El bloqueo es otra prueba de fuego para el presidente Obama que prometió un nuevo comienzo en las relaciones con Cuba, dio algunos pasos encomiables pero muy modestos y allí se ha quedado. Al extremo que más de un analista asegura que ya hizo todo lo que iba a hacer con Cuba al menos en su primer mandato.
Ángel Guerra Cabrera / LA JORNADA
Aunque escribo unas horas antes de ser votada en la Asamblea General de la ONU la resolución Necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba, estoy seguro que su aprobación habrá sido casi unánime. Aparte del bloqueador, sólo Israel, su hermano siamés, tiene la cara dura de votar en contra. De alguna forma debe pagar los consabidos vetos de Washington en el Consejo de Seguridad a cualquier condena, por pálida que sea, de las fechorías del sionismo. Por que el voto de alguna dependencia semicolonial yanqui del Pacífico no debería ni contarse.
¿Cómo explicar el sucesivo aumento del número de votos en pro de la resolución cubana a lo largo de dieciocho años, que en 2008 llegó a 185 de 192 estados miembros de Naciones Unidas, con únicamente los tres mencionados en contra? La razón es muy sencilla. No existe un embargo bilateral, como cínicamente afirma Washington. Lo que existe es un bloqueo de carácter extraterritorial con el cual Estados Unidos intenta yugular las relaciones económicas internacionales con Cuba mediante amenazas y duras sanciones a terceros e incurre por ello en una violación flagrante de la soberanía de la gran mayoría de los estados miembros de la ONU y de su derecho a comerciar libremente. En suma, un gravísimo atentado al derecho internacional y a la Carta de Naciones Unidas pero no sólo por las razones mencionadas, que afectan vitales intereses hasta de sus aliados más cercanos por más que no sientan simpatía alguna hacia Cuba.
Lo es también por la siguiente razón, muy poderosa desde el punto de vista legal y también ético, y esto es crucial considerarlo. El bloqueo viola el derecho internacional, también y ante todo, por tratarse de una medida genocida según la conocida definición de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio puesto que en el caso de Cuba tienen aplicación todos los actos que expresamente menciona perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, un grupo nacional étnico, racial o religioso, como tal. El carácter genocida del bloqueo puede expresarse en hechos terribles repetidos durante casi medio siglo como la muerte cotidiana de cubanos de todas las edades por falta de fármacos o dispositivos oncológicos, cardiológicos y, en general, de alta tecnología, de los que Estados Unidos se niega a vender a la isla pese a saberse el único fabricante; o cuando obliga a poner en peligro la vida de otros cubanos, que, por ejemplo, deben ser sometidos a una operación a corazón abierto por no disponerse de un insumo estadunidense como pueden ser ciertos tipos de stent utilizados en cardiología pediátrica.
Pero el bloqueo es mucho más abarcador que estos ejemplos escandalosamente dramáticos y se extiende a los severos daños que ha inflingido a millones de personas en todas las esferas de la vida diaria durante medio siglo. El bloqueo exigió un grado de heroísmo laboral y social sin precedente para sustituir con pura inventiva las refacciones e insumos estadunidenses del equipamiento agrícola, industrial y de servicios de Cuba de un día para otro y luego una mudanza en tiempo récord a otras tecnologías, una experiencia humana sumamente traumática, sobre todo para un país pobre y subdesarrollado.
Si nos adentramos en la historia de las agresiones estadunidenses contra Cuba, puede afirmarse rotundamente, como lo ha propuesto Ricardo Alarcón, que las medidas yanquis de guerra económica comienzan desde enero de 1959 cuando Washington recibe como héroes a los batistianos, portadores de la totalidad del tesoro nacional de la isla, valorado en 400 millones de dólares de entonces. Con ese monumental robo al pueblo de Cuba comenzó a forjarse el gran poder económico de la contrarrevolución emigrada a Miami y ese mismo año Estados Unidos privó a Cuba de la cuota azucarera.
El bloqueo es otra prueba de fuego para el presidente Obama que prometió un nuevo comienzo en las relaciones con Cuba, dio algunos pasos encomiables pero muy modestos y allí se ha quedado. Al extremo que más de un analista asegura que ya hizo todo lo que iba a hacer con Cuba al menos en su primer mandato. Y es probable que así sea si el primer presidente negro y Nobel de la Paz al vapor sigue respecto a la isla la conducta de pedalear hacia atrás que en general observa en otros asuntos frente a los crecientes ataques de la extrema derecha.
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