La existencia y fortaleza de la nación cubana ha estado siempre fundamentada en la unidad política del pueblo trabajador. Este país, desde el proceso de gestación de la nación y en su recorrido hasta nuestros días, debió enfrentarse a las más diversas y complejas contradicciones internacionales.
Armando Hart Dávalos / Rebelion
La pregunta que debemos hacernos es por qué Martí quería una Cuba libre, unas Antillas libres y una América libre. Lo expresó de una manera tan diáfana que no debería dar lugar a dudas o confusiones. En su artículo con motivo de la conmemoración del segundo aniversario del Partido Revolucionario Cubano, publicado en 1894, señaló:
«En el fiel de América están las Antillas, que serían, si esclavas, mero pontón de la guerra de una república imperial contra el mundo celoso y superior que se prepara ya a negarle el poder, —mero fortín de la Roma americana; —y si libres y dignas de serlo por el orden de la libertad equitativa y trabajadora —serían en el continente la garantía del equilibrio, de la independencia para la América española aún amenazada y la del honor para la gran república del Norte, que en el desarrollo de su territorio por desdicha, feudal ya, y repartido en secciones hostiles hallará más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores, y en la pelea inhumana que con la posesión de ellas abriría contra las potencias del orbe por el predominio del mundo».
Se observa aquí cómo el Apóstol no pretendía agudizar el conflicto, al que calificó de innecesario, entre la América mestiza y la América sajona. Martí hubiera preferido buscar una solución al conflicto que no condujera a un antagonismo feroz. Pretendía que surgieran unas Antillas libres para servir a los pueblos de nuestra América, e incluso, al propio pueblo de Estados Unidos que según expresa, «hallará en el desarrollo de su territorio más segura grandeza que en la innoble conquista de sus vecinos menores». Y aspiraba, como queda dicho, a garantizar de esta forma el equilibrio del mundo.
En el propio Manifiesto de Montecristi, Gómez y Martí agregan:
«Honra y conmueve pensar que cuando cae en tierra de Cuba un guerrero de la independencia abandonado tal vez por los pueblos incautos o indiferentes a quienes se inmola, cae por el bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral de América, y la creación de un archipiélago libre donde las naciones respetuosas derramen las riquezas que a su paso han de caer sobre el crucero del mundo».
En cuanto a La Historia me absolverá, podemos afirmar que ese alegato confirma la continuidad histórica de la única revolución que ha existido en nuestro país, la iniciada el 10 de octubre de 1868, con la proclamación de independencia del país por Carlos Manuel de Céspedes, continuada el 24 de febrero de 1895, y reiniciada por Fidel con la heroica gesta del Moncada. En él se reivindicó el ideal de independencia o muerte de nuestros mambises y sentó las bases para la consigna que la generación del centenario exaltaría a primer plano: Libertad o muerte.
La Historia me absolverá constituye también un alegato jurídico que conjuga la lucha contra el régimen ilegal de Batista con la defensa de la Constitución de 1940, cuyo aniversario 70 también se conmemora este año. Se apoya textualmente para la aplicación de las medidas revolucionarias más importantes en preceptos de la Constitución de 1940, y en especial en el que validaba la resistencia nacional frente a las violaciones de la misma. Esta Constitución, y su aplicación consecuente están insertadas en la historia filosófica y social de nuestro país y forman parte, además, de la mejor y más depurada tradición cultural universal. Permite estudiar la dialéctica de cómo las ideas cubanas se orientaron hacia el socialismo, a partir de los mismos orígenes de la nueva etapa revolucionaria iniciada entonces. Sin proclamarse como tal, de hecho sentaba las bases para orientar la sociedad cubana hacia ese objetivo superior.
A partir de estas consideraciones podemos extraer algunas enseñanzas para el presente y el porvenir. La existencia y fortaleza de la nación cubana ha estado siempre fundamentada en la unidad política del pueblo trabajador. Este país, desde el proceso de gestación de la nación y en su recorrido hasta nuestros días, debió enfrentarse a las más diversas y complejas contradicciones internacionales. Dos hombres hicieron posible la unidad nacional: José Martí, que en el siglo XIX la hizo cristalizar a partir de un ingente esfuerzo político y cultural, y Fidel Castro que, al evitar que «el Apóstol muriera en el año de su centenario» (1953) —como dijo en el juicio seguido por el asalto a la segunda fortaleza militar del país— hizo crecer la memoria del Maestro y le extrajo a su pensamiento vivo y profundo todas las lecciones necesarias para hacer verdaderamente independiente a la patria.
En la presente centuria, la perdurabilidad y fortaleza de la nación tendrá, como garantía decisiva, la unidad alcanzada, la cual se nutre de las ideas y sentimientos que sucesivas generaciones de cubanos fueron tejiendo con su sangre, trabajo, inteligencia y cultura. Nuestra tarea consiste en interpretar y actualizar el significado de esa tradición y continuar formando en ella a las nuevas generaciones para que, al hacer suyas las banderas de la Revolución Cubana, las exalten y defiendan en un mundo bien diferente y mucho más complejo que el actual.
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