Esa forma de hacer política, agresiva, provocativa, amenazante, es la que ha llevado al desencadenamiento de la guerra en Europa, y ha dejado arrasados y sumidos en el caos a países enteros.
Los Estados Unidos han sido los jefes de la pandilla que aterroriza al barrio. Es quien decide quiénes son amigos y quiénes enemigos; quiénes son buenos y quiénes malos; quiénes están conmigo y quiénes contra mí. Demarca la cancha, pone las reglas del juego y es el dueño de la pelota. Hasta el árbitro forma parte de su equipo.
Esa ha sido siempre la tónica. Cuando alguien se sale de ese canon es anatemizado por el jefe y el coro de quienes compiten por quedar bien con él; son los que un presidente peruano, que no puede ser tildado de izquierdista, Pedro Pablo Kuckzynski, llamó perros falderos. Exactamente dijo: “Para Estados Unidos, América Latina es como un perro simpático que no genera problemas”. Es decir, perritos falderos.
Cuando no es así, el Tío Sam se enoja, hace berrinche y busca la forma de vengarse. Desde 1994 se inventó una reunión a la que asisten todos los jefes de Estado de las Américas a la que llama Cumbre de las Américas. La verdad es que podríamos vivir tranquilamente sin ella. Desde que se creó no ha salido de estas reuniones nada relevante, y cuando no ha sido así, se debió a que en América Latina habían surgido fuerzas que apostaban por un destino a contracorriente de ese statu quo.
El berrinche que hace actualmente don Estados Unidos tiene que ver con la próxima cita de esta Cumbre, que debe realizarse entre el 6 y el 10 de junio en Los Ángeles, California. Como la fiesta tendrá lugar en la casa del mandamás, este ha decidido que van a poder llegar solo sus amiguitos, y ha excluido a quienes le caen mal, en este caso Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Claro que a estos países les importa poco ser excluidos del famoso “sistema interamericano” que pocos beneficios les trae. Es más, Cuba fue expulsada de una de sus instituciones emblemáticas, la OEA, hace más de 60 años, Venezuela se salió de ella hace un par de años y Nicaragua está en proceso de abandonarla, y no lo hace más rápido de lo que lo está haciendo porque no la dejan.
Varias voces latinoamericanas han dicho que una política de nuevo tipo debería ser totalmente incluyente y respetuosa de los procesos internos de cada uno de los países. En Centroamérica, quién ha remarcado esta posición recientemente es México, en el contexto de la gira de su presidente por varios de nuestros países.
Es difícil que paisitos de opereta como los nuestros sigan sus pasos, pero que se oigan voces disidentes del consenso de perritos falderos es muy importante. En nuestra región, tal vez solo Honduras asuma una actitud similar. México retoma de esta forma la orientación de la que siempre ha sido la filosofía de su política exterior, que en los últimos sexenios se había desvirtuado, y que parte del principio juarista según el cual el respeto al derecho ajeno es la paz.
Se trata de todo un desafío que pone el cascabel al gato, pero ponérselo es el reto de nuestra época de transición, en la que en tantos rincones del globo se presencian esas cohortes que se dejan arrastrar irreflexivamente por lo que favorece los intereses del gran hegemón.
Bravo, entonces, por México, y por Bolivia también, que tiene la misma posición. Anuncian lo que debería ser un mundo de respeto y convivencia que tanto necesitamos, y del que pareciera que cada vez nos alejamos más.
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