El conocimiento ligado a principios éticos debe llevarnos a la construcción de un mundo mejor para todos. Respetar la madre tierra, no apropiarse privadamente de ella, significa respetar la posibilidad de prorrogar la vida para las generaciones actuales y proveerla para las del futuro.
Jaime Delgado Rojas / AUNA Costa Rica
Te colocaré en el centro del Universo, de manera que te sea más fácil dominar tus alrededores
Pico della Mirandola, 1486
En mi entrega anterior expuse una reflexión sobre el sentido común y sobre la posibilidad de cambio en sus contenidos, como resultado de la batalla cultural por la igualdad. No quise extenderme en otro de sus temas: se da “por sentado” que el ser humano (el hombre se decía desde la antigüedad) es el dueño y señor del mundo. Hay pasajes bíblicos solemnes que sacralizan la relación hombre-naturaleza como una dominación que esconde la otra desigualdad: la de los que tienen el poder material sobre el mundo, su entorno, y quienes no lo tienen. Unos con la legitimidad del uso de la ciencia y la técnica para destruir, incluso a la humanidad entera; los otros como candidatos a la aniquilación. Esta es otra expresión de la cultura colonialista.
Con el advenimiento del renacimiento europeo aquella concepción del ser humano imperó. El europeo se abocó al dominio del mundo. Las naciones que lideraron aquella aventura tenían suficiente autonomía política y económica, avances en su desarrollo cultural y territorios con límites marinos. La conquista fue coadyuvada por el desarrollo científico y tecnológico en la navegación, la confección de armas, la observación de las esferas celestes y, naturalmente, contaban con una Iglesia, el cristianismo, que bendecía la aventura planetaria. Así, portugueses, españoles, ingleses, franceses y holandeses se dieron a la tarea. América, África, Asia y Oceanía, el Atlántico y el Pacífico pasaron a ser parte de su patrimonio. A su lado, los economistas y los filósofos teorizaron sobre los derechos naturales del hombre, la libertad y la propiedad, a partir de lo cual, el colonialismo se apropió de mares, ríos, islas, tierras y gente: los seres humanos que no fuesen europeos eran parte de aquella naturaleza (como los animales) y veían a los europeos como dioses que venían del cielo.
Aquel desarrollo del conocimiento se impuso; sus saberes eran las verdades por antonomasia e hizo que cualquier otro conocimiento periférico no pasaba más allá de la opinión, la costumbre, la tradición que se trasmitía, como credo en sus propias lenguas. El cristianismo era la única religión verdadera: esto se impuso como sentido común.
Como ejemplo, Carlos Linneo en el siglo XVIII, había clasificado las razas humanas (sic) conocidas. El homo sapiens americanus, era un humano leal a la costumbre y la tradición, muy diferente al europeus fiel a la razón y la ley (omito la caracterización que hizo del hombre africano y el asiático). Desde esa concepción, la avanzada de la humanidad, el progreso, que emana de Europa ponía a la cola al resto de los pueblos del mundo, calificados por Hegel (1817) como pueblos sin historia.
Esta idea de que la ciencia es el producto más avanzado de la razón humana (la europea) es catapultada durante el siglo XIX por Augusto Compte. En su teoría de los estadios el padre del positivismo calificó su tercer estadio, el científico, como la etapa más avanzada del conocimiento dejando atrás los estadios mítico y metafísico. Desde esta perspectiva la labor civilizatoria de Europa implicaba erradicar lo que no respondiera a este cometido positivista, que en América Latina dejó huella: se dio por sentado que el desarrollo implicaba el conocimiento de la ciencia, el respeto enaltecedor de los europeos y la destrucción de la naturaleza. A partir de entonces, la idea de progreso, concebida en su expresión extrema, ha provocado el deterioro del ambiente.
No pretendo el retorno al pasado: hay habido avances notorios en salud, educación, derechos y condiciones de vida digna que nunca se vislumbraron: con algunos niveles de distribución del progreso hubo bienestar. Pero, concomitantemente hubo destrucción la belleza marina y el bosque para sustituirlos por paisajes construidos y exhibidos en grandes pantallas; a la vez, que se convirtieron las reservas naturales y los asentamientos destinados a las poblaciones indígenas en centros de atracción turística.
Irónicamente, la humanidad que había logrado tener “casi todo” gracias al progreso, inició el proceso de pérdida de casi todo, por causa del progreso: la riqueza marina, el agua potable, la tranquilidad atmosférica y el aire. Expresión solemne de ese desarrollo es la industria: las del textil, la metalurgia, como las de alta tecnología han requerido de minerales fósiles, los hidrocarburos y agua en abundancia. Ello ha ido destruyendo el paisaje natural y la atmósfera: las ciudades se fueron cubriendo de smog, los ríos y los mantos acuíferos de tóxicos. La escasez del agua solo anuncia la otra, la del aire. Quedó muy atrás aquella expresión popular de que “a nadie se le niega un vaso de agua”, para poner a la moda la de que “a nadie se le regala un vaso de agua” ya que es más cara que su equivalente en gasolina: se vende en botes de plástico que luego contaminarán los mares y trastocarán las cadenas alimenticias; el humo, el calor excesivo por el cambio climático y los pesticidas van destruyendo insectos polinizadores de alimentos: el ser humano que se avecina comprará tanques de oxígeno para andarlos arrastrando por los caminos, como lo hacen los enfermos oxigenodependientes.
Esto es un problema ético porque, como lo han señalado y reivindicado las poblaciones originarias en el continente y el mundo, la naturaleza es nuestra casa; la Pachamama (en quechua), la madre tierra o la madre del mundo, es la diosa de la fertilidad que preside la siembra y las cosecha, que mantiene la vida. El conocimiento ligado a principios éticos debe llevarnos a la construcción de un mundo mejor para todos. Respetar la madre tierra, no apropiarse privadamente de ella, significa respetar la posibilidad de prorrogar la vida para las generaciones actuales y proveerla para las del futuro. Este nuevo sentido común popular, con profunda vinculación con las creencias y tradiciones ancestrales, aún no ha permeado en la conciencia de la humanidad y se nos torna urgente como conquista de la esperanza en nuestra lucha cultural.
2 comentarios:
Me gusta la forma como desglosa la trama de este concepto con tantas aristas como intereses naturalista y económicos engloba.
Excelente análisis de las causas de la destrucción del planeta.
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