A la Colombia invisible no le queda otro camino que seguir insistiendo hasta el fin de los días, en que solo la solución política al conflicto le dará a la sociedad colombiana una vía civilizada y humana para superar sus problemas.
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(Fotografía: Jorge Eliécer Gaitán, asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948)
Cuando el formidable dirigente popular Jorge Eliécer Gaitán, (cuya muerte hoy los colombianos lloran sin cansancio desde hace 62 años, sin que sus lágrimas logren conmover al Departamento de Estado de los EE.UU para que desclasifique los documentos secretos que posee sobre este magnicidio de Estado internacional), dijo que en Colombia coexistían dos países: el país político y el país nacional, estaba definiendo el rasgo más característico y contradictorio de la pre-modernidad Colombiana. Su doble vida con su doble moral.
Una, la Colombia formal, aparente y visible de las clases dominantes del “todo bien y en orden” y otra, la Colombia real de la explotación inmisericorde de sus habitantes, que no ciudadanos, sobre la base de una infernal violencia política y militar convertida en relación de dominación y producción: nueve carnicerías de peones sectorizados entre sí a las que se les ha dado la categoría de “guerras civiles” durante el siglo XIX, y dos en el siglo XX con su prolongación en lo que va del siglo XXI, dan testimonio de ello.
Quien quiera que se aproxime a mirar cualquier aspecto de la realidad Colombiana, desde dentro o desde el exterior, solo encontrará la prolongación en el tiempo y el espacio de esta pervertida situación. Hoy en día, por ejemplo, solo existe en la “Colombia visible” la llamada campaña electoral para escoger al “vicario” (o quien hará las veces de) Álvaro Uribe Vélez, en la dirección del bloque de clases dominante y dirigente de Colombia. Una campaña de prejuicios y no de argumentos, diseñada así por los estrategas del régimen, sobre la disyuntiva de que avanzar es continuar, versus cambiar que significa retroceder. ¿Retroceder ante que? Sencillo. Ante la violencia geo-estratégica imperial para la región andina, ejercida desde la cúpula del poder de Colombia. Regla de juego inmodificable aceptada sin reparo alguno, por TODOS (sin excepción) quienes se inscribieron para participar en la llamada farsa electoral, que se está desarrollando en el país.
Sin embargo, también y en paralelo, coexiste una “Colombia invisible”. No solo la que “no se ve pero está ahí”, descrita con absoluto realismo por el sargento Pablo Emilio Moncayo en el momento de su liberación. O el de la creciente protesta social que se ha venido dando en estos 8 años de gobierno de la Seguridad Democrática, que todos los filisteos candidatizados a sucederlo aspiran a continuar, y que muestra un significativo y sostenido ascenso en calidad (dos luchas sociales por día) y en cantidad (554 municipios de los 1.120 que existen en Colombia) según lo comprueba el equipo de investigaciones del CINEP. Sino el desastre de la situación general del país que, por estos días de elecciones, finalmente han tenido que hacer visible, personajes a quienes se debe leer venciendo la nausea que producen, como Fernando Londoño (El Tiempo-Planeta. Grandes Temas. 08.04.2010).
No es todo. La invisible protesta social en Colombia, según el sacerdote Jesuita Mauricio García, director del CINEP, es motivada sobre todo por violaciones a los derechos humanos, el desconocimiento de derechos económicos, sociales y culturales, las políticas gubernamentales y el incumplimiento de pactos oficiales. Las privatizaciones de empresas estatales, el desempleo, las reformas académicas, la ausencia de una política agraria integral, la prestación de servicios públicos domiciliarios y sus tarifas.
También la guerra y el conflicto, según el director del CINEP, motivan la manifestación pública. Es decir que en la conciencia popular y social se ha aclarado que la Solución Política al conflicto colombiano es una reivindicación progresista y de avance social. Sin embargo, el presidente de Colombia, responsable constitucional de la política de paz del país, ha delegado en su impulsivo y locuaz ministro de defensa Silva Luján, la fijación definitiva de lo que será a futuro la continuación de la Seguridad Democrática. Aprovechando la reunión de la dirección de inteligencia de la Policía Nacional (08.04/10), Silva Luján anunció en emocionado discurso la inexorable tabla de la ley del militarismo más crudo y ramplón de la oligarquía cipaya: (sic)“¡No habrá proceso de paz con narcoterrorismo. Solo su derrota!”
Por supuesto, la Colombia invisible ha tomado nota de semejante inhumanidad guerrerista, y en medio del escalofrío que le debe haber producido tal sentencia, no le queda otro camino que seguir insistiendo hasta el fin de los días, en que solo la solución política al conflicto le dará a la sociedad colombiana una vía civilizada y humana para superar sus problemas, uno de ellos el de la pre-modernidad que señalara el gran Jorge Eliécer Gaitán, poco antes de caer acribillado por el “contrat-killer” o sicario pagado por la CIA.
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