Nuestro ambientalismo
ha aportado un importante respaldo cultural y moral a la formación de una
institucionalidad ambiental, y a la demanda de que los responsables de la misma
rindan cuenta a la sociedad sobre el desempeño de sus funciones.
Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra
América
Desde Ciudad Panamá
Para Francisco Herrera, que entiende de estas cosas, y las dice
Entonces
El movimiento
ambientalista panameño inició su proceso de formación a mediados de la década
de 1980, asociado tanto a la formación de una agenda ambiental global – que
tendría su primera expresión en el Informe Brundlandt y su demanda de un
desarrollo que fuera sostenible, en 1987 – como a las responsabilidades
ambientales que se derivaban del Tratado Torrijos Carter, sobre todo en lo
relativo a la gestión de la cuenca del Canal. En lo más general, ese movimiento
ha tenido una diversidad de virtudes en nuestro país: ha insistido en llamar la
atención sobre cosas realmente importantes, que van más allá del mezquino
interés cotidiano propio de nuestra vida política; ha logrado conectar nuestros
problemas locales con los que afectan a la Humanidad entera; ha contribuido a
enriquecer nuestra identidad nacional, resaltando la importancia de nuestros
ecosistemas para nosotros mismos y para la biosfera; ha enriquecido la agenda
social, resaltando el componente ambiental de las luchas reivindicativas de los
pobres del campo y de la ciudad, y ha ido dando forma, así sea primaria, a una
cultura ambiental nacional.
Con todo ello,
también, nuestro ambientalismo ha
aportado un importante respaldo cultural y moral a la formación de una
institucionalidad ambiental, y a la demanda de que los responsables de la misma
rindan cuenta a la sociedad sobre el desempeño de sus funciones. Por otra
parte, ese movimiento ha tenido algunas limitaciones propias de la sociedad de
la que emergió. Así, por ejemplo, ha tendido a ser legalista, en
correspondencia con el carácter leguleyo de nuestra cultura; ha tendido a ser
cientificista, en correspondencia con el legado positivista del liberalismo
criollo, y ha tendido a buscar legitimidad y amparo en acuerdos y
organizaciones internacionales, en correspondencia con la debilidad de su
incidencia en la cultura política nacional. Todo esto se expresa en algunos
rasgos característicos de nuestros debates sobre problemas ambientales, que
suelen carecer de profundidad histórica y de una base científica realmente
sólida – tanto en lo que hace a las ciencias naturales como, sobre todo, a las
que se ocupan del papel de la naturaleza en el desarrollo económico. Así,
mientras tienden con frecuencia a idealizar un pasado inmóvil, no les resulta
sencillo proponer futuros alternativos viables.
Ahora
Con todo, esta
caracterización se refiere a una fase inicial - que quizás, por cierto, culminó
ya, sin que nos hallamos percatado de ello -. En efecto, el ambientalismo que
describimos tomó forma a lo largo del proceso de incorporación del Canal de
Panamá a la economía interna del país. Ese proceso tuvo dos consecuencias
mayores. Por un lado, catapultó al país en la economía global, sobre todo en su
función de plataforma de servicios para la circulación del capital en el
mercado mundial. Por el otro, aceleró y diversificó de manera casi súbita el
desarrollo del capitalismo en Panamá, generando una creciente contradicción
entre un crecimiento económico depredador y un mercado emergente de servicios
ambientales – en particular aquellos relacionados con el agua, la biodiversidad
y la provisión de energía.
Esa contradicción, a su
vez, adquirió una primera expresión política en la resistencia de las comunidades
indígenas y campesinas a la incorporación forzada de sus área de patrimonio
natural a las demandas del crecimiento depredador, así como en las crecientes
demandas de condiciones ambientales indispensables para una vida digna – como
el acceso al agua y al saneamiento – por parte de las comunidades urbanas
pobres, con lo cual las luchas sociales pasaron a incorporar demandas
ambientales, y a traducirse en conflictos socio-ambientales.
El programa original
del Estado para organizar y ordenar el mercado de servicios ambientales
mediante la creación de una Autoridad Nacional del Ambiente y la elaboración de
las dos primeras Estrategias Nacionales Ambientales, durante las
Administraciones de Ernesto Pérez Balladares, Mireya Moscoso y Martín Torrijos,
se vio paralizado por el predominio del crecimiento depredador como política de
Estado durante la Administración de Ricardo Martinelli.
El intento de recuperar
aquella iniciativa mediante un esfuerzo renovado de institucionalización y profesionalización de la Autoridad Nacional
de Ambiente ocurre, sin embargo, en una circunstancia en la que los conflictos
socio – ambientales tienden a agudizarse y generalizarse cada vez más, ganando
en complejidad y desbordando los marcos de referencia para su manejo diseñados
a lo largo de la primera década del siglo XXI.
Mañana
En el plano global, por
su parte, el incremento de los problemas ambientales a escala planetaria
coincide con la decreciente capacidad del sistema internacional para la
construcción de consensos útiles, al tiempo que los nuevos movimientos sociales
estimulan con sus luchas una renovación del pensamiento y la política
ambientales, que cuestiona en la teoría como en la práctica lo que ese sistema
representa y postula. En esta compleja circunstancia, nuestro ambientalismo
original de capas medias deberá encarar – debe hacerlo, lo está haciendo - los
desafíos de su propia politización, incluyendo el de los límites de sus
tradiciones legalista y cientificista. No le queda otra opción, pues tiene
tanto el deber de preservar sus logros y sus aportes de ayer, como el de crecer
con los nuevos movimientos sociales, para ayudarlos a crecer en su capacidad
para conocerse y ejercerse en los marcos más amplios de su sociedad, y del
mundo.
Se ha repetido mucho ya
que no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de épocas. En una
circunstancia así, es bueno tener presente que, siendo el ambiente el resultado
de las intervenciones de las sociedades humanas en la naturaleza, si deseamos
un ambiente distinto tendremos que construir una sociedad diferente.
Comprender, asumir y ejercer las responsabilidades que un problema así
planteado implica es, hoy por hoy, la tarea mayor del ambientalismo panameño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario