Nuestra preocupación vertebral es ofrecerle al lector algunos ingredientes descriptivos y analíticos sobre la forma en que el imperialismo, entre 1850 y 1898, expresa las tendencias expansivas más generales del sistema capitalista como un todo. En este sentido, América Latina, ve progresar paso a paso, pero de manera consistente y sostenida, las distintas formas y métodos utilizados por el sistema para atraerla hacia el movimiento internacional de los capitales y de la fuerza de trabajo.
Rodrigo Quesada Monge / Globalización
La metáfora de las supuestas formalidad e informalidad imperiales cuando se habla del Imperio Británico, tiene obvias justificaciones políticas que nos corresponde dilucidar, al menos para tener una idea más clara de la orientación que tiene la política británica en lo concerniente a sus relaciones con la América Latina. Hobson, en su celebrado y poco leído libro, lo decía con mucha claridad y contundencia: para Inglaterra el imperio es una carga, no sólo económica, sino también financiera y humana. Son unos pocos los que se benefician de él, y por lo general, cuando se impone por la fuerza, el imperialismo es una desgracia para los pueblos sometidos.
Sin embargo, el beneficio político, geopolítico, militar, socio-económico y cultural era sencillamente espectacular, aunque sólo fuera para un puñado de seres humanos que estaban poseídos por la convicción de que su misión en este mundo era llevar la civilización a las “razas inferiores” de África, Asia y America Latina. Si un pequeño país como Inglaterra llegó a controlar las vidas y propiedades de más de cuatrocientos millones de personas en las dos terceras partes del planeta, eso no sólo se debe a la fuerza de la ideología, de la religión o de las bayonetas, sino, por encima de todo a la potencia del sistema económico que lo hizo posible. Las motivaciones financieras, comerciales y productivas del sistema capitalista vinieron antes que la brutalidad, la humillación y la simple rapiña de los pueblos sometidos al expolio imperial de las potencias europeas primero, y de los Estados Unidos posteriormente.
El argumento de autores como Bill Warren, para quienes el capitalismo y las ganancias que supone se sostienen y se hacen penetrar por la violencia en la punta de los fusiles de las fuerzas imperiales de aquellos países, será cierto solamente hasta ahí donde se reconozca que el imperialismo es operativo históricamente a partir del momento en que el capitalismo lo justifica y lo reproduce. La violencia económica del sistema capitalista es anterior a las preocupaciones geopolíticas de cualquier potencia imperialista; ésta es una de las lecciones fundamentales que se desprenden de la historia económica de América Latina, por ejemplo.
La dominación informal que ejerce el Imperio Británico sobre América Latina, durante todo el siglo XIX, reposa precisamente sobre los logros y capacidad de crecimiento del capitalismo inglés. No puede ser otra la razón, entonces, por la cual la segunda parte de ese siglo, viene definida, en su esencia, por tres grandes líneas de fuerza:
1. Los nuevos patrones de acumulación y reproducción de la riqueza.
2. La nueva división internacional del trabajo.
3. La rivalidad interimperialista.
1. Los nuevos patrones de acumulación y reproducción de la riqueza.
2. La nueva división internacional del trabajo.
3. La rivalidad interimperialista.
A continuación nos referiremos a cada uno de estos asuntos por separado. Conste que nuestra preocupación vertebral es ofrecerle al lector algunos ingredientes descriptivos y analíticos sobre la forma en que el imperialismo, entre 1850 y 1898, expresa las tendencias expansivas más generales del sistema capitalista como un todo. En este sentido, América Latina, ve progresar paso a paso, pero de manera consistente y sostenida, las distintas formas y métodos utilizados por el sistema para atraerla hacia el movimiento internacional de los capitales y de la fuerza de trabajo.
Entre los años de 1850 y 1900, América Latina y el Caribe se han convertido en un escenario rico y diverso para las pugnas entre los imperios europeos y los Estados Unidos. Pero se trata de enfrentamientos que van más allá de la posible ocupación militar, como sucedía en el Caribe, o de la invasión colonialista clásica como en 1856 con Centroamérica, pues la internacionalización de los mercados incorpora geografías y recursos ahí donde el consumo es potencialmente posible.
Filipinas, como el último bastión del imperio español en el Pacífico Occidental, sufrirá también los embates del imperialismo norteamericano entre 1898 y 1902. Éste es también el momento en que el imperio inglés alcanza su punto más álgido, consagrado con la coronación de la reina Victoria como emperatriz de la India en 1876, en un entramado capitalista de progreso material y riqueza sin precedentes.
La guerra civil en los Estados Unidos (1861-1865), así como la crisis de 1873-1896, completaron un capítulo político y económico definido, al mismo tiempo, por la revolución de los transportes, la era del ferrocarril y de la navegación a vapor, y la aparición por primera vez de tácticas y estrategias militares especialmente diseñadas para reprimir a los movimientos de liberación nacional, a las mujeres y a los trabajadores organizados.
Es también la época de la publicación del primer volumen de El Capital de Marx, de La importancia de llamarse Ernesto de Wilde, de la crisis de la Primera Internacional de los Trabajadores y del surgimiento de la Segunda Internacional, así como de las expresiones más feroces del colonialismo, según lo atestiguan los belgas, los ingleses, los franceses y los alemanes en el caso del Congo, donde se alcanzaron niveles tan atroces de explotación y genocidio, solo comparables con los logros coronados por la Alemania nazi. Leer más...
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