Centroamérica podrá ser el patio trasero de los Estados Unidos, pero todos los países de América Latina tienen que verse en ese espejo, poner las barbas en remojo y apañuscarse como esquimales en el polo.
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Rafael Cuevas Molina /Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
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De ahora en adelante habrá un antes y un después de la crisis hondureña. El desenlace que se aproxima con el reconocimiento que harán los Estados Unidos de los resultados de las elecciones que se llevarán a cabo en ese país a finales de noviembre, constituye un momento de inflexión en el panorama que se ha venido presentando en América Latina en los últimos años.
Como bien se sabe, la insurrección popular conocida como el Caracazo, que en 1989 precipitó el estruendoso derrumbe de los mecanismos de dominación política de la oligarquía venezolana, inauguró un período de rebeliones populares en todo el subcontinente que llevaron, después de alrededor de diez años de incruento batallar (que significó la caída de varios presidentes en distintos países, pero sobre todo en Bolivia y Ecuador), a la instauración de gobiernos de nuevo tipo que podemos caracterizar como posneoliberales.
Ha sido este un período de creciente protagonismo político de los sectores populares, protagonismo que, por un lado, no siempre ha podido encontrar las vías para hacer valer la fuerza que ostenta (véase, en este sentido, el caso del Foro Social Mundial que, de su incandescencia en Rio Grande do Sul, pasó a casi pasar inadvertido en estos últimos años); pero por otro, también han logrado empujar procesos vinculados a sus intereses y necesidades.
En el marco de estos último, se ha podido concretar la más audaz propuesta de integración latinoamericana conocida hasta ahora, misma que ha permitido impulsar una serie de iniciativas que tienden a fortalecer las relaciones de complementariedad sur-sur, y que fortalece a la región desde el punto de vista de su autonomía política frente a los Estados Unidos de América.
Dos factores, por lo menos, se conjugaron para que esta situación fuera posible: uno, el que ya mencionamos más arriba, el cansancio de los pueblos de las medidas pauperizadoras de las políticas neoliberales, que no les dejaron otra opción que hacer a un lado a los sectores que las hacían posibles; otro, que debemos asociar con la torpeza de la administración Bush, que no hizo sino provocar su marginación del espectro político latinoamericano.
Este es el panorama con el que se encuentra Obama cuando asume la presidencia de los Estados Unidos. En pocos meses, sin embargo, su administración ha dado muestras que va a hacer todo lo posible por revertir esa situación, y el lugar elegido ha sido su patio trasero, aquel en el que se ha movido a sus anchas desde hace ya más de siglo y medio: Centroamérica.
Aquí había que llamar al orden a los díscolos y, de no hacer caso, organizarles el zafarrancho como en los mejores tiempos de la Guerra Fría. Pequeños países que vienen saliendo de la guerra, asolados por la pobreza, dependientes de las remesas que envían los emigrados desde “las entrañas del monstruo”, víctimas de la violencia desbocada, son las víctimas propicias, el eslabón más débil de la cadena. Son los primeros, el resto, ¡afiáncese! Porque nadie estará a salvo. Como dice Fidel Castro: “Sostengo el criterio de que antes de que Obama concluya su mandato habrá de seis a ocho gobiernos de derecha en América Latina que serán aliados del imperio”. Es decir, antes de 2012, a la vuelta de la esquina.
¿Qué puede detener esta andanada? Dos cosas: la organización y beligerancia de los pueblos, y “el buen gobierno” de los regímenes progresistas latinoamericanos, que mantenga de su lado el apoyo de la gente. Esto significa profundizar los procesos en los que se encuentran inmersos y reforzar las alianzas que buscan limitar la unipolaridad mundial.
Centroamérica podrá ser el patio trasero de los Estados Unidos, pero todos tienen que verse en ese espejo, poner las barbas en remojo y apañuscarse como esquimales en el polo.
Como dijo Bertolt Brecht: “Primero se llevaron a los comunistas pero a mí no me importó, porque yo no era comunista…”
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