“Andan por el aire las ideas del siglo, porque cada siglo tiene su atmósfera de ideas: [con] aquel brío, color e influjo que tienen las ideas vivas, surgidas, como un ave del nido sorprendido, de cada tajo en el pecho, o noche del cerebro, que trae luego la luz.”
José Martí, 1885[1]
Estos cambios nunca ocurren de súbito: se llega a ellos, y es posible incluso preverlos si se cuenta con la cultura necesaria para identificar y comprender los signos que los anuncian. Uno de esos signos, por ejemplo, radica en nuestra percepción de los problemas que esta circunstancia plantea al desarrollo humano.
Así, por ejemplo, la cultura aún dominante en esta época que concluye percibe a la biosfera como una fuente de materia prima para la producción de ganancias. Esto, a su vez, se expresa en el hecho de que esa cultura hace de la racionalidad del capital una de sus vigas maestras. Hoy, sin embargo, la creciente conciencia sobre los problemas que emergen en nuestras relaciones con el entorno natural explica la importancia que viene adquiriendo otra disciplina, la ecología, como astrolabio mayor en nuestra circunstancia.
El camino que nos trae a este cambio viene de mediados del siglo XIX. De entonces datan las primeras manifestaciones del deterioro del entorno natural debido a la intensificación de las presiones humanas generadas a partir de la I Revolución Industrial. Y de entonces viene también la indagación en torno al origen y el desarrollo de la materia viviente, que llevó a la teoría de la evolución mediante la selección natural, planteada por Charles Darwin (1809-1882) en su libro El Origen de las Especies, en 1859.[2]
A partir de allí, el conocer de la naturaleza fue ganando en riqueza y complejidad. Así, en 1869 el biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919) creó el término ecología, para designar “el estudio de la interdependencia y la interacción entre los organismos vivos – animales y plantas- y su ambiente - seres inorgánicos”.[3] Para entonces, también, Carlos Marx entraba de lleno a discutir la especificidad de las formas de relación entre nuestra especie y su entorno natural, y el modo en que se esa relación metabólica se veía alterada por las modalidades que le imponía el desarrollo del capital.[4]
Esta expansión del conocer de la complejidad de nuestro entorno natural la naturaleza abrió el camino por el cual el biogeoquímico ruso Valdimir Vernadsky (1863-1945) llegó -entre mediados de las décadas de 1930 y 1940 - a dos conceptos de gran valor para el pensar ecológico. Uno fue el de biosfera, que designa el ámbito de la Tierra en el que la interacción de los seres vivientes entre sí y con su entorno abiótico crea las condiciones para la existencia de la vida en nuestro planeta.[5] El otro fue el de noosfera – o esfera del saber hacer – que designa las transformaciones de la biosfera generadas por la especie humana para adaptarla a sus necesidades. Ambos conceptos, como vemos, guardan entre sí una relación semejante a los de naturaleza y ambiente en nuestro tiempo.
Para 1995, los biólogos norteamericanos Lynn Margulis y Dorion Sagan, en un hermoso libro titulado ¿Qué es la vida?, sintetizan lo que va de la obra de Darwin a la de Vernadsky en los siguientes términos:
Vernadsky hizo en relación al espacio lo que Darwin en relación al tiempo: así como Darwin demostró que todas las formas de vida descienden de un ancestro remoto, Vernadsky demostró que todas las formas de vida habitan un espacio materialmente unificado, la biosfera.[6]
De allí resultó, además, que la interacción entre múltiples especies en la Tierra daba lugar a un gigantesco ecosistema planetario, capaz de sobrevivir a múltiples desafíos, así fuera a costa de extinciones masivas en su biodiversidad.
Aportes como esos fueron creando las condiciones para que, de 1972 en adelante, se advirtiera el desarrollo de la noosfera – sobre todo a partir de la década de 1950- alteraba la biosfera de una manera que ponía en riesgo la sustentabilidad del desarrollo de la especie humana. Así lo advirtió el informe Los Límites del Crecimiento,[7]elaborado por un equipo de científicos del Instituto de Tecnología de Massachussets y publicado por un centro de pensamiento empresarial -el Club de Roma- en las vísperas de la primera conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Humano, realizada ese año en Estocolmo.[8] De entonces data, y de ese legado cultural proviene, el viento del mundo generado por la grave crisis socioambiental – como bien la definiera el papa Francisco en su encíclica Laudato Si’ - que padece hoy la especie humana.
El viento que impulsa ese cambio ya constituye un rasgo de nuestro tiempo. Aun así, para comprenderlo en cabalidad en cuanto a su origen y sus opciones, es bueno recordar lo observado por Federico Engels en 1876, cuando advertía que en la naturaleza “nada ocurre en forma aislada”, pues cada fenómeno “afecta a otro y es, a su vez, influenciado por éste; y es generalmente el olvido de este movimiento y de esta interacción universal lo que impide a nuestros naturalistas percibir con claridad las cosas más simples.” Y desde allí resaltaba la característica distintiva de nuestra especie en esa trama de interacciones:
Resumiendo: lo único que pueden hacer los animales es utilizar la naturaleza exterior y modificarla por el mero hecho de su presencia en ella. El hombre, en cambio, modifica la naturaleza y la obliga así a servirle, la domina. Y ésta es, en última instancia, la diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás animales, diferencia que, una vez más, viene a ser efecto del trabajo.
Sin embargo, no nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. […] Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente.[9]
A esto solo cabría agregar que la organización de esos procesos de trabajo está determinada por los intereses dominantes en cada sociedad. De allí que, si deseamos un ambiente distinto, tendremos que construir sociedades diferentes. De esa noche del cerebro, operando en la oscuridad de la crisis, “que luego trae la luz” nos vienen las ideas vivas de que nos hablara Martí. Ellas nos llevan a buscar y encontrar los vientos del mejoramiento humano, la utilidad de la virtud y el equilibrio del mundo que nos permitirán establecer un orden futuro en el que la armonía de nuestras relaciones con la naturaleza exprese la de las relaciones de los seres humanos entre sí.
Alto Boquete, Panamá, 4 de marzo de 2024
[1] “Cartas de Martí”. La Nación, Buenos Aires, 11 de enero de 1885. X, 134-135.
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Selecci%C3%B3n_natural La teoría de Darwin tuvo un equivalente, por las mismas fechas, en los descubrimientos del naturalista – inglés, también – Alfred Russell Wallace (1823-1913).
[4] Para John Bellamy Foster, por ejemplo, “la relación del trabajo y el capitalismo con el metabolismo de la Tierra está en el centro de la crítica del orden existente”, pues allí radica la contradicción principal en nuestras relaciones con la biosfera en esta fase de la historia de nuestra especie. “Introducción” a The Dialectics of Ecology: Society and Nature. Monthly Review Press, New York, 2024. https://monthlyreview.org/2024/01/01/the-dialectics-of-ecology-an-introduction/?mc_cid=76986b72f2&mc_eid=ea9c7c4b70
[5] https://www.academia.edu/22554569/V_I_Vernadsky_La_biosfera_y_la_noosfera; https://es.wikipedia.org/wiki/Bi%C3%B3sfera
[6] Margulis, Lynn, y Sagan, Dorion (1995): ¿Qué es la vida? Prólogo de Niles Eldridge. Tusquets Editores, España, 2009: 45. Y agregan: “Vernadsky describió la vida como un fenómeno global en el que la energía solar era transformada. Veía en el crecimiento fotosintético de bacterias verdes y rojas, algas y plantas verdes el ‘fuego verde’ cuya propagación, alimentada por el sol, obligaba a los otros seres a hacerse más complejos y más dispersos.”
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