobiernos nacional-populares y progresistas de nuestra América: emprender, realmente, un camino alternativo al neoliberalismo basado en la solidaridad, la cooperación, la defensa mutua y la justicia social; inventar o errar; pero mantenerse siempre al lado de los pobres de la tierra.
En definitiva, de lo que se trata es de construir un presente y un futuro dignos para la vida de nuestros pueblos, pero asentados sobre los valores humanos que no tienen precio. Esos que, como dice Eduardo Galeano, “están más allá de cualquier cotización. No hay quien los compre, porque no están en venta. Están fuera del mercado, y por eso han sobrevivido”.
Por supuesto, esos no son los valores de Forbes, Gates o Slim.
No hay comentarios:
Publicar un comentario