¿Qué ha ocurrido en los Estados Unidos? ¿Da lo mismo Biden que Trump, porque cambia el gobierno, pero persiste el Estado? La respuesta elegante en ciertos sectores intelectuales es positiva: parece sagaz, y permite cultivar la imagen de intelectual a la vez crítico y escéptico.
Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete, Panamá
Otros, sin embargo, nos plantean una circunstancia muy diferente. Así, por ejemplo, David Brooks – corresponsal del periódico mexicano La Jornada en Estados Unidos – nos dice que
Es desafortunado que algunas partes importantes (con excepciones notables) de las fuerzas de izquierda o progresistas en México y otros países latinoamericanos simplemente no han reconocido y felicitado la lucha de sus contrapartes en Estados Unidos. Aún peor, en algunos casos, han declarado que a fin de cuentas lo ocurrido políticamente en el norte “da igual” visto desde el sur.[1]
Y nos recuerda enseguida que “la lucha de los pueblos por la justicia, la dignidad y la autodeterminación en la coyuntura binacional e hemisférica requiere de la solidaridad en su sentido más amplio.”
Lo ocurrido en Estados Unidos, dice Brooks, es la derrota de una versión neofacista del proyecto neoliberal contra el cual viene luchando un número creciente de organizaciones populares y democráticas de todas las Américas desde hace cuatro décadas. Y desde esa visión plantea que el triunfo logrado allá al Norte “no se llama Biden sino la derrota de un proyecto neofascista”, que abre “otra etapa más de la lucha contra el neoliberalismo”, puesto que
Para las fuerzas progresistas estadunidenses el triunfo electoral es sólo un paso necesario con el fin de continuar la lucha para la democratización fundamental de esta superpotencia que viene de muy atrás y que aún tiene largo camino por delante.
Ese triunfo, explica, se debe en gran medida a la movilización de “un mosaico de movimientos sociales progresistas en su esencia antifascistas y antineoliberales”, que van desde el de “vidas negras” hasta “organizaciones latinas y de migrantes, ambientalistas, sindicalistas progresistas y toda una gama de otras expresiones, sobre todo las de nuevas generaciones.” Y los movimientos de ese mosaico, dice, “son los aliados objetivos de toda lucha contra la derecha neoliberal en cualquier parte del mundo. O sea, son más bien nosotros”.
A esta luz, dice, Biden – sin ser la respuesta ni la solución a los problemas creados por el neoliberalismo,
representa algo diferente a Trump en múltiples dimensiones, pero en torno al tema de migración, medio ambiente, justicia racial y derechos de los trabajadores es diferente no porque es buena onda, sino porque los movimientos lo están obligado a proponer y promover esos cambios en política como parte de la lucha desde abajo por la democratización a fondo del país.
Estas cosas hay que verlas también a la luz de lo mejor de la historia del pensar político de nuestra América. Así, cuando iniciaba su exilio de catorce años en los Estados Unidos, José Martí encaró en los siguientes términos los conflictos sociales que emergían allí:
En esta tierra se han de decidir, aunque parezca prematura profecía, las leyes nuevas que han de gobernar al hombre que hace la labor y al que con ella mercadea. En este colosal teatro llegará a su fin el colosal problema. Aquí, donde los trabajadores son fuertes, lucharán y vencerán los trabajadores. Los problemas se retardan, mas no se desvanecen. Negarnos a resolver un problema de cuya resolución nos pueden venir males, no es más que dejar cosecha de males a nuestros hijos. Debemos vivir en nuestros tempos, batallar en ellos, decir lo cierto bravamente, desamar el bienestar impuro, y vivir virilmente, para gozar con fruición y reposo el beneficio de la muerte. En otras tierras se libran peleas de raza y batallas políticas. En esta se libra la batalla social tremenda.”[2]
Lo pensado por Martí entonces vino a desembocar en el ascenso de la lucha de clases que, a mediados de esa década, culminó con la ejecución de los mártires de Chicago. Aquella fue una crisis del capitalismo monopólico en su proceso de expansión, que ya se encaminaba a su fase imperialista. Nos hace falta aún comprender mejor de qué tipo es la crisis que encaramos todos hoy, como parte de un nosotros aun más amplio y diverso del que presenta Brooks.
Pero, y sobre todo, siempre nos hará falta distinguir entre el pensar martiano y lo pensado por Martí. Ese pensar, idealista como fue, tuvo una fuerte impronta dialéctica e historicista. Esa impronta, que en lo político lo vincula estrechamente con Gramsci, por ejemplo, hace del legado de Martí un horno encendido, cuyas puertas debemos mantener abiertas para que no sea más que la luz. Conocer lo pensado es el camino para comprender su pensar, que hoy – cuando la pregunta de orden es qué hacer - tiene más importancia que nunca.
Alto Boquete, Panamá, 29 de enero de 2021
[1] https://www.jornada.com.mx/
[2] “Carta de Nueva York”. La Opinión Nacional, Caracas, 31 de marzo de 1882. Obras Completas, 1975, IX: 277-278.
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