Sabido es que la historia continúa y que protagonistas mucho más curtidos seguirán disputando palmo a palmo el destino de Honduras. Pero ya no resulta reconocible aquel país que aceptó dócilmente el alquiler de su territorio para montar una implacable guerra contra el gobierno sandinista de la vecina Nicaragua.
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Las noticias que llegan desde Tegucigalpa parecen indicar que esta vez sí el acuerdo es posible y el presidente Zelaya será repuesto en su cargo. Los cables nos dicen que el enviado de Obama había deliberado con el usurpador en el cargo y habría dado a entender que era la única posibilidad para que las futuras elecciones fueran reconocidas. No decía nada nuevo, la comunidad latinoamericana casi en pleno lo venía sosteniendo. Y el presidente norteamericano parece lo suficientemente perspicaz para entender que las posturas asumidas en el continente no eran retórica de circunstancia.
No muy lejos de allí, en Venezuela, dos de los principales protagonistas de la insistente denuncia de los golpistas, los presidentes Lula y Chávez, se estrechaban en un abrazo y daban nuevos pasos en la integración regional. También el mismo día, otra de las protagonistas en el celo y la insistencia de denunciar la significación del mal hadado golpe hondureño anunciaba el destino de significativos recursos para paliar la situación de la niñez más necesitada.
Sabido es que la historia continúa y que protagonistas mucho más curtidos seguirán disputando palmo a palmo el destino de Honduras. Pero ya no resulta reconocible aquel país que aceptó dócilmente el alquiler de su territorio para montar una implacable guerra contra el gobierno sandinista de la vecina Nicaragua.
Que la comunidad internacional encabezada por América Latina haya contribuido a hacer retroceder el proyecto golpista hondureño es un hecho histórico y trascendente. Pero en honor a la verdad ya teníamos antecedentes cercanos que venían marcando el camino. El respaldo a la movilización popular que en Venezuela rescató al presidente Chávez de las mazmorras de los golpistas puede pensarse como un antes y un después en la historia de la región. La rápida convocatoria de los líderes latinoamericanos para respaldar al presidente Morales y advertir a los escisionistas del oriente boliviano que no habría contemplaciones con semejante aventura también fue concluyente.
Estamos viviendo en una América diferente, muy digna de ser vivida, aunque haya tantas cuentas pendientes. Lo empiezan a entender desde el Norte. Con algún desconcierto lo admiten desde Europa. A las que más les cuesta aceptarlo es a las minorías locales. No podría esperarse otra cosa. Por todo ello, lo nuevo que ha surgido hay que cuidarlo, defenderlo y ayudarlo a que crezca.
* Profesor titular de Política Latinoamericana, Universidad de Buenos Aires.
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