Los integrantes de las también llamadas iglesias libres enfrentaron de diversos modos las prohibiciones y asedios del sistema político/eclesial que les impedía libertad de creencias: unos formaron milicias para defenderse, como los hugonotes en Francia; otros peregrinaron por territorio europeo asentándose temporalmente donde los toleraban (menonitas y hutteritas); otros decidieron emigrar al Nuevo Mundo y fundaron colonias en lo que actualmente es Estados Unidos.
Las iglesias libres compartían con el protestantismo clásico convicciones como la supremacía de la Biblia en asuntos de fe y conducta, la muerte redentora de Jesús, la salvación por fe en Cristo y que la misma era por gracia, Cristo cabeza de la Iglesia y negativa a reconocerle autoridad al papado romano. Lo singular de las iglesias de creyentes, que fueron optando por el vocablo evangélicas, fue el activismo en propagar su fe y alcanzar conversos. Este dinamismo dio a los evangélicos un perfil distinguible de los protestantes tradicionales, por el cual es posible decir, en términos generales, que todo evangélico es protestante, pero que no todo protestante es evangélico.
El cristianismo evangélico estadunidense desde el siglo XVIII, a partir del llamado First Awakening (más o menos 1730-1770), comenzó a caracterizarse por llamados a la conversión, regreso a la fe viva por encima de ceremonias litúrgicas, búsqueda de regeneración moral y conductual. El First Awakening fue consecuencia de renovaciones en movimientos iniciados en familias confesionales herederas del protestantismo clásico, movimientos que tomaron distancia de lo que consideraban un anquilosamiento de la fe y, por consecuencia, la necesidad de regresar a la fuente de ella: el evangelio.
En el evangelicalismo que domina en las megaiglesias y liderazgos que alcanzan grandes audiencias mediante programas televisivos y redes cibernéticas, es común la idea que urge a regresar a las raíces que nutrieron a Estados Unidos y la forjaron como nación cristiana. El asunto es criticado por John Fea, en su libro Believe me: the Evangelical Road to Donald Trump (Wm. B. Eerdmans Publishing, 2018).
El autor hace un recorrido histórico del ethos evangélico estadunidense, desde los primeros colonos que buscaron libertad de creencias, se detiene en los padres fundadores, se ocupa de varias batallas culturales y jurídicas sostenidas por liderazgos evangélicos con el fin de preservar la pretendida identidad cristiana de Estados Unidos. En este ejercicio retoma líneas interpretativas que utilizó en otra obra de su autoría ( Was America Founded as a Christian Nation?; ¿Fue América fundada como nación cristiana?). Su respuesta a esta interrogante no es tajante. Sostiene que en la fundación de Estados Unidos participaron cristianos evangélicos; sin embargo, no concluye que por esto la nación pueda tenerse por cristiana desde sus orígenes, o más bien, que hubo ciertas marcas identitarias protestantes que triunfaron en detrimento de otras que, también siendo cristianas, quedaron marginadas. Desde un principio existieron corrientes que a partir de su entendimiento de la Biblia se opusieron a lo que más tarde se llamaría el Destino Manifiesto encarnado por Estados Unidos de América.
Es interesante que la fuerte crítica y toma de distancia del evangelicalismo nacionalista estadunidense sea llevada a cabo por quien se reconoce como evangélico (pero no evangelicalista), profesor de historia estadunidense en Messiah College, institución educativa fundada en1909 por la Iglesia de los Hermanos en Cristo, denominación de raíces anabautistas y contraria al uso de la violencia.
El evangelicalismo se moviliza en Estados Unidos por miedo a los extraños, todos aquellos diferentes a la pretendida génesis del país como nación cristiana. Sin haber leído a Samuel P. Huntington coinciden con las tesis del autor de El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (1996); y ¿Quiénes somos?: los desafíos a la identidad nacional estadunidense (2004). Quieren regresar a un pasado idealizado.
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