Las tensiones de la
coyuntura electoral brasileña, lo mismo que la extorsión de la que está siendo
víctima Argentina en el caso de los llamados fondos buitres, nos alertan sobre
las graves amenazas que penden sobre nuestra América y que comprometen,
seriamente, la consolidación de las conquistas democráticas alcanzadas en lo
que va del siglo XXI.
Los buitres del capitalismo amenazan de nuevo. |
Andrés Mora Ramírez
AUNA-Costa Rica
AUNA-Costa Rica
Ese al que Frei Betto
llamó con acierto el "dios mercado”, dios del capitalismo decadente de nuestro
tiempo “ante el cual se doblan todas las rodillas neoliberales, incensándolo
con la elevación de las tasas, la evasión de divisas, la dependencia externa”,
ha vuelto a hacer de las suyas en América Latina, intentando influir en los
resultados electorales y en los estados de
la opinión pública, sea por medios legales o por medios espurios. Esta vez, le
tocó el turno a Brasil: el Banco Santander, creado en 1857 para financiar
operaciones comerciales de España en América, y que parece no renunciar a las
prácticas típicas del coloniaje, divulgó entre sus clientes más ricos del país
suramericano un informe en el que “sugiere” que la reelección de
Dilma Rousseff podría agravar la situación de la economía brasileña.
Este inaceptable
exabrupto injerencista, propio de épocas que parecían superadas en nuestra
región, fue rechazado por la presidenta
brasileña, quien calificó de “inadmisible” el incidente y expresó que “un país
no debe aceptar una interferencia de ninguna institución financiera de ningún
nivel”. El expresidente Luiz Inácio Lula
da Silva, actual jefe de campaña de Rousseff, también censuró la conducta del banco
español y de sus analistas, a los que acusó de “no entender” nada de Brasil
ni de la gestión del actual gobierno.
Es probable que este
incidente reavivara en Lula los recuerdos de su campaña electoral del año 2002,
cuando avanzaba como favorito en las encuestas y el dios mercado activó la máquina del miedo y desplegó todo su arsenal
de estrategias propias del terrorismo financiero: Paul O’Neill, el entonces
Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, alarmaba a los mercados sobre la
“incertidumbre política” a la que conduciría un triunfo del líder sindicalista;
mientras que el banco JP Morgan Chase, uno de los principales responsables del
fraude hipotecario que llevó a la crisis capitalista del 2008, declaraba a
Brasil “el segundo país donde es más arriesgado invertir, por encima de Nigeria
y Ecuador, y superado solo por Argentina”, inmolada en el altar del
neoliberalismo.
Que un banco extranjero
con operaciones multinacionales u otros organismos financieros internacionales
se inmiscuyan, abiertamente, en un proceso electoral tampoco es una novedad. De
hecho, la historia reciente de América Latina, especialmente a partir del fin
de las dictaduras militares en los años 1980, está repleta de este tipo de
incidentes. Banqueros y gendarmes del capital han elevado a la presidencia a
tecnócratas devotos allí donde hacían falta ajustes
estructurales, aperturas y privatizaciones; y también, derrocaron a
gobernantes legítimamente electos por la voluntad popular expresada en el
sufragio, allí donde el interés nacional, el bien común, y el bienestar de las
mayorías se impusieron a la avidez de los especuladores y los grupos económicos
y políticos tradicionalmente dominantes.
Las tensiones de la
coyuntura electoral brasileña, que dejan entrever los alineamientos políticos y
el juego de intereses de cara a los comicios del mes de octubre, en los que
también se decide la posibilidad de avanzar o retroceder en los esfuerzos de
construcción de un nuevo orden internacional, en un mundo multipolar; lo mismo
que la extorsión de la que está siendo víctima Argentina en el caso de los
llamados fondos buitres, producto de
una retorcida y arbitraria interpretación de un juez, cuya aplicación podría tener
repercusiones de alcance global, nos alertan sobre las graves
amenazas que penden sobre nuestra América y que comprometen, seriamente, la
consolidación de las conquistas democráticas alcanzadas en lo que va del siglo
XXI.
Si no se profundizan
los procesos nacional-populares, si no se recupera la iniciativa en la acción
política, los poderes fácticos no encontrarán obstáculos para extender sus
tentáculos –como ya lo están haciendo- y tomar por la fuerza aquello que han
perdido, una y otra vez, en las urnas y en la movilización popular. El futuro
nos plantea una encrucijada: a avanzamos en la construcción de las alternativas
posneoliberales en sociedades que aspiran a vivir la democracia sin fin, o la mano invisible del mercado nos lanzará –al
decir de Franz Hinkelammert- al suicidio colectivo del capitalismo neoliberal.
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