Vivimos una época de transición en la que debemos acostumbrarnos a lo inesperado, a lo que no había sucedido antes. Una época de sorpresas que tendrán implicaciones tanto en la dinámicas más generales del mundo, como en nuestras pequeñas vidas cotidianas.
Rafael Cuevas Molina/ Presidente AUNA-Costa Rica
Esta época de transición se inició hace ya unos tres decenios, un período en el que seguramente los acontecimientos tan cercanos no nos han permitido avizorar los procesos de más largo aliento en los que nos encontramos inmersos.
Posiblemente estos cambios empezaron a manifestarse en la década de los ochenta, cuando se descompuso, hasta terminar derrumbándose, la Unión Soviética, y con ella el campo socialista, en donde prevalecía lo que Leonid Brézhnev, secretario general del PCUS, llamó el "socialismo real".
Encajonados en la euforia de su derrumbe, los ideólogos de la nueva derecha norteamericana, a través de uno de sus más conocidos exponentes, Francis Fukuyama, llegaron a la conclusión que la perspectiva que se abría entonces a la humanidad era la del perfeccionamiento del modelo de las sociedades liberales occidentales.
Estos ideólogos estaban atinados al considerar que nos estábamos asomando a una nueva época, pero fallaron al considerar que lo que vendría sería el asentamiento per secula seculorum del modelo liberal occidental.
Aparentemente, ese modelo social que ellos consideraron, a la manera hegeliana, el fin de la historia, no era tal, y él mismo se encuentra inmerso en un cataclismo mucho más grande que también lo incluye. Es decir, que la sociedad humana en su conjunto está transitando hacia nuevas formas de organización en las que los modelos predominantes en el siglo XX, sea este el socialismo o el capitalismo como lo conocemos hoy, dejarán de funcionar de la manera en la que lo han venido haciendo.
Así como los primeros síntomas de la descomposición del sistema socialista empezaron a manifestarse en Europa a inicios de la década de los ochenta con la formación del sindicato Solidaridad en Polonia, para concluir dramáticamente una década después con la disolución de la URSS, hoy se vienen manifestando síntomas evidentes del descalabro de lo que llamaremos, parafraseando a Brézhnev, el "capitalismo real", es decir, no el capitalismo utópico nunca realmente existente de la libre competencia, sino el capitalismo real actual globalmente financierizado, que está llevando al descalabro al país más potente del mundo hasta hace pocos años, los Estados Unidos de América.
Esa transición, que va mucho más allá del período gubernamental de Donald Trump con todas sus vicisitudes dramáticas, histriónicas y ridículas, apunta hacia un mundo globalmente nuevo inimaginable aún para nosotros, el común de los mortales, que inmersos en la marejada no tenemos la claridad suficiente para atisbar el porvenir.
Pero ese mundo nuevo ya está, de muchas formas, aquí. Cuando en el futuro se estudie nuestra época seguramente se podrán seguir con claridad los fenómenos, los hechos y las tendencias que hoy nosotros no podemos ver con claridad aunque ya se estén manifestando.
Podemos, sí, tratar de identificar algunas de esas tendencias y fenómenos que se van perfilando cada vez más como definidores de lo que viene. En primer lugar, lo que hace unas tres décadas no se veía que fuera a ser un motor tan importante del cambio: las contradicciones que traía en sus entrañas la globalización. En los noventa, obnubilados por lo que parecía el futuro sin alternativas del mundo, los grupos dominantes de nuestros países clamaban por lo que llamaban subirse al tren de la globalización. Hoy, esa globalización está creando las condiciones de la cada vez más evidente quiebra económica, política y cultural de las mayor potencia capitalista mundial que, como estamos presenciando, intenta por todos los medios no perder su papel protagónico en declive.
Hay otras tendencias que cambiarán, o ya están cambiando, radicalmente el mundo en el que vivimos. La principal de ellas es la crisis ambiental en la que ya nos encontramos inmersos, de la que la pandemia del coronavirus no es más que una expresión que anuncia otras. Esta tendencia se hace cada vez más evidente en nuestros días, pero recuérdese cómo hace solo unos treinta años no había la más mínima conciencia de ello, a pesar de los anuncios que desde finales de la década de los sesenta hacian grupos de científicos como el Club de Roma.
El mundo que se avecina será muy distinto al que vivimos hoy, y lo que algunos dan en llamar el tren de la historia corre presuroso ajeno a nuestras incertidumbres. Desde sus ventanillas vemos pasar un paisaje del que solo atinamos a ver sus rasgos más generales, pero el panorama global se nos escapa, en parte porque, como parte del ambiente de época, prevalece una mentalidad en la que se hace de la irrelevancia, la falsedad y la mentira un valor. Es el carnaval romano que no logra ver la llegada de los bárbaros a las murallas de la ciudad, y sigue celebrando aunque la debacle toque a sus puertas.
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