A pesar de que algunos analistas consideran que ha comenzado un fenómeno de desglobalización, la pandemia muestra todo lo contrario. Esta crisis impulsará la globalización del trabajo.
Branko Milanović / Nueva Sociedad
Las guerras, incluso las mundiales, fueron limitadas: la gente en Suiza, ni hablar en Nueva Zelanda, no tuvo historias significativas sobre la guerra para compartir con los habitantes de Polonia, Yugoslavia, Alemania o Japón. Y en los últimos 75 años las guerras fueron locales. Mucha gente joven puede haberse manifestado contra la Guerra de Vietnam, pero la mayoría no experimentó ninguno de sus efectos. La gente se horrorizó con el sitio a Sarajevo, el bombardeo a Gaza o la estrategia de «conmoción y pavor» en Iraq. Pero para 99,9% de la humanidad ese espanto no cambió en nada su vida diaria: siguió levantándose temprano para ir a estudiar o trabajar, se rio con sus compañeros de trabajo, quizás salió a beber y terminó en un karaoke. No tuvo historias para compartir con los residentes de Sarajevo, Gaza o Bagdad, absolutamente nada en común.
Ni siquiera el fútbol puede competir, aunque sus enfervorizados simpatizantes se digan a sí mismos que los acontecimientos mundiales imitan al fútbol. La última final de la Copa del Mundo fue vista por 1.100 millones de personas, aproximadamente uno de cada seis habitantes del planeta. Hubo todavía muchos que ignoraron su existencia y a quienes no les importó en lo más mínimo qué equipo ganó o perdió.
Entrar en los libros de historia
El covid-19 entrará en los libros de historia como el primer acontecimiento verdaderamente global también en virtud de nuestro desarrollo tecnológico: no solo podemos comunicarnos a través de todo el mundo, sino que también podemos seguir en tiempo real lo que está ocurriendo prácticamente en cualquier lugar. Dado que la infección, la enfermedad y una posible incapacidad y muerte nos amenazan a todos, incluso quienes por otras razones no tienen mucho interés en las noticias chequean sus teléfonos inteligentes para obtener actualizaciones sobre fallecimientos, tasas de infección, vacunas o nuevas terapias.
El propio covid-19 parece haber sido diseñado para esa función. Aunque su nivel de mortalidad se incrementa con la edad, sus efectos son tan inciertos que incluso buena parte de la población más joven y saludable no está totalmente libre de preocupación. Si el covid-19 hubiese sido menos aleatorio, habría causado menos temor. Sin embargo, este acontecimiento global es al mismo tiempo extraño. Requiere que la gente no interactúe físicamente entre sí, y de ese modo trae como consecuencia otra dimensión, una novedosa. Nuestro primer acontecimiento global habrá sido aquel en el que no nos encontramos cara a cara en tiempo real con otra gente que también lo experimentó.
Si reflexionamos sobre esto, tiene sentido. Para ser global, el acontecimiento tiene que ser vivido más o menos de la misma forma y al mismo tiempo por todo el mundo. Si nos limitamos al contacto físico o la presencia, sin embargo, no podemos llegar a muchas personas, simplemente porque no es posible para cada uno de nosotros encontrarse con miles, y menos aún cientos de miles de otras personas. Por lo tanto e irónicamente, el primer acontecimiento humano global estuvo desprovisto de cualquier de humano y físico: tuvo que ser experimentado en forma virtual.
Es por esto también que esta pandemia es diferente de la de un siglo atrás. En ese entonces, la información no se podía transmitir o compartir con facilidad. Para cuando la gente estaba muriendo en la India por la gripe española, Europa se estaba recuperando y desconocía o se mostraba indiferente frente a las muertes en la India. Y la India tampoco había tenido noticia de las muertes en Europa hasta que la pandemia la invadió.
Globalización del trabajo
¿Qué quedará de este acontecimiento global, más allá de las memorias de la gente? Hay solo unas pocas cosas que podemos decir con alguna certeza.
La pandemia habrá acelerado la globalización en el segundo factor de la producción: el trabajo. (El primer factor, el capital, ya está globalizado gracias a la apertura de cuentas nacionales de capital y la capacidad técnica de mover enormes sumas de dinero por todo el mundo y de construir fábricas y oficinas en todas partes). Es probable que el covid-19 nos haga avanzar casi una década en la conciencia de las posibilidades de desacoplar el trabajo de la presencia física en el ámbito laboral. Aunque en muchas actividades podamos, una vez que la pandemia termine, volver a compartir oficinas físicas, a trabajar en fábricas, en muchos otros casos no será así. Esto no solo tendrá efectos en la gente que trabaje desde su casa, el cambió será mucho más profundo. Verá la luz un nuevo mercado laboral global sin necesidad de migración. En algunos segmentos de la economía mundial (como los centros de atención telefónica o el diseño de software), ese mercado ya existe, pero se volverá mucho más habitual. La pandemia implicará un salto gigante hacia la «movilidad» del trabajo, una movilidad peculiar, en la que los trabajadores y las trabajadoras individuales no se moverán de su lugar de residencia, sino que trabajarán en «oficinas» o «fábricas» a kilómetros de distancia.
Quienes se preocupan porque la globalización podría retroceder se van a sorprender. Debido a la guerra comercial entre Estados Unidos y China, las cadenas globales de valor y el comercio podrían sufrir un revés temporario. Pero en términos de movilidad laboral o, más precisamente, de competencia laboral –que es extraordinariamente importante–, la globalización avanzará.
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